"Si le pasó a Alfredo Alcón, ¿por qué no podría pasarme?". Miguel Angel Solá invierte el rol, pregunta y espera una respuesta. Faltan tres meses para que suba al avión que lo devolverá al punto al que llegó liviano y sin tantos laureles a fines de los '90. Regreso.
O cierre de un círculo. "En 1.500 días en este país hice poco. Volví en 2015, dos obras de teatro, una película, una telenovela", contabiliza triste. "A mí no hay nadie que me proteja. Y en un punto, esto le pasa a muchos grandes actores del país: basta mirar las cuentas de Pepe Soriano".
La ausencia de convocatorias televisivas y cinematográficas, el desconocimiento de los productores argentinos jóvenes que no lo vieron en acción en los '70, '80 y '90... Intentos de entender cómo a semejante portador de currículum no le llueven las propuestas. Un cúmulo de factores lo devolverá a Madrid, tal vez definitivamente. Pero el primero de los motivos, jura, es recobrar el vínculo diario con sus hijas Cayetana y María Luz, que viven allá, e inscribir a Adriana, de 6, en la escuela española. "La vida por WhatsApp es una basura y no quiero eso".
Se lo nota desconcertado. Tiene 69 años, la barba más frondosa, y una carrera bestial en el sentido más positivo. Medio siglo de actuación, más películas que años, premios suizos, ingleses, franceses, portugueses, españoles, cubanos. Y estatuillas de las nuestras, todas, Konex de Platino, Martín Fierro, Cóndor de Plata...
Entiende que "un hombre no es un árbol, no tiene que crecer donde lo plantan", por eso piensa cruzar el Atlántico de nuevo, en busca de ofertas que aquí no surgieron.
Bucear en su historia es darse cuenta de que desde el principio Solá representa el triunfo desesperante de la vida, el sí a pesar de todos los pronósticos en contra. Llegó al mundo después de seis abortos espontáneos de su madre, Francisca "Paquita" Vehil, actriz que dejó un largo tiempo la actuación para cuidar al "diamante". Una foto en blanco y negro da cuenta de la fiesta que significó para esa familia el nacimiento después de seis pérdidas.
“Este es otro Buenos Aires. Mis primeros recuerdos están en la quinta de mis tíos, en Pacheco, yo montando un petiso. Mucha libertad, mi madre venía a buscarme a la plaza recién a las nueve de la noche. Papá, boletero del Maipo, me llevaba a todos los cines que ya desaparecieron. Y yo me colaba a ver teatro de revistas desde muy temprano”.
Tertulias familiares con artistas, una carrera de Licenciatura en Relaciones humanas, hasta que un aviso en el diario marcó el mismo camino que cinco generaciones de artistas (con su tía la gran Luisa Vehil como abanderada). “Buscaban a jóvenes de 16 a 26 para cubrir los roles protagónicos de una obra en el Instituto de Arte Moderno. Me presenté. Tenía 19”, marca las pausas, los tonos, el suspenso. “Me dieron el rol y en el estreno, en tercera fila, al centro, aplaudieron mamá, la abuela y la tía”.
El camino no pudo haber sido más perfecto. Sobresalió en todo. A fines de los '80. Ida y vuelta constante. En 1993 sufrió amenazas políticas. "Si no se deja de hablar mal del menemismo, será boleta", decía una voz anónima que llamó a la Asociación Argentina de Actores. Ahora todo es futuro, valijas, pasaportes, vuelta a empezar rodeado de dos mujeres que no pueden dejar de abrazarlo: Paula Cancio, su esposa, y la hija que tienen en común, Adriana. Telenovela, cuento epistolar, la historia de amor nació hace una década cuando ella fue a saludarlo al final de una función teatral y él demoró unos días en enviarle un mail para confesarle el flechazo.
-¿Te vas desencantado de la Argentina?
-¿Desencantado? No. Pero este país tenía un futuro que la clase dirigente rompió.
-¿Cuándo creés que se empezó a "romper" el país?
-Tengo 69 años, elegí la fecha que te guste. En los noventa, cuando me fui, ya estaba roto.
-¿Pensaste alguna vez en involucrarte para cambiar eso y hacer algo desde la política?
-Yo no soy político. No puedo aportar nada. Estaría agarrándome a trompadas. Y no tengo partido político. Ya no me representa nada. En la vida no me embanderé con nadie. Me gusta conocer a personas, no listas sábana.
-Tus primeros 50 años acá, más de 15 en España, los últimos cuatro otra vez acá. ¿Vas a ser eternamente un inmigrante con el corazón dividido, ni del todo feliz en Buenos Aires, ni del todo feliz en Madrid?
-No. Yo a la Argentina la extraño cuando estoy en la Argentina.
-¿Cómo sería eso?
-Tengo recuerdos muy poderosos de lo que era este país. Yo viví mejor en el pasado. Tengo una hermosa mujer y una hermosa hija que pertenecen al hoy y las amo profundamente, pero en ese pasado fui tan feliz... Todo lo que mostré en España lo aprendí en la Argentina.
-¿O sea que sos un eterno melancólico, un tango?
-No. Ser argentino es moquear por estar afuera. Yo extraño este país cuando estoy en él: porque antes había también hijos de puta. Pero había códigos de convivencia.
-En el fondo, aunque digas que no, parecés desilusionado, enojado...
-¡No hay enojo! Me dieron una distinción en la Legislatura y buscá lo que dije ese día. Es una especie de desconcierto. Veo que para trascender hay que hacer cosas que no me gustan. No he sido un tipo que iba a boliches para que le dieran dinero, no hice publicidades. Es raro estar entre el desasosiego de pagar las cuentas y que te digan que sos un gran artista, pero no te convoquen. Pero por favor, no es un problema de desilusión.
-¿Y qué es entonces?
-Simplemente que mi lugar ya no está aquí. Ya encontraré mi lugar.