No hay más historia que la presente”, dice Georg Lukács, y “en la política, no hay pasado ni futuro, sino sólo un eterno presente”, agrega Carl Schmitt. El núcleo de la acumulación capitalista en la segunda década del siglo XXI es la convergencia estructural de los países emergentes con los avanzados o, lo que es igual, el aumento del ingreso per cápita y el incremento de la productividad de los primeros por encima de los segundos.
Participar de la globalización del sistema capitalista y generar una política “desarrollista” en el siglo XXI es integrarse a las cadenas transnacionales de producción y atraer en gran escala la inversión extranjera directa de las empresas globales.
El interés nacional reclama un doble movimiento de integración. Hacia afuera, se orienta a integrarse a las cadenas globales de producción y a la sociedad mundial. Hacia adentro, busca construir sistemáticamente a la Nación, a través de la unidad y la integración de todas sus regiones y sectores sociales.
Los países emergentes fueron responsables de más de 80% del crecimiento global en 2012. ¿Qué arrastra el auge del mundo emergente y en desarrollo? Es la convergencia estructural -productividad, ingreso per cápita- desde los países emergentes hacia la frontera del sistema (EEUU), en un proceso que se inició hace dos décadas (1991) y que se encuentra aún en su fase inicial.
El mundo emergente crece el doble y el triple que los países avanzados y converge en productividad e ingreso per cápita (catch-up) con la frontera tecnológica del sistema. Entre 1991 y 2000, los países emergentes y en desarrollo que crecieron más rápido que EEUU, fueron 35 sobre 111 (32%), y aumentaron a 99 en los últimos diez años.
El caso de China es decisivo. Su porcentaje del PBI per cápita estadounidense era 2% en 1991, y tras llegar a 8% en 2000, ascendió a 20% en 2010.
El proceso de convergencia se ha acelerado en los últimos 10 años y tras el punto de inflexión de 2008 (caída de Lehman Brothers), los grandes países emergentes (China, India, Brasil) crecen sobre la base de la demanda interna y el consumo individual, con un aumento acumulado de los salarios reales y un ingreso sostenido del PBI real per cápita. Todo indica que la convergencia estructural adquiere mayor celeridad en estos 10 años.
En la nueva etapa de desarrollo capitalista, el papel del Estado como impulsor estratégico es esencial. Este rol crucial no es primordialmente administrativo ni de intervención directa, sino que se basa en su comprensión de las tendencias globales y en su aptitud para distinguir lo esencial de lo accesorio. El poder del Estado depende hoy del vigor y del acierto de su visión estratégica.
El desarrollismo del siglo XXI afirma que la primera de las instituciones es el gobierno; y que la lucidez y el vigor político de éste decide la orientación del conjunto y lo pone en movimiento. Por eso, lo fundamental para el desarrollo del mundo emergente hoy es el rumbo, la orientación, de su poder político. La política es un fenómeno de acción y de decisión, en el terreno del movimiento.
La experiencia china, y en general de los países asiáticos, es fundamental en este sentido. Justin Lin, ex vice del Banco Mundial y consultor de la conducción china, afirma que el crecimiento sostenido de un país en desarrollo depende de sus ganancias acumuladas de productividad, y que la única forma de lograrlo es a través de la constante innovación tecnológica y organizativa, capaz de desatar un proceso de expansión del producto por unidad de tiempo de trabajo en relación a los insumos utilizados (Economic Development and Transition.
Thought, strategy and viability, Cambridge University Press, 2009). “Hay que desatar la productividad”, señaló Deng Xiaoping, autor de las reformas chinas.
“El desarrollismo del siglo XXI” sostiene que es esencial impulsar el desarrollo de industrias que sigan las ventajas comparativas, de modo de desatar el potencial productivo implícito en su retraso frente al mundo avanzado y así acelerar el crecimiento sostenido.
El papel del Estado es crucial. Es una acción esencial de tipo estratégico que tiende a facilitar la actividad de las empresas en la explotación sistemática de las ventajas comparativas. Es una “intervención inteligente”, de carácter decisivo.
Desde una perspectiva argentina, el desarrollismo del siglo XXI requiere rescatar las concepciones centrales del desarrollo capitalista, ante todo las de Marx y Schumpeter, los dos grandes teóricos del capitalismo; al mismo tiempo, realizar un análisis sistemático de las principales visiones estratégicas del crecimiento económico.
Ante todo, las de Juan Domingo Perón, Rogelio Frigerio, Silvio Frondizi y Federico Pinedo. Ellos, hacia mediados del siglo XX y en distintas coyunturas históricas, elaboraron, en términos teóricos y prácticos, visiones de desarrollo de largo plazo acordes a la época.
El factor fundamental de la estrategia desarrollista del siglo XXI -su apuesta central- es la calificación de la fuerza de trabajo.
El capital humano, en esta fase de la acumulación capitalista, es el núcleo del capital fijo; y en ella, la “inteligencia colectiva” -en los términos utilizados por Marx en los Grundrisse- se ha convertido en el elemento fundamental del crecimiento económico y de la reproducción del sistema, por encima del capital y el trabajo.