Merecido reconocimiento al malbec

Es la variedad emblemática de la Argentina y la que permitió el ingreso de nuestros vinos a los mercados más exigentes. Mendoza cuenta con las condiciones climáticas y de suelo ideales para el desarrollo de todo el potencial del varietal.

Merecido reconocimiento al malbec

Días pasados se desarrolló en la provincia un evento especial que, bajo la denominación de Día Mundial del Malbec, tuvo como objetivo resaltar las virtudes de la variedad emblemática de la Argentina. Miles de mendocinos y de turistas tuvieron la oportunidad de degustar los vinos ofrecidos por las diferentes bodegas en las que se destacaban los terruños y la labor desarrollada por los enólogos para su elaboración. Actos similares se desarrollarán luego en Buenos Aires y en las principales capitales de los países consumidores, como es el caso de Nueva York, Lima, San Pablo y el Distrito Federal de México, entre otros y en reuniones especiales organizadas por las Embajadas.

El homenaje al varietal no surge de la casualidad. Es el cepaje que abrió los mercados del mundo para los vinos argentinos que, de los escasos centenares de millones de dólares que se exportaban hace dos décadas, llegaron a los casi mil millones de la actualidad, con perspectivas más que interesantes si nos atenemos a las respuestas de los mercados, sólo entorpecidas por medidas económicas aplicadas a nivel nacional que han generado que tanto el vino como los diferentes productos elaborados en la Argentina hayan perdido competitividad.

El malbec es una variedad de origen francés, donde era conocida como cöt y que llegó a Mendoza de manos del ingeniero Miguel Pouget, junto con otros cepajes como el cabernet sauvignon o el merlot. Un trabajo realizado por el ingeniero Alberto Alcalde, a través del estudio de las hojas, permitió establecer las diferencias entre cada una de esas variedades. Sólo cabría recordar sobre el particular que hasta no hace mucho tiempo, esas variedades eran conocidas sólo con el nombre de “francesas”.

En Mendoza, el malbec encontró el clima ideal para desarrollar todas sus virtudes. Clima seco, sin muchas lluvias; una gran amplitud térmica entre el día y la noche que permite que la cepa “descanse” en la noche y “trabaje” durante el día, a lo que se suma el terruño ideal que en principio se centraba en la denominada Primera Zona (Luján y Maipú) y que luego se fue ampliando, merced al trabajo y a los estudios realizados hacia otros sectores, especialmente en el Valle de Uco y parte del Este provincial. Esas virtudes se vieron reflejadas en vinos untuosos, suaves, con una gran persistencia en boca. Con esos vinos la Argentina, que era prácticamente desconocida en los círculos internacionales, comenzó ganando medallas en los principales concursos y luego una rápida y permanente inserción directamente en los mercados.

Para poder alcanzar esa calidad exigida por los consumidores más exigentes, las bodegas mendocinas comenzaron con un trabajo especial en los viñedos, realizando un manejo que determina una producción que permita una mayor concentración de calidad; sumó tecnología de punta y realizó inversiones para adquirir la madera que exigen los mejores exponentes. Los enólogos, por su parte, trabajaron sin egoísmo, a sabiendas de que el crecimiento del vino argentino en general terminaba aportando ventajas importantes, comercialmente hablando, en el plano individual. A punto tal llega esa situación que anualmente se realizan degustaciones en las que se presentan los mejores exponentes del varietal y los profesionales explican allí cómo trabajaron las diferentes etapas de la producción.

Si bien el presente es promisorio -los problemas actuales son extra industria- el futuro es aún más interesante. Mendoza ha duplicado la cantidad de hectáreas implantadas con el cepaje en los últimos diez años y puede responder a una mayor demanda porque está preparada para ello. Todas las variables son coincidentes, a excepción de las medidas económicas, y es de esperar que el crecimiento continúe.

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