Por Fabián Galdi, Editor Más Deportes digital - fgaldi@losandes.com.ar
Johan Cruyff fue un prototipo de los '70: porte de estrella de rock, melena al viento, imprevisible en su toma de decisiones, creativo hasta el hartazgo, cualidades técnicas propias de un artista, cabeza erguida en el control de la pelota, volumen de juego en base a frenos, enganches, gambetas, saltos flexionados y la precisión de un cirujano a la hora de resolver. Un genio en las canchas. Y quizás el mejor jugador europeo de todos los tiempos, seguramente por encima de Michel Platini, Bobby Charlton, Franz Beckenbauer, Paolo Maldini o Andrés Iniesta, entre otras estrellas de nivel premium.
El fallecimiento del excepcional futbolista holandés, a sus 68 años, producto de un cáncer pulmonar, volvió a poner en el centro de la escena a una de las referencias insoslayables a lo largo del siglo XX. Que no haya levantado una Copa del Mundo con su Selección es una circunstancia propia del intríngulis futbolero. En veinte Mundiales, no existe ninguna formación que haya marcado una bisagra como fue la Naranja Mecánica del'74. Y si perdió la final ante los alemanes, luego de haberse puesto en ventaja al minuto 1, esta situación se transforma en meramente anecdótica porque nadie recuerda al campeón como si al equipo que marcó un tajo en la historia.
Cruyff fue un revolucionario a tiempo completo y supo interpretar a la perfección el fútbol total que creó Rinus Michels, quien fuera votado por sus colegas como el mejor entrenador del siglo pasado. El Ajax marcó un antes y un después entre fines de los '60 y principios de los '70. Con esa base, el cerebral armador se constituyó en lo que en el fútbol del viejo continente suelen denominar "regista" tal como si fuera el director de una orquesta. Cuando el Brasil de Zagallo se consagró en México'70, los analistas coincidieron en que esa "verde amarela" se había constituido en un hecho paradigmático inédito. Ese modelo, hasta desde el punto de vista estético, apuntaba a ser catalogado como único e irrepetible. Se equivocaron quienes así pensaron: en 1974, Holanda dejó boquiabierto al planeta futbolero.
La influencia de Cruyff se potenció cuando - ya director técnico - tomó el control del Barcelona y le dio a éste la identidad que le faltaba. Del estilo de roce físico se pasó a un cambio rotundo: por fin dejar de lado el relato de cómo justificar derrotas hasta pasar a hablar el lenguaje de la pelota, con el cual se sentía más cómodo que con el idioma español, el cual le resultaba dificultoso. Y no fue sólo una variación de método, si no el origen de una corriente interna que bien podría denominarse cruyffismo. Y fue cruyffista como nadie Pep Guardiola, primero como jugador - debutó bajo su tutela - y luego como conductor del maravilloso Barca 2008/2012, la máxima muestra del fútbol arte en un conjunto de club.
Las enseñanzas de Cruyff en LaMasía se asemejaban a rozar el mensaje de contenido artístico hasta en cada práctica de las divisiones menores. Si se permite la metáfora, el maestro pareció el continuador de una lista de celebridades del mundo de la plástica originada en los Países Bajos. Cada apreciación dedicada a quienes transitaban por la etapa formativa se ligaba a un pincelazo de Rembrandt, Brueghel, Del Bosco o Van Gogh. Basta pasar lista a los destinatarios: Lionel Messi, Xabi Hernández e Iniesta, entre otros. Lo sintetizó Guardiola con maestría: "Johan Cruyff pintó la capilla y los entrenadores del Barcelona sólo la restauramos o la mejoramos".
Messi es el producto más brillantemente gestado desde las entrañas blaugranas y bajo la consigna de que el talento no se fabrica en serie, sino que se potencia a partir del acierto en el proyecto que comanda un conductor grupal. Igual que todo proceso artístico, de tanta influencia en el plano futbolístico, se nutre de tal macrovisión: desestructurar, avanzar dejando atrás el anquilosamiento y provocar un cambio, en un ciclo ascendente que se renueva en forma permanente. Para Leo, la matriz del Barcelona/cruyffista/guardiolista contemporáno ha regido su vida más allá del fútbol a partir de una escuela de valores.
Ya es ocioso enumerar las virtudes que el cinco veces Balón de Oro expone durante cada temporada en el Barca y también en la Selección. En ésta, las críticas de sus detractores suelen pecar de fanatización extrema. Así, la radicalización de pensamiento sólo disminuye la eficacia del mensaje y termina diluyéndose cual si fuera la reacción de una persona caprichosa. Nadie en su sano juicio aceptaría que Leo estuviera fuera del seleccionado nacional sencillamente porque su presencia individual jerarquiza al conjunto. Y si aún no levantó una Copa tampoco puede juzgárselo con liviandad: son once los que entran al campo de juego. De hecho, Cruyff tampoco lo logró con el representativo de su país y ésto no implica menoscabo a su superlativo aporte al fútbol orange.
El messismo/cruyffismo jamás debería ser antagónico a la grandeza de Maradona y de Pelé, quienes sí se consagraron campeones del mundo con sus respectivas selecciones. Una piedra en el zapato en la valoración general sobre Diego y O'Rei en sentido figurado y no absoluto porque tanto el de Fiorito como el de Três Corações dominaron las épocas en las cuales se desarrollaron sus carreras. Futbolistas de excepción y con justicia ubicados en el podio de los tres mejores de la especie junto a Messi. Un escalón por debajo, apenas, aparecen Cruyff y Alfredo #DiStéfano. Los cinco jugadores más completos en casi un centenar de años de este deporte, nada menos.
En 2010, previo al Mundial de Sudáfrica, a Cruyff le pidieron una opinión sobre si su estilo de juego era comparable al de Messi y en una de su columnas en el diario holandés De Telegraaf lo negó. Es más, en el texto sostuvo que el juego de Leo era más parecido al de Diego que al que supo demostrar él. "Hay algo de Maradona en Messi - expresó - y tiene que ver a partir de su calidad notable con la pelota en los pies y sobre todo en espacios reducidos, donde los dos han sacado el máximo partido de su diminuta estatura".
Cruyff dejó su legado expresado en una multiplicidad de visiones, entre las cuales anidó una filosofía futbolística que se desparramó por generaciones. Leo, en cambio, aún tiene tiempo para concretar el sueño argentino de volver a alzar una Copa de máxima relevancia. Si así no lo hiciere, la balanza se inclinaría más hacia el lado positivo que al negativo. Lo que no podría discutirse es que los genios aparecen de tanto en tanto por el planeta fútbol. Y si encima somos contemporáneos para disfrutarlos, qué mejor.