Llegar unos días antes de las elecciones en México, gracias a un excelente programa de observación realizado por la Confederación de Parlamentarios de las Américas (COPA), me permitió entrevistarme con politólogos, organizaciones sociales, candidatos y la gente que iba a participar del acto electoral.
La frase que decían, en todos los ámbitos, era: "Esta es una elección histórica", y sin dudas lo fue. Ese 1º de julio se elegirían más de 13.000 candidatos con boleta única en seis categorías, representantes de 3 frentes electorales y un candidato independiente, algo poco frecuente para un país en el que un solo partido (PRI) dominó la escena política durante 70 años.
Tanto tiempo de supremacía electoral de partidos dominantes, sumados a la ambición de la conquista territorial del crimen organizado, pusieron un signo de violencia sin precedentes que terminó con la vida de más de 130 dirigentes políticos este año y con la autoexclusión de algunos miles de candidatos que, presos de la extorsión y la intimidación, resignaron postularse, sobre todo en distritos complicados como Veracruz, Guerrero, Puebla y Oaxaca.
En las organizaciones sociales que fuimos a visitar nos advirtieron sobre fraude, discriminación a mujeres (a pesar de la ley de alternancia de 2014); voto cadena, voto familiar, compra de votos, adulteración de listas. Entonces, la tarea a la cual nos convocaron llamaba a estar prevenidos, todo indicaba que nuestro trabajo y el de 31.000 observadores internacionales iba a ser arduo y también riesgoso.
El contexto era el siguiente: las encuestas decían que Andrés Manuel López Obrador lideraba la elección presidencial por más de 15 puntos; fue quien había tomado distancia -ante la opinión pública- de los típicos vicios de los partidos de poder: corrupción, inseguridad, connivencia con el crimen organizado.
Los analistas políticos hablaban de una campaña sin grandes definiciones, sobre todo, en lo referente a lo internacional: relación con EEUU y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Temas estos que sí gravitan sobre la vida económica y el empleo, en un México que tiene un exiguo crecimiento de 2% y un 50% de población bajo la línea de pobreza.
Por esos días, la pregunta recurrente para mí era si esa fuerza social que López Obrador había logrado conquistar, por mérito propio y errores de sus adversarios, iba a ser suficiente para lograr una victoria resonante como se pronosticaba.
Y tuve otras inquietudes: la campaña de voto libre, ¿había calado hondo en la conciencia ciudadana? La aceleración de la autogestión de información, a través de las redes sociales, ¿había sido lo suficientemente poderosa para formar opinión y criterio electoral en la población? ¿Se iba a poder materializar la voluntad democrática de la gente?
Ya en ese domingo de elecciones, mi equipo de observación (3 personas) relevó más de 30 puestos de votación y decidimos controlar el escrutinio en aquellas primeras mesas que habíamos observado para dar un cierre al proceso electoral.
Al juntarnos con los otros miembros de la Confederación (COPA) constatamos que se respetaron todos los procedimientos electorales, con un escrutinio en orden y todos, sin excepción, destacamos la notable participación ciudadana, su civismo y la clara comprensión y el alto compromiso en el proceso de votación.
Las respuestas a aquellas preguntas que me hice fueron contestadas porque la participación y el control fueron la clave de la legitimación del proceso y el resultado electoral.
La ciudadanía refrendó los candidatos de su preferencia ante tanta adversidad y violencia. Entonces, ya no quedan dudas de que la democracia se fortalece con la participación ciudadana (que cuenta con las redes sociales como nuevos aliados) y sobre todo, con herramientas electorales adecuadas como la boleta única.
México nos dejó esa lección y una esperanza: aún en contextos muy adversos una fuerte participación social puede vencer la violencia y el fraude. López Obrador tiene la tarea de honrar ese resultado.
Si lo hace fortaleciendo los vínculos de confianza creados con la ciudadanía que trajo vientos de esperanza y proyectando su gobierno a mediano y largo plazo, con el objeto de lograr desarrollo e inclusión, confirmaremos que esta elección cambió la historia de México.