El snackeo, es decir el “picoteo” o consumo de alimentos fuera de las comidas principales, ha ganado terreno en la población mundial y Argentina no escapa a esta tendencia. Actualmente, 8 de cada 10 personas lo hacen. Entre los niños es más habitual aún y en particular entre los más pequeños: a menor edad aumenta no sólo esta costumbre de comer fuera de hora sino la cantidad de consumos diarios de este tipo.
Así pudo demostrarlo el estudio “Patrones de snackeo de la población argentina”, realizado por el Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil (Cesni).
Allí se señala que el snackeo puede reducir la calidad de la dieta pero también puede aprovecharse como una oportunidad para generar hábitos positivos y mejorar los aportes nutricionales. Esto adquiere particular relevancia en el caso de los niños, que están entre los más propensos al “picoteo” pero también son un terreno más fértil para sembrar hábitos saludables.
Los especialistas refieren que en general estos consumos son episodios no provocados por el hambre, sino que responden mayormente a un estímulo externo no fisiológico.
El estudio pudo determinar que se realiza mayormente durante la tarde (82%) y en menor medida en la mañana (70,4%). Por otra parte, casi la mitad (46,9%) snackea durante la noche, después de la cena.
Poco saludables
Entre los 6 y los 18 años de edad se producen los mayores aportes de grasas saturadas y azúcares agregados a través del snackeo. No es un dato menor si se tiene en cuenta el alto impacto de la epidemia de sobrepeso y obesidad que afecta sobre todo a esta franja etaria.
Un dato revelador es que sólo un tercio de los encuestados tiene un consumo saludable. “Al establecer el patrón de snackeo de cada individuo, de acuerdo a la proporción de los alimentos consumidos de cada categoría se observa que una tercera parte de la población (32,3%) tiene un patrón saludable, el 37,3% un patrón mixto y el 30,4% restante un patrón menos saludable. Los preescolares (35,9%) y los adultos (34,9%) son los grupos con mayor frecuencia de patrón saludable, mientras que los adolescentes (39,6%) muestran la mayor prevalencia de patrón menos saludable y los preescolares (17,9%) la menor”, expresa el informe.
Esta conducta alimentaria poco cuidada puede tener un impacto negativo en la salud, en tanto el snackeo menos saludable aporta cerca del doble de las calorías, 3 veces más cantidad de grasas saturadas, azúcares libres y sodio, y menos de la mitad de vitaminas que un snackeo categorizado como saludable.
Si se contempla el total de aportes diarios, estas comidas no impactan demasiado desde lo calórico (entre el 5 y el 12% de la energía diaria), pero representan el 9% de las grasas saturadas y el 23% de los azúcares agregados, aportes que deben estar más regulados.
Por otra parte, los investigadores detectaron que los alimentos consumidos en el snackeo son muy variados: infusiones con azúcar (19%), frutas (17%), panificados y galletitas (14%), bebidas e infusiones sin azúcar (13%), yogur (9%) y azúcares, dulces, golosinas y postres (9%).
En cuanto a la calidad nutricional, la mitad de lo consumido es pobre mientras que la otra mitad incluye frutas, lácteos y cereales.
Una oportunidad
Identificada esta práctica, los especialistas reunidos en el Congreso Nacional de Pediatría que se realizó en Córdoba y concluyó el pasado viernes, señalaron la oportunidad que implica poder generar hábitos saludables en los niños a partir de esto.
“Los padres tienen un rol muy importante porque deben estar atentos a qué comen los chicos y cuándo lo comen. Son quienes tienen que identificar si los chicos comen por hambre, por alguna emoción o por aburrimiento”, señaló la psicóloga Valeria Luski, coordinadora del área infanto juvenil de la Clínica Doctor Cormillot. Es que los padres son los que modelan los hábitos de alimentación: son ellos quienes hacen las compras y deciden qué es lo que se come en una casa.
