En el vuelo de esa pelota hecha pájaro viajaron cuarenta millones de esperanzas. Igual al número de la camiseta de Lio, era la cantidad de iraníes que defendían estoicamente el derecho a ganarse la hazaña más importante de su vida futbolística.
En la determinación de Messi para un toque de control, acompañado de un medio giro contra la marca, y la decisión de buscar el palo más alejado del arquero, se volvió a reconocer la esencia del fútbol: imprevisión, ansiedad, angustia, adrenalina, tensión...y magia.
Y fue el capitán, el mejor del mundo, el que dibuja joyitas con su pie zurdo, el que sabe que éste es su Mundial, como el de Diego en México. Y fue gol a los 91, grito desatado, bienvenida disfonía. Y fue gol, abrazo, lágrimas, garganta en pedazos. Y fue gol, y es gol, porque todavía sigue siendo gol. Y es Argentina, cual si fuera una marca indeleble de su identidad: creer para crecer, crecer para soñar, soñar para que esta vez, en serio, la utopía decante en realidad.
Uno a cero contra Irán y clasificación dirá la estadística. En frío, como son los resultados. Sin embargo, las matemáticas no saben de emociones. Entonces es cuando la reflexión trata de ganar su espacio, y le cuesta.
Que la Selección haya necesitado de una genialidad de su gran estandarte no es un hecho menor. Estuvo a un minuto de resignar un triunfo que, en la previa, parecía que iba a ser acompañado por una performance de alto vuelo: una de esas producciones que combinan precisión, estética y eficacia.
Sin embargo, en el último cuarto del partido, Romero se convirtió en figura: tres reacciones clave; la segunda -notable- con la elevación justa para rozar el balón con sus dedos y enviarlo por sobre el travesaño. Que el arquero tome tanto protagonismo marcó a las claras que también se pudo haber perdido. Imaginemos hoy las secuelas de una derrota.
La Selección encontró el esquema que más siente y que mejor interpreta el deseo de sus jugadores, pero de ninguna manera puede inferirse que el sistema sea infalible. Esto, en la medida que ordena en la búsqueda de un objetivo al equipo aunque éste debe aprovecharlo al máximo de su potencialidad para hacer diferencia. El juego estructurado ayuda, no define. Colabora, no determina. Despeja dudas, no resuelve en cancha.
Argentina lo sintió durante todo el juego, en el cual haber posicionado hombres en campo rival nunca le aseguró cómo ganarse el espacio para hacerse valer en el uno contra uno.
La marcación iraní fue provechosa para el adversario a través de una supremacía desde el porte físico de una línea de volantes con un promedio de estatura de casi 1,85 mt; uno salía de la zona escalonada a presionar y entre tres y cuatro cerraban detrás, con el foco en Messi y la mirada de reojo en cómo encerrar a Higuaín y a Agüero.
En esa etapa inicial, la salida por intermedio de Gago fue prolija y el cambio de ritmo de Di María fue lo más parecido al desequilibrio, pero no bastó. Si no hay explosión por intermedio del cambio de ritmo, a un contrincante con dos líneas de cuatro pegadas para esperar sólo se lo puede superar por una eventualidad -acción individual o yerro defensivo- y no por una repetición de los movimientos por inercia.
Ocasiones para llegar al gol existieron, pero apareció Haghighi para mostrar que sus cualidades técnicas existen, como en el manotazo para despejar el tiro combado del Kun, que se colaba por el palo izquierdo del arquero, cuando promediaba el primer tiempo. Antes, le había achicado el espacio a Higuaín expandiendo su cuerpo cuando el delantero quedaba mano a mano para definir. En el complemento, excepto una corrida de Messi que terminó con un remate a colocar, cerca del palo derecho, el arco iraní no sufrió peligro.
Argentina sufrió demasiado al quedar tan estática. Demasiado tiempo el de Mascherano con la pelota, cuando su mejor función es la de recuperar y distribuir rápido. Gago, en general, cumplió, pero se esperaba más de su capacidad para el pase vertical. Di María, con su ida y vuelta, a veces se vio complicado con la excesiva subida de Rojo, quien suele terminar su trepada con centros y nunca encarando en diagonal hacia el área.
Atrás, los cuatro hombres en línea tampoco se sincronizaron en los relevos. Ya a los 4', un tiro libre de Dejagah en forma de centro no fue despejado por los centrales y la pelota se fue por el segundo palo. A los 41', otra duda defensiva y el cabezazo de Hosseini -solo- salió cerca del travesaño.
En el segundo tiempo, la defensa padeció otra vez por errores de coordinación. A los 16', por ejemplo, una palomita de Ghoochannejad provocó la primera gran tapada de Romero; luego, el manotazo salvador y finalmente el disparo de zurda de Ghoochannejad, que el arquero desvió con un exacto posicionamiento del cuerpo.
Messi, por ahora, sigue demostrando que es un jugador decisivo para aparecer por momentos. No puede girar un equipo exclusivamente alrededor de él, porque Lio no es un futbolista de las características de Maradona, quien pedía la pelota hasta en campo propio para empezar a armar. Ni siquiera en el Barcelona de Pep, la formación dependía del diez.
La Selección debe acostumbrarse a eso. El genio va a deslumbrar en algún pasaje, como lo hizo contra Bosnia y ahora con Irán, con dos golazos producto de su técnica de nivel excelentísimo. Se vendrá Nigeria, ahora, ya con la tranquilidad de estar en octavos. Debe venirse, también, la necesaria consolidación de la Selección como equipo compacto y no por pasajes fugaces. Este Mundial recién está empezando. Igual que Argentina. Con Messi, sabemos, todo es posible.