Mi viaje favorito: Nicaragua, mi rol en el "sistema"

Mi viaje favorito: Nicaragua, mi rol en el "sistema"
Mi viaje favorito: Nicaragua, mi rol en el "sistema"

No recuerdo el año exactamente ahora, pero fue en el borde del nuevo milenio. En esa época fui seleccionado como jefe de misión para lo que se denomina "La semilla", un programa de viaje a un país latinoamericano, junto a un especialista de cuerda, uno de viento-madera y otro de viento-metal, para recolectar niños y armar una orquesta siguiendo la metodología de la red de orquestas y coros de niños y jóvenes de Venezuela, que llamamos "El Sistema". Un proyecto que enlaza la música y la educación infantil desde 1975 y del que formo parte desde hace 30 años.

A mi equipo nos tocó Nicaragua, un país en ese momento muy azotado por la pobreza y la crisis política y social. Todavía no se recuperaban del desastre del Huracán Mitch y continuaban las luchas entre el sandinismo y el Gobierno.  El plan era hacer un trabajo intensivo. Sin duda, un gran desafío.

Una vez que llegamos tuvimos que reconocer que no habían niños suficientes para armar un ensamble en Managua y tuvimos que dividirnos en grupo para ir a buscarlos por las distintas provincias. En ese recorrido, encontramos excelentes metalistas, chicos que tocaban muy bien trompetas, cornos y trombones. También fuimos a una pequeña población, fronteriza con Guatemala, donde encontramos a un viejo maestro que tenía su pequeña escuela de música y enseñaba muchos instrumentos. Su contrabajo tenía cuerdas de nylon que no había cambiado en 40 años.

El siguiente paso y no menor,  fue juntar la orquesta de niños y la Orquesta Nacional de Nicaragua en un solo concierto. En esta reunión descubrimos que el ambiente ciertamente no era hostil pero tampoco favorable. Se notaba un letargo que tenía que ver con un medio que era contrario para desarrollar esta actividad, pero una semana después de los ensayos, fue cambiando esta energía densa y los ánimos se desbloquearon. El resultado fue una  satisfacción enorme para mí.  Algo luminoso se había impuesto.

En esa época, el director de la Nacional de Nicaragua, que además daba clases, tenía un salario de 150 dólares por mes. Era complicado vivir de una carrera profesional en ese país. Pero sólo era la punta el iceberg de una crisis profunda que se palpaba al salir a las veredas. Allí vi niños cargando bebés recién nacidos, pidiendo limosna y drogándose inhalando pegamentos. Esto fue un shock para mí.

Al mismo tiempo estaba convencido de que la música los podía salvar, los podía alejar de aquel presente miserable. Uno deja una semilla, aunque siempre se siente la incertidumbre de no saber si esta semilla seguirá creciendo, especialmente cuando se ve un Estado ausente. En esa época dudaba de mi propia eficacia para trabajar para El Sistema pero luego en Nicaragua algo cambió.

El mismo día que volví a mi casa en Venezuela me tomé media botella de ron mientras no podía quitarme aquellas imágenes de los niños abandonados. ¿Por qué ellos no tuvieron esas mismas oportunidades? ¿Por qué era tan injusto? 
Éste fue un viaje emocional, transformador y no dudé más de mi rol en esta red de orquestas juveniles.

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