Mercadillos: esencia local

Guiados por aromas, colores, por los pregones de los vendedores y por las tentadoras ofertas, sucumbimos ante los escaparates del mundo. Siete experiencias auténticas.

Mercadillos: esencia local
Mercadillos: esencia local

Caminamos sin mapas y guiados sólo por los sentidos, en búsqueda de rarezas, sabores o tesoros, del corazón de las ciudades. Así, despojados de prejuicios y con los sentidos atentos, transitamos por algunos de los atrapantes mercados del mundo.


Bangkok y Damnoen Saduak
Agua, shock de tonalidades y aromas, lentamente al avanzar por los canales, los viajeros sacan fotos, una tras otra, en un intento por captar cada detalle, por llevarse algo de ese caos.

Aunque cada vez más dispuesto como un show turístico, donde la comercialización de recuerdos -telas increíbles, manjares extraños y productos de agradables sabores, frutos exóticos y la incomparable cordialidad de los locales-, gana terreno en una puesta en escena claramente dedicada a los visitantes.

Damnoen Saduak es el nombre del mercado flotante más famoso de la urbe. Si quiere visitarlo, tiene que estar dispuesto a madrugar. El horario más conveniente es entre las 8 y las 10. A casi 100 kilómetros del centro -alrededor de dos horas en autobús-, cada día las vendedoras -en su mayoría son mujeres- protegidas del calor por los grandes sombreros de rafia, típicos de Tailandia, ofrecen sus mercaderías sentadas en sus barcas y longtails.

Disponen sus tentadoras ofertas, de manera impecable, para la venta. Además de productos frescos, artesanías, ropa y todos los souvenires que Asia brinda. Un dato: los mercados flotantes más pequeños de Bangkok merecen la pena conocerse. Por minutos nos trasladan en el tiempo a un pasado en que ésa era la manera preponderante de comerciar en el Oriente misterioso.


Madrid y su Rastro
Los objetos más dispares tienen su lugar cada domingo (y también feriados) en el mercadillo a cielo abierto más popular de la capital española: El Rastro.

Los puestos se suceden, más o menos amontonados con sus escaparates disparatados: muebles, ropa nueva y usada, antigüedades, artículos de ferretería, libros -usados, nuevos, antiguos-, vajillas, abanicos, ojos de muñecas (sí, hasta eso).

Como un evento social para algunos, como un paseo turístico para otros, como una forma de curiosear tras la búsqueda de un olvidado tesoro o simplemente para dejarse arrullar por el gracejo y el brillo decidor de sus puesteros, tanto madrileños como viajeros se acercan semana tras semana, llegando a congregar hasta 100 mil personas en un día -como anuncian orgullosos desde su página de Internet-. El paseo termina con gusto a jamón, tapas y cañas, en alguna terraza de la Latina.

Testigo de la historia del Madrid de Quevedo, algunos historiadores afirman que fue construido en 1650 -aunque hay quienes dicen que su origen es anterior-. Su nombre se remonta a la época en que en la zona había mataderos y curtidurías. Durante el traslado de las reses faenadas de un punto al otro, la huella de sangre que dejaban en el camino dio origen al apodo.

Histórico y actual, local y cosmopolita, entre esas divergencias reside la fórmula de éxito de este mercadillo que ha sabido transformarse al ritmo de la ciudad que lo alberga.


Moscú y el mercado Izmailovsky
Suspendido entre lo kitsch y lo nostálgico, ésa es la sensación que transmite el mercado Izmailovsk ubicado en las afueras de la capital rusa al que se puede llegar, fácilmente, en metro -un atractivo en sí mismo por sus magníficas estaciones- cuando se visita Moscú.

El recinto ferial posee réplicas de arquitectura rusa reconocibles como sus coloridas cúpulas acebolladas y en punta, o la imitación de los muros del Kremlin que rodean el circuito. El escenario recuerda a un olvidado parque de atracciones y nos trae por un momento a la mente los relatos costumbristas de Pushkin.

En los locales de madera del interior se ofrecen las tradicionales mamushkas: esas rubicundas muñecas de madera policroma que al abrirse en dos, muestran a otra más pequeña en su interior, que contiene a otra y otra más.

A ellas se suman, en nuestros días, versiones más actuales, compuesta por los ex líderes del país. Uno de los puesteros desenvuelve uno a uno del que surge un enigmático Putin que alumbra uno a uno a sus antecesores, pasando por Brezhnev, Krushev y hasta Stalin, para terminar en una pequeñísima figura de madera que -nos dice entre risas- es Rasputín. También se encuentran versiones deportivas como las compuestas por los jugadores del Barça, Messi incluido.

También exhiben antigüedades del período soviético y así, máscaras de gas, uniformes militares, sables, cascos y medallas de guerra, todo, hasta la historia convertida paradójicamente en souvenir, tiene su precio. Los puestos de comida callejeros acompañados del potente olor del humeante té ruso a la salida, son una excelente forma de dar por terminada la jornada con el más genuino sabor local.


Amsterdam y Bloemenmarkt
Color, frescura y bullicio es lo que exuda el Mercado de Flores de Amsterdam. Ubicado en el canal Singel, no todos se percatan que es flotante. En la actualidad, esas barcazas rememoran el tiempo en que las flores llegaban por esa vía.

Activo desde 1862, el Bloemenmarkt es un vivo ejemplo de la pasión de los holandeses por los tulipanes y las orquídeas, entre otras, que adornan jardines y ventanas en la ciudad.

