¡Metete con mis hijos! - Por José Niemetz

¡Metete con mis hijos! - Por José Niemetz
¡Metete con mis hijos! - Por José Niemetz

Había probado esta vez con un costillar de cerdo a la parrilla (sal, limón, pimienta, nada más) al que acompañé con un puré de camote y una guarnición de berenjenas y pimientos ahumados en el mismo rescoldo. Salió bastante bien aunque debo admitir que si los comensales no toman las costillas con sus dedos para comérselas, es una señal muy evidente de que no debería enorgullecerme demasiado por mi desempeño como asador.

Había conocido a Carlos R. en la sala de profesores de la Escuela Técnica y en cuanto le dije che, te podrías venir con tu esposa el sábado a casa a comer un asadito, ya me había arrepentido. Carlos R. (cincuenta y pico) había perdido su trabajo (como tantos trabajadores) cuando la empresa en la que se desempeñó durante casi 30 años quebró (como tantas otras empresas). Ahora dictaba Física, Matemática, Química y lo que sea parecido a esas disciplinas con tal de sobrevivir. Julieta, su compañera, fue quien arrancó con lo más destacable que sucedió esa noche:

-¿Pueden creer? La escuela de los chicos nos envió un aviso diciendo que esta semana tendrían una clase de ESI.

-Con mis hijos no se meten, dijo Carlos con actitud de barra brava.

-¿Qué es ESI?, pregunté ante la mirada desesperada y suplicante de mi mujer.

El silencio que se instauró fue tan incómodo que Julieta no atinó a otra cosa que a reclamar un aplauso para el asador.

-Gracias, gracias –dije humilde, pero díganme… ¿qué es ESI?, pregunté aunque mi mujer negara con su rostro como una convulsa.

-Es otra de las nuevas perversiones…  pero lo más grave de ésta es que sucede en la escuela. Les van a enseñar a los chicos que es igual ser nena, nene o marica. Les van a enseñar a hacerse la puñeta y a franelearse entre ellos.

-¡Ah!, respondí. ¡Qué alivio! Yo pensé que se trataba de la Educación Sexual que nosotros tuvimos…

-¡Nosotros no tuvimos ninguna Educación Sexual!, se apuró a responder Carlos.

Para esta altura de la cena, yo ya estaba consciente de que tenía un nuevo tema para mi próxima nota para el diario. Por eso, continué echando nafta.

-¿¡Ah, no!? ¡Cómo que no! Acaso esa figura del libro de primer grado donde la mamá y la nena están lavando los platos y el papá está sentado con el nene mirando tele… ¿no era Educación Sexual? Acaso el bullying, las burlas, la organización de los roles en la escuela… ¿no eran Educación Sexual? Estimado Carlos, déjame que te enseñe un secreto: toda educación es sexual.

-¡No es lo mismo!, gritó el ingeniero Carlos.

-¡Por suerte!, respondí.

-Con mis hijos no se meterán, patoteó otra vez.

-Qué lástima, dije apurando el malbec. Deberán aprender mirando porno.

-¡Ellos no miran porno!, dijo furioso colocándose de pie ante el escándalo de nuestras mujeres.

-Jajajaja –estallé en risotadas burlonas.

-Bueno, bueno, bueno…  suficiente –dijo mi mujer. ¿Quién quiere tomar otro cafecito?

-Fijate vos…  Yo sí quiero que se metan con mis hijos... fundamentalmente porque para eso está el Estado, para eso está la educación: para que se metan con ellos.

- Sí pero…

-Si pero, nada. Demasiados años lleva el Estado sin hacerse cargo de lo que tiene que hacer en educación…  porque la ESI es antes que nada eso: educación.

-Es educación pero…

-¡Exacto! Es educación pero…  ¿sabés “pero” qué? El pero con el que vos iniciás todas tus respuestas es porque la educación que este país pretende dar, no se parece a lo que vos querés como educación, a lo que vos crees que debe ser la educación. Pero no se parece a tu ideología, a tus creencias, a tus supersticiones…

-Bueno, dijo Carlos apurando su café, definitivamente vos y yo somos muy diferentes…

-¿Viste? Terminamos de acuerdo... ¡Somos tan diferentes! Yo prefiero que mis hijos crezcan felices y libres de los dogmas y fetiches en los que yo creo…   por eso no me asustan ni los contenidos de química, ni los de biología, ni los de ESI.

-Todo bien, pero con mis hijos no se van a meter…

-Querido Carlos, enterate: la apropiación de la infancia por parte de los padres ya era vieja en el siglo XIX, cuando se pugnaba por una ley de educación pública para todos.

No hubo piñas y, casi con seguridad, no habrá más asado con esa gente. Luego, mientras lavaba los platos, recordé que más del 50% de los casos de abuso sobre niños suceden dentro del ámbito familiar y se me ocurrió la peregrina idea de que entre los miles y miles de hogares como el de Julieta y de Carlos tal vez también sucedan los casos de abuso, acaso, más terrible que pueda sucederle a un niño: el de condenarlos a la ignorancia.

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