La selección mexicana de fútbol no logra erradicar la desagradable inestabilidad que le caracteriza desde aquellas lejanas eliminatorias rumbo al Mundial de Corea/Japón 2002; la Selección Mexicana de Fútbol se consume entre la angustia y el temor; la selección mexicana de fútbol navega, en un presente movedizo, rumbo a un futuro incierto.
Lo que se vive hoy, es consecuencia de un pasado plagado de malos manejos. Urgen cambios radicales a nivel federativo, a nivel directivo, a nivel sistema de competencia, a nivel exigencia del jugador. Lo he dicho antes, y lo repetiré cuantas veces sea necesario: hasta que no se tomen decisiones priorizando el aspecto deportivo por encima del económico, el fútbol mexicano seguirá hundiéndose.
El accionar del combinado azteca, a lo largo de la Copa Oro, debe ser severamente cuestionado. En un torneo a seis partidos, dentro de una zona geográfica en la que México debió haber dominado de principio a fin, no hubo ritmo, no hubo energía, no hubo lucidez; sólo se consiguió la victoria, sin necesidad de ir al alargue, en dos ocasiones: la primera, frente a Cuba, un equipo amateur; la segunda, frente a Jamaica, en la instancia final.
Es vergonzoso que, después de 21 meses de proceso con Miguel Herrera como director técnico, el equipo no esté ni cerca de implementar una postura futbolística clara, ya no digamos agradable.
El título de la Copa Oro, para México, no significa nada y, si algún compatriota mío se siente orgulloso por el campeonato obtenido, está comprando una alta dosis de mediocridad y conformismo, disfrazada de un triunfo poco honorable, dicho con todo respeto.
La imagen de Justino Compeán, presidente de la Federación Mexicana de Fútbol (quien por cierto concluirá su mandato el próximo 1 de agosto),
Miguel Herrera y el resto de la plantilla Tricolor, festejando en la cancha de Filadelfia, me parece patética; el mensaje que mandan, deplorable.
Qué rápido se les olvidó lo sucedido en semifinales, contra Panamá.
Hay que recordarles o, mejor dicho, enseñarles, que la gloria no se encuentra en anotar un penal, avanzar a la final y ser campeón; los momentos gloriosos surgen cuando, de entre todas las posibilidades que se tienen para elegir, se opta por aquélla que dignifica la profesión, que enaltece la categoría, que honra el honor, y que engrandece al ser humano.
Sólo aquél que rechaza la tentadora oferta de un soborno; sólo aquél que se niega a consumir sustancias prohibidas; sólo aquél que se opone a sacar ventaja de una situación injusta; sólo aquél que impide una agresión; sólo aquél que obstaculiza el engaño; sólo aquél que defiende el juego limpio…
Solo aquél, en una cancha o en la vida, dignifica el camino.
Quien no acata las reglas del deporte, jamás podrá obedecer las normas de la vida; quien no acepta el orden del deporte, jamás podrá tolerar los preceptos de la vida; quien no respeta la esencia del deporte, jamás podrá honrar lo más puro de la vida.
¿Será el deporte un reflejo de la vida? Quizá, la vida, sea un reflejo del deporte.