1- Es uno de los recuerdos de mi infancia que nunca se evaporaron. Es más: permanece en mí hasta en los detalles mínimos, grabado a fuego como todas las cosas importantes que se viven por primera vez. Aquella noche del 25 de enero de 1985 yo me había quedado a dormir con mis hermanos, y no era una rareza, en casa de mis abuelos. Era una típica casa chorizo de adobe, que ya había soportado una decena de terremotos y que solo la bola de acero del progreso pudo demoler años después.
Aquel sábado caluroso de enero yo era un niño que se acababa de acostar en la cama porque era tarde, casi medianoche. Cuando el reloj marcó las 00:08, el suelo empezó a moverse y la cama a repiquetar en la pinotea del piso. En ese instante el calendario ya marcaba 26 de enero, una fecha que los mendocinos también tenemos marcada a fuego.
Aquel fue el primer terremoto que viví en mi vida; ni siquiera conocía esa palabra a mis 8 años. Por eso no entendía nada mientras mi abuela gritaba desde la pieza de al lado “¡está temblando!”. En mis oídos todavía siento los golpes de las patas de la cama contra el piso, mientras mi cuerpo se quedaba duro bajo las sábanas y yo miraba el techo más sorprendido que asustado.
Al rato llegaron mis padres, que habían salido disparando de la cena en la que estaban. A esa altura el miedo me había invadido, un miedo que había absorbido de las caras de los mayores que conocían bien eso que para mí era desconocido. Eso era un terremoto y aunque en la casa de mi abuela solo se habían caído algunas cosas al piso, en otras partes del Gran Mendoza había tirado casas. Muchas casas. Y en el diario Los Andes del día siguiente nos enteraríamos que también se había llevado algunas vidas. Seis vidas.
2- Según los registros que muestra el Inpres (Instituto Nacional de Prevención Sísmica) en su sitio web, en los primeros 15 días de enero de 2020 hubo 25 sismos con epicentro en la provincia, aunque solo 6 fueron “sentidos”, es decir que se movió la tierra literalmente. Tres de ellos fueron el miércoles, la última vez que un temblor nos sacó la sonrisa a los mendocinos. Solo el 2, el 10 y el 12 de este mes no se movieron los sismógrafos del Instituto. Así que, mal que nos pese, Mendoza tiembla casi a diario aunque no nos demos cuenta. Como también tiembla San Juan y en menor medida La Rioja, Salta, Jujuy y otras provincias ubicadas en zona sísmica. Algunos en el mundo tienen huracanes, otros tsunamis, o inundaciones… A nosotros nos tocó el Zonda y los (escasos) terremotos. Creo que tan mal no nos fue en el reparto.
3- El sacudón del miércoles (casi 5° Richter) revivió en mí aquellos recuerdos de hace 35 años. El ruido de las cosas golpeándose, el piso agitándose, la cara de pánico del ferretero al que le estaba comprando en ese momento (que habrá visto mi cara de pánico también), la gente huyendo hacia ningún lugar con tal de no estar bajo un techo… Sí, Mendoza tembló otra vez, aunque siguiendo con los paralelos ahora no hubo casas derrumbadas ni muertos que llorar. Hace 35 años que no tenemos que remover escombros, solo recuerdos. Eso significa que, según mis cálculos, hay dos generaciones de mendocinos que no han tenido que enfrentar un terremoto. Ni sus consecuencias. Esto es una gran noticia, porque las catástrofes naturales giran por el planeta a la par del globo (miremos Australia si no). Pero también es un signo de alerta: ¿qué pasará cuando llegue el próximo gran sismo, que los geólogos saben que algún día llegará? ¿Qué iba a pasar si el miércoles ese temblor corto y explosivo era mayor? ¿Cómo iba a reaccionar el 50% de la población de Mendoza que hoy tiene menos de 40 años y nunca vivió un terremoto? ¿Bastarán los simulacros de prevención sísmica en los que a veces nos obligan a participar aunque nosotros prefiramos evitar porque total, no tiembla nunca?
Las respuestas las tiene el próximo gran temblor destructivo, ese que hace 35 años acumula energía en algún lugar del interior de las placas tectónicas de Cuyo.