Por Maxi Salgado - Editor de Más Deportes - msalgado@losandes.com.ar
Fue, es y será el muchacho de la película. Su sola presencia en la provincia hizo cambiar la vida de muchos mendocinos. Un novio aceptó casarse a cambio de que su prometida le consiguiera una firma de Lionel Messi, de él estamos hablando. Dos hermanos, uno de ellos nunca había pisado el Malvinas Argentinas, pusieron en riesgo su integridad física y hasta su libertad con tal de tocarlo e interrumpieron el partido.
Están los chicos que pidieron la entrada como regalo de Día del Niño y los que se sorprendieron con las luces.
La verdad que el mejor regalo que nos dejó Messi no fue el gol con el que Argentina se quedó con el clásico y la punta de la tabla, Lionel nos hizo recordar lo lindo e importante que es divertirse dentro de un campo de juego.
Ese caño que tiró en el segundo tiempo fue una muestra cabal de ello. Esa acción que ejecuta con una picardía natural terminó sorprendiendo a todos, como también lo es la gambeta que mete cada vez que toca la pelota. "Nos da soluciones en cada intervención", decía Edgardo Bauza en la conferencia post partido.
Messi se divierte adentro de la cancha, y se lo ve en la cara.
Esta debería ser la principal enseñanza para los responsables de manejar nuestro deporte. Y no hablo sólo del fútbol. Ese deporte que está en el medio de la pelea entre dirigente y gobernantes. Si recuperamos la alegría, si dejamos de creer que el exitoso es el que gana con una mirada resultadista, seguiremos creando seres humanos propensos a la decepción constante.
Esa frivolidad que está tan arraigado en nuestra acervo popular, Messi sería un fracasado por haber perdido tres finales consecutivas y entonces no se entiende como puede llenar una cancha y que haya gente que pague tres o cuatro veces más el precio en la reventa, con tal de poder estar allí. Si hasta desafiaron al frío.
Justo en una provincia en la que si llueve o hace frío nos quedamos en la casa.
Debemos recuperar el carácter lúdico que todo juego (el fútbol lo es aunque no parezca) lleva intrínseco en su esencia.
Haciendo que los chicos se diviertan, estamos haciendo que sea más fácil jugar bien y jugando bien, siempre es mucho más fácil llegar al éxito.
“El juego queda, los resultados pasan”, dijo alguna vez ese maestro del periodismo que fue Dante Panzeri.
Simplemente brillante. Para aplaudirlo de pie y hacer carteles que deberían estar pegados en todos los camarines de las categorías formativas. Para que no lo olviden los niños, pero principalmente para que no lo ignoren sus formadores.
Porque, aunque parezca una verdad de Perogrullo, a los deportistas no se los debería formar sólo para la vida dentro de una cancha de juego, se le debería dar una formación integral. No debemos olvidar que hay sinfín de estudios que demuestra que de los miles y miles que comienzan a practicar deportes en la infancia, sólo un mínimo porcentaje llega a convertirse en profesionales.
En el tenis, por ejemplo, llega uno de cada 360.000. Llamativo, pero real. El resto tiene que insertarse en una sociedad en la que no todos es ganar o perder cada un tiempo determinado de juego.
Y porque hay que tener en cuenta que esos chicos serán los padres de mañana. Es decir los que formarán a futuras personitas.
Los mendocinos tenemos a un ídolo como Víctor Legrotaglie quien, según la vara con la que hoy medimos a los exitosos, no fue un ganador. Pero el legado más importante que dejó fue la sensación de felicidad que transmitía.
Nadie habla del título que ganó, pero sí de su pegada para "cansarse" de hacer goles olímpicos o de tiros libres. De sus payanitas con naranjas, de sus gambetas, de sus tacos.
Eran otros tiempos, en los que lo local producía orgullo. Otra cosa que deberíamos recuperar con rapidez.
Ver a 40.000 mendocinos desesperados por ir a la cancha, hace pensar en que nada está perdido. Pero para ello necesitaríamos que esa misma gente ponga la misma pasión todas las semanas.
Y esto es ir a ver al vecino, al primo, al hermano o al amigo que practica deportes en nuestra provincia. Alentarlo, acompañarlo, hacerlo sentir importante.
Veía a los políticos mendocinos en el palco y pensaba cuanto de estos señores y señoras conocerán la cancha de Beltrán, de Luzuriaga, de Cicles Club Lavalle. Seguramente muy pocos.
Nos pasa lo mismo que en la cultura. Siempre es bueno lo que se importa y se ignora lo autóctono.
Claro que después, como pasa en este caso con Funes Mori, nos apropiarmos de los nacidos en nuestra tierra que triunfan. En el caso de la música podemos mencionar a los Enanitos Verdes.
Si el paso de la Selección sirvió también para hacer una autocrítica, bienvenido sea. Sino, sólo hemos contribuido a alimentar el snobismo de nuestra sociedad, la misma que habitan los “pedidores” de entradas. Y en eso sí, somos los campeones del mundo.