El avance de la urbanización y la vida de ciudad no han impedido que Delia Massei de Herrero, de 93 años, cuando el tiempo lo permite, se siente en una silla en un costado de la vereda a la vieja usanza.
Ayudada por un andador para superar algunos problemas de movilidad, toma posición cerca de la puerta de su vivienda en Irigoyen al 800, pleno centro hoy de la ciudad de San Rafael, desde donde observa atentamente el movimiento de toda la zona.
Frente a ella y cruzando la amplia avenida está un supermercado de una cadena nacional que le da un panorama general de la actividad de su otrora "pequeño pueblo" rodeado de viñas.
Delia suele esperar que su marido de 99 años, Constante Herrero, vuelva de hacer las compras de ese supermercado pacientemente.
"Ahí viene", dice, señalando con el mentón. Se lo ve cruzando lentamente la avenida ayudado por un bastón que le permite trasladarse en forma independiente a su casi centenar de años. El 21 de setiembre una reunión familiar que junta a alrededor de 50 personas en la mesa, servirá para celebrar sus 100 abriles.
Constante tiene algunos problemas auditivos pero eso no le impide charlar sobre la situación actual, con la que no está de acuerdo para nada, especialmente con la violencia que atribuye a la "penetración de culturas extrañas, como la norteamericana. Deberían mejorar los programas de TV y mostrar más de lo nuestro", dice.
En tanto, Delia prefiere hablar de sus seis hijos, 17 nietos y bisnietos. "Tenemos seis hijos. Primero nacieron José Alberto, Angela Esther y Rubén y después de 8 años ?compré' a Alfredo, Delia Elisabeth y Marta", recuerda con una amplia sonrisa que le brota fácilmente.
Lógicamente hoy ambos están jubilados. Él como comerciante y ella como profesora de piano. Siempre tuvo alumnos particulares, recuerda, y dejó de tocar su piano "porque él me lo vendió hace un tiempo", señala con simulada cara de disgusto.
Cabe destacar que esta pareja es recordada por su actividad comercial en su almacén de ramos generales que debieron cerrar, en el mismo lugar donde ahora viven, con la aparición de los supermercados. "Ya no vendíamos nada", dice Delia.
Relata que la actividad de su negocio se centraba en la venta de mercadería a las fincas de San Rafael. "Los patrones venían y llevaban los pedidos para sus contratistas y a fin de mes pagaban. Se usaba la libreta y todos cumplían".
En otra parte del relato Delia asegura que en San Rafael las tormentas graniceras han sido siempre un problema.
"Recuerdo que teníamos que bajar las persianas del almacén porque las piedras, del tamaño de un huevo de gallina, rompían los vidrios. Después decían que el granizo caía más por la construcción de los diques pero creo que no es así. Aquí siempre cayó piedra y muy grande, aún antes de que construyeran los embalses", asegura con gesto adusto.
Ambos abuelos se lamentan porque ya no queda gente de su edad. No están seguros, pero son de los pocos que vieron crecer completamente lo que ahora es una ciudad de casi 100 mil habitantes.
"No quedan amigos ni muchas personas para hablar de nuestros tiempo", se lamenta Delia, aunque generalmente no les faltan interlocutores a ninguno de los dos.
La gente pasa y los saluda. Algunos se detienen y comparten una charla cualquiera. Los chicos también aprovechan, especialmente a Delia, para encarar cualquier tema. Ella en su "silla vecinal" está dispuesta a compartir aunque Constante prefiere refugiarse en su casa con su mundo de recuerdos.