Un miércoles a la noche, mientras las calles de la ciudad tiritan de frío y la luna se desmaya en el cobijo del cielo, ella traspone la puerta de la milonga.
Es como entrar en una película. Miércoles de fiesta, miércoles de milonga. El mundo y las estrellas al alcance de sus manos, con la esperanza que esa noche iba a vivir algo extraordinario. El salón estalla.
En un rincón, robándole un lugar a la pista, la orquesta invitada va dejando en el ambiente quejidos de bandoneón, acompañados por el violín, el piano y las guitarras, jugando un duelo a ver quién se luce más.
Y en la pista, los pies de decenas de persona besan el piso con pasos sensuales, entre cortes y quebradas, firuletes en el alma que se suben al corazón, como el champán, como el amor.
Pierna contra pierna, piernas entre piernas, piernas sobre piernas, marcas de lo prohibido, huecos de emociones.
Los reyes de la milonga, pelos engominados, zapatos de charol, sopesando las líneas de las mujeres, todos abrazados por la misma pasión: el tango.
El aire está caliente, la energía fluye, el humo de los cigarrillos y las luces suaves hechizan el ambiente. Es el gran misterio que desprecia a unos y bendice a otros.
Ella resiste altiva hasta el último momento por el cabeceo que no llega, o que llega para la otra. Observa con disimulo tragándose las lágrimas.
¿Cómo su amor imposible, su amor ideal, baila apretadito con esa otra, la morocha de boca jugosa y falda vaporosa, con sus pechos desbordados, su espalda desnuda, sus piernas torneadas enfundadas en delicadas medias con liga de encaje color negro?
Esa otra a la que su varón parece expresarle cosas susurradas al oído, y que ella corresponde con sonrisas socarronas.
Toda una invitación para pecar. Y cuando la pista va clareando, ella, esa muchacha que vino a la milonga tratando de olvidar en esa noche la rudeza laboral que denuncian sus manos, deja resignada el salón y emprende el retorno.
Dar un paso afuera es romper el encanto, la fascinación, la espera. Significa enfrentar nuevamente la vida tal cual es. Un perro trasnochador y pulgoso la sigue hasta la parada del bondi, como acompañando su tristeza, sus sueños rotos.
Al final de otra milonga de miércoles, la aguarda la misma pieza de pensión, vacía, indiferente, sin una cama tibia que la espere y un abrazo que la reciba.
Tal vez el próximo miércoles…