Messi: no es por quien lo diga, la historia dejó que se escriba

Una semblanza sobre la influencia de Leo en el fútbol, que ya se alejó de lo meramente deportivo hasta transformarse en un hecho cultural.

Messi: no es por quien lo diga, la historia dejó que se escriba

Cuando el hombre dejó de ser un rudimentario pitecántropo y propició las bases culturales, lo hizo a través del juego. Y a medida que esa gesta lúdica se fue desarrollando, el ser humano creó, a imagen y semejanza de la esfericidad que lo rodeaba, un elemento tan simple como kármico: la pelota.

Casi simultáneamente, en un descubrimiento constante, muchísimas generaciones posteriores a Adán, el hombre conoció el oro y le atribuyó no solamente un valor de cambio económico y especulativo, sino propiedades terapéuticas y simbólicas, considerándolo portador de juventud y de longevidad.

Así transitó su existencia el supuesto descendiente del mono, surcando las etapas que le imponía su curiosidad y su evolución, de la mano del conocimiento, fomentando la ciencia, diversificando la religión, generando arte, incrementando su ambición y extendiendo su sorpresa.

La fascinación ante cada uno de esos aspectos, siempre estuvo, directa o indirectamente, vinculada a la competición lúdica, al posicionamiento que ese componente llamado juego le otorgaba a un individuo o a un grupo de pertenencia.

Y de esa manera la historia fue escrita por el accionar del hombre y el asombro fue el señalador que indicó cada nuevo capítulo. La historia necesitó de las revoluciones del espíritu para ir hacia adelante, para concebirse como un recorrido holístico con un protagonista tan inquieto como inconformista.

Hasta ahí todos coincidimos. No estoy agregando ninguna revelación.

Tampoco creo que la agregue con la siguiente manifestación, pero me deja la tranquilidad de haberla escrito.

Es que mi admiración se ha transformado en una miscelánea constante que va más allá del carácter épico con que este señor define las justas deportivas en las que se expresa. Y con esto no pretendo convencer a sus detractores ni sumar más fanáticos (dado que nadie podría lograr más adhesión que siendo él mismo). Es ni más ni menos que un maridaje perfecto entre la simplicidad de las cosas comunes y lo extraordinario de lo insólito, de aquello que resulta impresionante porque escapa a la creación del resto de la especie.

Y es fútbol y no es fútbol. Porque donde se manifiesta es en ese césped y no en otro lado. Porque ese terreno se transforma, se modifica, adquiere propiedades sobrenaturales y eterniza esa joya cual orfebre trabaja el material dorado. Pero en ese rectángulo no termina el fenómeno, porque hay una cofradía que sigue y enaltece sus hitos, un grupo proveniente de diversas latitudes del planeta, donde sus integrantes en muchos casos viven en las antípodas de muchos otros y, aún hablando distintos idiomas y atestiguando realidades tan disímiles, quedan subyugados a ese placer tan hipnótico como básico de observar a un tipo haciendo magia con la pelota.

Me dirán que como él hay y ha habido varios, que el hecho descripto no reviste singularidad alguna. Y, en rigor de la verdad, algo de eso hay.

Sin embargo, si las imágenes no hablan por sí solas y las retinas todavía no alcanzaron a comprender las sensaciones luminosas, entonces solamente basta con ver las estadísticas, las frías e innegables estadísticas por las cuales los máximos referentes de todas las épocas de esta disciplina aseguran sin ninguna vacilación que “él es el mejor del mundo”. Las cifras son exageradas, exponen números que nadie más ha conseguido y, además, son reveladoras de ese “alguien de otro mundo” así definido más por su calidad que por sus cantidades de cantidades.

Estas líneas quizás intentan reproducir la dialéctica de una trayectoria más que su vinculación con el sentir popular. Porque en una línea de tiempo espontánea se pueden combinar por albedrío histórico y debido a sus gloriosos pies, todos los ingredientes de la expectación y la superación del juego.

Mientras tomo unos mates contemplando las secuencias icónicas de sus conquistas, veo a un pibe que sonríe queriendo escapar de las cámaras que pululan por doquier. Y ese pibe no me representa menos debido a su sumisión espasmódica. Porque, personalmente, no necesito que este astro del deporte mundial me redima de nada, como tampoco busco que sea un orador consumado y, en nombre de la patria, agite con su verborragia equivocaciones absolutistas de dictadores del Siglo XX o arengas demagógicas de alcance enajenado. A mí me basta y me sobra con esa irreverencia casi infantil con la que desafía a las leyes del mercado con su genuino disfrute de potrero, olvidando por momentos los flashes y el espectáculo que lo circunda. Esa es la ejemplaridad que proyecta no sólo en sus colegas del balompié sino en el universo deportivo en general, sean amateurs o profesionales, judocas, nadadores o atletas.

Porque el diez ha evolucionado durante una década de carrera y luego de ella continua haciéndolo. Porque hoy, establecido en su cenit, se fija periódicamente nuevos objetivos y, con su temple tranquilo pero pasional, evidencia tanto una lacerante derrota como la más disfrutable de las victorias. Su vigencia es su marca más notable y es muy probable que actualmente no podamos dimensionar su trascendencia deportiva. Justamente por su perfil subterráneo que contractualmente logra burlar la publicidad. O por su voz bajita, con esa singular cadencia que da cuenta que todavía no se acostumbra, no sabe, no cree su significación en el aquí y ahora, su resignificación en el mañana y su lugar en la historia. Historia que, como yo, se deleita poniéndole palabras a esa libertad despojada de toda vanidad. Historia que más allá de los miles de años, no deja de maravillarse ante la capacidad del ser humano para perfeccionar el juego, aún sin quererlo.

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