Fabián Galdi - fgaldi@losandes.com.ar
Ya pierde sustancia la permanente comparación entre Diego Maradona y Lionel Messi con respecto al grado de valoración en cuanto a sus respectivas performances en la Selección. Crear un antagonismo entre ambos, cual si fueran entidades separadas por un abismo y en tono irreconciliable, es ni más ni menos que errar de por sí en el arranque mismo del interrogante. Cada uno en su contexto y en etapas diferentes han marcado tajos en la historia del fútbol de todos los tiempos. Llevar los límites hasta negar a uno en contraposición del otro asoma como un infantilismo a todas luces irracional. Optar por el "o" antes que por el "y" para situarlos en confrontación en vez de integración es - cuanto menos - una arbitrariedad. Y por qué no - también - el apego a una actitud tan cínica como perversa.
Tanto Diego como Leo se han formado en ciclos de la vida política argentina entrelazados por hábitos, costumbres y modelos diferentes en lo sociocultural; descontextualizar el análisis comparativo es un camino sin retorno hacia un callejón sin salida. Uno atravesó su infancia y adolescencia en situaciones de marginalidad extrema y el otro pasó la transición de un ciclo de crecimiento a otro rodeado de privilegios que supo aprovechar. Los dos han fusionado sus caminos en el sentido de pertenencia al mayor símbolo al que puede aspirar un jugador de fútbol nacido en la Argentina: la camiseta 10 de la Selección.
#Maradona sufrió el máximo golpe de . Más allá de que el "Flaco" hizo debutar en la Selección a Diego cuando éste tenía 16 años (5-1 a Hungría en la Bombonera, en 1977) y luego lo convirtió en el estandarte del seleccionado campeón mundial juvenil en Tokio'79, lo cierto es que aquella herida en el orgullo del Diez jamás cicatrizó, ni siquiera con la convocatoria al Mundial'82.
Paradójicamente, quien más aprovechó la curva ascendente de Maradona fue Carlos Bilardo, el gran adversario de Menotti. Las altas perfomances de Diego en México'86 e Italia'90 son pruebas irrefutables de tal situación. Poco después, tras el nocaut del 0-5 de Colombia en el Monumental, el eco del "Maradóoo, Maradóoo..." en Nuñez provocó un estado de conmoción tal que Alfio Basile - por entonces el DT - se vio obligado a pedirle al Diez que retomara sus entrenamientos y colaborara con el equipo para el repechaje frente a Australia. Un año después, ya en Estados Unidos'94, una etapa se cerró tras la comprobación del dóping y el peso simbólico de la frase contundente del astro: "Me cortaron las piernas".
#Messi tampoco saltó etapas formativas, pero al igual que a Diego se le fueron acelerando los plazos en su fase de ascenso hacia la Selección mayor. Tras un brillante paso por el Sub20 campeón mundial en Holanda'05, a Leo le llegó la oportunidad de debutar a los 18 años en el seleccionado conducido por José Pekerman, aunque el recuerdo de ese momento fuese un manchón en su carrera: fue expulsado a los 30 segundos por una infracción durante el juego (1-1) entre Hungría y Argentina. Después llegaron tres mundiales sucesivos: 2006, 2010 y 2014. Tras los dos últimos, también, las sensaciones encontradas respecto de la aprobación y/o desaprobación de sus respectivas producciones según el cristal con que se mire.
Ahora, tras la final perdida en la reciente Copa América - la cual se suma a la de Brasil'14 - la andanada de críticas parece haberlo puesto a Leo por primera vez reactivo. La semana pasada, tras la mini gira por Estados Unidos - dos goles a Bolivia y uno a México - fue el mismo Messi quien declaró: "Mientras el técnico quiera voy a estar siempre, más alla de muchísimas críticas y muchas de mala manera por no conseguir un título".
Con tal afirmación ("mientras el técnico quiera voy a estar siempre"), el cuatro veces Balón de Oro se emparenta con Maradona en su decisión firme de no renunciar a vestir la albiceleste, independientemente de las taxativas - más de una vez lapidarias - apreciaciones negativas que hubo de uno y otro en su momento. En Leo están frescas, como también las sufrió Maradona luego del Mundial de España.
La resonancia que provoca el fútbol no debe llevar al equívoco de que este fenómeno de ninguneo y desprecio esté ausente en otros deportes. En el tenis y en el básquet, por ejemplo, también se han producido situaciones semejantes más allá de que no hayan tenido tanto rebote mediático.
En 1981, por ejemplo, las diferencias personales entre los tenistas #Guillermo Vilas y #José Luis Clerc provocaron un cisma en la relación de un grupo que iba en busca de la Copa Davis. Tanto "Willy" como "Batata" estaban en el pináculo de sus respectivas carreras y las tensiones iniciales entre los dos derivaron en fobias del uno hacia el otro y viceversa. Primero se observó en la serie de visitante en Timisoara, frente al débil equipo rumano, en cuartos de final. Sin embargo, el conflicto se desató a pleno en el momento más inoportuno: la final en Cincinnati contra la poderosa formación de Estados Unidos. Sin ni siquiera mirarse y menos darse voces de aliento, así y todo Vilas y Clerc forzaron que el duelo en dobles se llevara hasta el quinto set en una histórica definición, la cual finalizó en favor del local. Más allá de lo engorroso del hecho, lo cierto es que los dos profesionales pusieron a la Argentina por arriba de sus problemas de relación y rindieron al límite de sus posibilidades.
En estos días, la épica clasificación del seleccionado argentino de basquetbol frente a México, ante la presión de 18 mil espectadores en el Palacio de los Deportes azteca, hizo agigantar las figuras de #Luis Scola y de #Andrés Nocioni, los dos sobrevivientes de "La Generación Dorada". En el palco, Emanuel Ginóbili se emocionó hasta las lágrimas y también desautorizó a quienes lo critican por no haber jugado para la Selección después de Londres 2012 y sí haberlo hecho para los Spurs. Tanto "Luifa" como "Chapu" condujeron a los más jóvenes a lograr el objetivo de llegar a Río 2016 y lo hicieron con el mismo espíritu que también demostraron Vilas, Clerc y Maradona tanto como ahora lo hace Messi.
En una palabra, una cuestión de refuerzo de la identidad en torno a un valor en común: la camiseta de todos. Y no sólo del brillo de una estrella...la cual puede transformarse en una estrella fugaz si es que ésta se considera por encima de la construcción de un sentimiento colectivo.