Los profesionales coinciden en subrayar que la principal herramienta de la que se puede dotar a los niños es la información sobre los beneficios de una buena alimentación, de manera tal que sepan decidir. Es que si bien cuando son pequeños son sus padres los que eligen, cuando adquieren independencia serán ellos quienes decidan.
“Al comienzo de la escuela primaria ya se le puede comenzar a transferir información, con un discurso adaptado a la edad, sobre la importancia de la alimentación y del propio cuidado”, señaló la psicóloga Cecilia Sottano.
Asimismo, el contacto social también es un factor desequilibrante, particularmente entre adolescentes para quienes los pares son un parámetro de conducta. Es que es difícil que un chico coma en la escuela una merienda saludable que llevó desde casa si el resto de los compañeros no lo hace. Lo mismo si debe ir a comprar él mismo a un quiosco o panadería.
Por ello, Luski recomienda mantener un diálogo abierto con los chicos, apartado del juicio de lo que está bien y lo que está mal. Y propone generar una conversación que los acompañe a pensar a través de preguntas, en la que ellos puedan sustentar su elección y llegar a cuestionársela de ser necesario.
El rol activo de la escuela
Fátima Ghazoul, nutricionista del departamento de Educación para la Salud de la provincia, destacó que el rol fundamental lo cumplen los papás. Sin embargo, la epidemia de sobrepeso hace pensar en la escuela como un ámbito ideal para transferir conocimientos sobre cuestiones alimentarias que luego puedan ser llevadas al entorno familiar.
Actualmente, los contenidos sobre temas nutricionales no están incluidos en la currícula, sino que aparecen esporádicamente. Y cuando son trabajados se debe a iniciativas de los docentes o proyectos institucionales, pero de ninguna manera alcanzan a todas las escuelas.
En este marco resurge una vieja deuda provincial: lograr que los quioscos escolares ofrezcan más productos saludables. “El espacio escolar debe propiciar hábitos saludables, ofreciendo opciones como frutas frescas, alimentos lácteos fortificados, frutas secas, jugos de fruta naturales, etcétera, porque allí los chicos se educan y forman socialmente. Sin duda ya sea en casa o en la escuela, el snackeo es una oportunidad para mejorar la calidad de la alimentación infantil”, concluyó María Elisa Zapata, magister en Nutrición Humana y Calidad de los Alimentos.
Los snacks pueden ser saludables
“Los chicos tienen que saber que hay productos que no son saludables, que los tienen que restringir y no consumir a diario. Ni todo es bueno, ni todo es malo. Tienen que saber lo que es mejor para ellos. Los alimentos lácteos fortificados, las frutas, las verduras, y los cereales de grano entero son buenas opciones para el momento del snack. Los lácteos aportan proteínas, calcio, grasas adecuadas y de calidad. Hoy los encontramos además fortificados con calcio, vitamina D, hierro, zinc, vitamina A, que son nutrientes críticos de la población infantil”, enumeró la nutrcionista María Elisa Zapata.
Según detalló, los snacks que se deben ingerir son los de alta densidad nutricional; es decir, aquellos que aporten numerosos nutrientes (calcio, vitaminas, hierro, zinc, proteínas de alta calidad) en relación a su valor energético o calórico.
Su colega Fátima Gazhoul enumeró que hay que preferir frutas de estación y regionales y que no se debe olvidar el agua. Las gaseosas, jugos y aguas saborizadas están desaconsejados por sus aportes poco saludables. Cereales de grano entero, como tutuca, arroz inflado o quinoa inflada, también son buenas opciones. Pueden mezclarse con frutas secas o desecadas (como banana y otras) pero esto con moderación por su aporte calórico.
Turrones de maní, barritas de cereales, sanguchitos de jamón y queso (no todos los días) son otras opciones. Y como siempre, lo más saludable es lo elaborado en casa, como bizcochuelos, pororó, panes, galletas o bizcochos.
En cuanto a los lácteos, hay que preferir el consumo en casa ya que al llevarlos a la escuela pueden perder la cadena de frío, salvo que se trasladen con algún refrigerante.