En nuestros días, muchos de los puestos están atendidos por cultores y jardineros que ofrecen consejo y asesoramiento a sus clientes. Semillas, flores, plantas de interior, exterior, macetas, en la variada oferta. Ya sea para comprar recuerdos -los bulbos de tulipán suelen ser lo más populares entre los visitantes- o para maravillarse por las novedades en floricultura, recorrer el sitio es un placer.


Marruecos y sus zocos
Metonímica es la relación de Marruecos y sus zocos. De visitar el país y no adentrarse en sus angostas calles y perderse entre sus locales, no se conocería verdaderamente la esencia de este lugar.

Ya sea en su apariencia más turística como los de Marrakech, Tánger o Fez o, por otro lado, mostrando su costado más genuino como, por ejemplo, en Tetuán, la vida en Marruecos transcurre en ellos desde siempre.

Históricos comerciantes desde que su ciudad está situada en la puerta de Europa hacia el África negra, los marroquíes intentarán todo tipo de trucos y hablarán cualquier idioma con el solo objetivo de atraerlo a su negocio.

Regatear no sólo está permitido sino que es, prácticamente, un requisito a la hora de cerrar un trato. Sin embargo, no pregunte precios si no está dispuesto a comprar; muchos lo interpretan como una falta de cortesía.

La prolija forma en que, artesanalmente, se trabaja el cuero, seguramente sea un recuerdo que quiera llevar consigo en forma de monedero, cartera o zapatos.

Las especias de color y aroma intenso dispuestas en prolijas torres cónicas son una terrible tentación para los amantes de lo culinario. A la oferta de sabores, se suman la variedad de tés que el viajero optimista pretende imitar a su llegada y los tajines -recipiente de curiosa alfarería única, donde se preparan los platos típicos-. Viaje liviano y consulte el límite de equipaje porque seguramente querrá traer consigo infinidad de objetos de regreso.


Barcelona y La Boquería
"La Boquería es un templo de la gastronomía, un lugar en el que se concentran todos los pasos de la cadena alimentaria: desde los productores, recolectores, carniceros, pescadores que proporcionan los alimentos, hasta los clientes, sean particulares o profesionales, pasando obviamente por esta raza magnífica, tan característica, los comerciantes que hay en todas las paradas".

Así describe el aclamado cocinero catalán, Ferrán Adriá, al mercado barcelonés que desde hace siglos descansa en un costado de la rambla.

Colores, aromas, sabores y texturas diferentes se encuentran cada día en los pasillos de la Boquería para deleite de los transeúntes. Escaparates prolijamente dispuestos son protagonistas de fotografías. Turistas, cocineros, sibaritas, amas de casa y curiosos pasean con más y menos prisa por cada uno de los puestos.

Exóticas setas, trufas, hortalizas, embutidos, quesos, pescados y mariscos todo lo que necesita para un auténtico plato mediterráneo está dispuesto allí. Los bares y restaurantes en el interior permiten hacer una parada y observar -saboreando un bocadillo como un espectador silencioso - la función que cada día se lleva a cabo.

¿Quiere conocer a una ciudad? Intérnese sin miedo en los pasillos de su mercado, sienta sus olores, sus sabores recónditos y su bullicio. Captará su esencia, en directo.


Estambul y sus bazares
Estratégicamente situada entre Europa y Asia, la vida en la ciudad más importante de Turquía -Estambul- ha estado históricamente ligada al comercio. Los siglos pasaron y los imperios cambiaron.

Llamada Bizancio inicialmente y luego Constantinopla, desde que fuera la capital del Imperio Romano de occidente, hasta 1930 en que adoptó oficialmente la denominación de Istambul, creció hasta alcanzar hoy los 15 millones de habitantes.

Sin embargo, algo permaneció inmutable en la urbe testigo del comienzo de las Edades Antigua y Media: sus bazares. Precisamente allí nació esta palabra para definir este lugar de reunión de comerciantes.

Ya sean de especias o artesanías, con productos locales o imitaciones internacionales, más o menos turísticos, de un lado o del otro del Bósforo, Estambul ofrece opciones para todos los gustos. Sin embargo, algo es común a todos: aquí se palpita y se vive el ritmo de la ciudad. Estos laberintos de aroma y color son, hasta nuestros días, protagonistas de cada recorrido.

El Bazar Egipcio, también conocido como Bazar de las Especias, es uno de los más antiguos -su construcción se remonta a 1663- y también uno de los más visitados. Vecino al puente de Gálata y la Nueva Mezquita, su visita es  -prácticamente - un paso obligado.

Tarde tras tarde, turistas y locales se dispersan entre su casi centenar de tiendas. Canastos con pimentón, curry y pimienta hacen honor a su nombre. Variedades de té -se distingue el de manzana-, café y dulces típicos de fragante almíbar, completan los “paquetes” ofrecidos a los turistas.

El Gran Bazar se perfila como un auténtico laberinto con más de 4 mil tiendas y 45 mil metros cuadrados. Con secciones dedicadas a la joyería, productos de cuero, alfombras, espejos, lámparas, narguiles, telas y la lista continúa. Fácil es perderse en sus interminables pasillos hipnotizado por sus colores y la variedad de la oferta.

Aunque si está en búsqueda de un escenario más local y mejores precios, lo indicado es dirigirse a la parte asiática de Estambul -al otro lado del Bósforo-. Alejados del bullicio turístico, Üsküdar y Kadiköy son dos pueblos que permiten conocer los bazares turcos en su faceta más auténtica. Y una cosa más, no se olvide de regatear los precios. Comprar sin hacerlo resulta ligeramente ofensivo para los locales.

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