A propósito del estreno de “Farsantes”, en la que se presume una supuesta historia (o histeria) gay entre los personajes de Benjamín Vicuña y Julio Chávez, me piden una opinión acerca del tratamiento que se le da en la televisión argentina a la homosexualidad y el travestismo.
Como actriz y travesti pienso que los personajes homosexuales más trascendentes de nuestra televisión han sido interpretados por heterosexuales. Así como en el teatro Nô y Kabuki japonés en el que las mujeres eran interpretadas por hombres o niños, o en los antiguos coros religiosos donde los hombres eran castrados para suplir los agudos cantos de mujer, en la televisión se siguen reemplazando travestis por travestidos, homosexuales por afeminados, lesbianas por machonas. Esto en el plano del humor podría funcionar, ya lo vimos a Gianola haciendo de las suyas durante años... Pero el tratamiento de la homosexualidad y el travestismo será correcto cuando las temáticas se equiparen, cuando veamos homosexuales, transexuales y travestis reales actuando no sólo en programas con cierta temática de género, sino en las tiras familiares que ocupan los horarios centrales.
Y me atrevo a ir más allá. Es hora de que la televisión salga del closet y reconozca la proximidad, la convivencia cercana y continua de lo diverso con lo hétero-normal de la sociedad argentina. Es hora de comenzar a ver historias comunes, historias de amor, de abandono, historias de trabajo, de lucha, en las que las minorías no son sólo papeles secundarios, sino activos partícipes de un país que sigue avanzando en torno a la igualdad.
La televisión tiene una responsabilidad. La de hacer llegar masivamente un mensaje de inclusión desde la verdad: es decir, reconociendo que todos somos capaces de formar parte de ella.
