Mucho se habló de la posición de Lionel Messi en la previa del partido. Y de una posición que había rescatado Pep Guardiola para su magnífico Barcelona hace 9 años. El famoso “falso 9”, un puesto que se había utilizado en los albores del fútbol y que era posible gracias a un jugador notable, con características técnicas superiores a la media.
La idea de un delantero que merodeara entre los centrales y los obligara a dejar su zona de confort para permitir la explosión por los costados era pretenciosa. También que pudiera conectar con los volantes para armar el juego. Claro que en Barcelona jugaba con Xavi, Iniesta y Busquets. Jugadores con mucha calidad y más agresivos que Enzo Pérez, Javier Mascherano y Ever Banega.
Recién lo hizo en el segundo tiempo, cuando remató de zurda tras el tiro libre de Banega y el rechazo de la defensa francesa. Y Mercado marcó el gol desviando el tiro del crack, un 9 más falso que nunca. En ese período, Leo se movió mucho más. Pero fue algo desordenado.
Así y todo, participó del segundo gol y le metió el pase exacto a Sergio Agüero, que cabeceó en el final y descontó. Y encendió el último instante de ilusión. No alcanzó. El mejor de todos se quedó sin gloria. Como en cada Mundial que jugó. Con él solo, está claro, no alcanza.
Y no rindió en su esplendor. Se esperaba más de Messi. También, del equipo, ese que nunca fluyó.
