El viernes, la plataforma Netflix puso en su programación la segunda temporada de la serie Merlí, una exitosa y atractiva producción española de la que los usuarios ya habían podido disfrutar la primera parte. Se trata de un drama producido por uno de los canales públicos de la comunidad de Cataluña, y que fue estrenado en 2015.
Esta segunda temporada es de 2016 y seguramente en breve la tercera llegará también a ese servidor de películas y series en streaming.
Sin embargo, esta versión de Merlí en Netflix ha llegado degradada en sus opciones, si la comparamos con la anterior. Y es que, a diferencia de la primera, no contamos aquí con su doblaje al español. Lo diremos de nuevo: es una serie española, pero no está en castellano, sino que su idioma original es el catalán. Pero si bien en la Merlí de 2015 los propios actores se encargaron del doblaje al español (que, de seguro, es el idioma natal de la mayoría de ellos), esta vez no se tomaron el trabajo.
La cuestión podría pasar como una mera desprolijidad, pero encierra, entiendo yo, cuestiones más profundas que tienen que ver con el terremoto político y social que vivió España este año: el golpe separatista que se intentó dar en Cataluña en octubre, y que derivó en consecuencias aún impredecibles.
Y es que Merlí (por cierto, una serie sobre un irreverente profesor de filosofía y su relación con sus alumnos) está producida por TV3, que aunque es una señal pública, ha sido utilizada por el gobierno autonómico de la región, invariablemente, para la propaganda independentista y para la que llaman "inmersión" del "catalán obligatorio" a través de la omisión y hasta la discriminación contra los hispanohablantes.
Por si a alguno se le escapa el detalle: en España el castellano es el idioma oficial de toda la Nación, mientras que los idiomas regionales (catalán, gallego, vasco, bable, valenciano, aranés) son oficiales sólo en las autonomías.
Llegados a este punto, descubrimos que el detalle de que a esta versión de Merlí el público que habla el español –un público potencial de casi 600 millones de personas en todo el mundo– debe ver con subtítulos una serie en la que sus actores y productores hispanohablantes deciden filmar en catalán –lengua que, exagerando, hablan sólo 10 millones... que a su vez hablan también el castellano–.
Si uno piensa en la cantidad de público que Merlí pierde por eso, sólo ahí se entiende que este buen producto artístico se encuentra preso, a su vez, de intereses ideológicos que no sería errado tildar de “diabólicos”. ¿“Diabólicos”? En efecto.
Me explico. El filósofo español Fernando Savater decidió volver de su retiro editorial hace poco y fue, justamente, por el problema del independentismo catalán. El autor de Ética para Amador acaba de publicar Contra el separatismo, nada menos que un panfleto (así lo llama él mismo) que viene a golpear con toda su fuerza dialéctica al intento de ruptura del catalanismo y movimientos independentistas similares.
En el prólogo, Savater le ve la cola al Diablo en todo esto:
“El separatismo no es solamente un movimiento político como tantos otros. Hay en él algo especialmente maligno, incluso desde una perspectiva mítico-religiosa. El diablo es, etimológicamente, el separador, dia-bolum, el que desune y rompe los lazos establecidos”.
Páginas más allá, al fin, Savater arriba a lo que Merlí nos ofrece como un botón de muestra:
“Me decían que en Cataluña no había ningún problema lingüístico, que era una reclamación ficticia de semifachas (…). Hoy queda poca duda de que la enseñanza en y del catalán es un instrumento persistente de adoctrinamiento".
Yo creo que quienes vieron lo disfrutable de Merlí podrán en esta segunda temporada apreciar sus virtudes, sea en catalán o sea en castellano. Pero, en fin, será un poco incómodo saber que el diablo está sentado en el sillón de casa.