La izquierda americana enfrenta un nuevo desafío en México donde Andrés Manuel López Obrador acaba de asumir la presidencia de tan importante país luego de los fracasos consecutivos tanto del tradicional PRI (Partido Revolucionario Institucional) como de su oposición por derecha del PAN (Partido Acción Nacional).
López Obrador llegó a tan trascendental cargo prometiendo un cambio muy profundo en el alicaido México donde la crisis económica y el avance fenomenal del narcotráfico encuentran a una población desanimada y a una clase dirigente a la defensiva, además de incluir, como en casi toda América, grandes focos de corrupción.
A principios del siglo XXI una oleada de izquierda recorrió todo el territorio hispanoamericano a su largo y a su ancho y fueron muchos los pueblos que creyeron en las promesas de modernidad y progreso con las que se comprometieron todos estos exponentes de una visión política que hasta entonces casi siempre había estado en la oposición y por eso sus representantes no mostraban los vicios de los dirigentes tradicionales.
Además, esta izquierda supuestamente renovada y apta para asumir los desafíos de la gobernabilidad, se encontró con un continente favorecido por una excepcional oportunidad histórica por una valoración enorme de sus materias primas debido, en particular, al despertar del gigante chino al consumo masivo.
No obstante, pese a todas esas ventajas tan amplias la izquierda en democracia falló en casi todas las asignaturas propuestas. No tardaron nada sus líderes en desarrollar un caudillismo con intenciones vitalicias que en poco y nada se diferenciaba de los antiguos mandamases “bananeros” de América Latina que también aspiraban a la eternidad. Eso hizo que para lograr sus objetivos de reelección indefinida, los supuestos progresistas arrasaran con todo lo institucional que se los impedía, deteriorando en vez de fortalecer las democracias.
Por otro lado, en vez de dedicarse a aprovechar la buena situación económica para proveerse de colchones de ahorro a futuro o desarrollar la infraestructura para el desarrollo, sólo se ocuparon de promover un consumo más electoralista que permanente mientras que por arriba construyeron nichos de corrupción por lo cual los nuevos dirigentes también en esto imitaron a los anteriores que reemplazaban.
Además, sus fórmulas políticas no fueron modernas, sino que adoptaron un ideologismo superado que atrasó en vez de impeler al progreso.
Hoy ya casi no quedan rastros en América de ese supuesto progresismo de izquierda y los que restan están profundamente cuestionados como ocurre en Venezuela, Nicaragua o incluso en Bolivia donde su líder Evo Morales está rompiendo todas las promesas con tal de continuar del modo que sea en el poder.
No es un buen aliciente que todos estos presidentes de la fracasada izquierda latinoamericana hayan celebrado tan eufóricamente la llegada de López Obrador al poder, como se vió con la presencia del ya devenido dictador venezolano, Nicolás Maduro, que fue abucheado por buena parte de la elite política mexicana. Sin embargo, nada de ello tendría que llevarnos, en principio, a prejuzgar acerca de las intenciones y futuras acciones de López Obrador, quien hasta ahora se ha mostrado como un político razonable que está dispuesto a escuchar y a sumar voces de todos los colores a su ambiciosa propuesta de gobierno.
En un momento en que las corrientes políticas indican otro rumbo en nuestro continente, es de desear que el nuevo presidente mexicano reconstruya las opciones de izquierda democrática para ofrecer otra opción más, en vez de caer otra vez en la tentación autoritaria, enfermedad que afecta tanto a la derecha como a la izquierda.