Por Leo Rearte - lrearte@losandes.com.ar
Dicen que la primera víctima de una guerra es la verdad. ¿Lo es también en una catástrofe?
México, aún en ruinas, se aferraba a una esperanza, a una bandera, que tenía por nombre "Frida Sofía". Una niña de 12 años, decían los medios, decían las redes sociales, decían los vecinos y también decían las autoridades. Una pequeña que varias horas después del fatídico terremoto del 19 de setiembre, se mantenía con vida, bajo los escombros de la escuela Enrique Rébsamen. Un movimiento de 7,1 en la escala de Richter se había tragado a cientos de víctimas, y millones de televidentes prestaban su mirada a un móvil del canal Televisa que nunca apagó la cámara. Aguardaban que la estudiante fuera rescatada, que venciera el destino y que, convertida en esperanza, se ofreciera como paliativo a tanto dolor. ¿Qué se "sabía"? Que se llamaba Frida, que había movido su "manita" debajo de dos pisos de estructura, que le habían llevado agua con una manguera, que los perros habían indicado dónde estaba.
Hasta que de repente, Frida Sofía no existió más. La marina mexicana emitió un comunicado diciendo que esa chica nunca había sido tal, que se trató de un rumor, ¿de una leyenda urbana instantánea? Televisa, colorado de vergüenza, tuvo que salir a remover el archivo reciente y escupió los tapes de los rescatistas, de las autoridades que le habían echado nafta a ese bolazo colectivo. Nunca hubo nada. Ni manita que se moviera ni manguera con agua. Ni perros.
Los especialistas hablaron de neurosis colectiva, de que en el terremoto de 1985 sucedió algo parecido, ya que se difundió el rumor de que había un niñito tapado por paredes, llamado Monchito y que, a la luz de los acontecimientos, su historia terminó siendo más de lo mismo. Puro espejismo.
Mendoza, en aquel fatídico 26 de enero de 1985, también tuvo su especie de Monchito, su especie de Frida Sofía, y su neurosis colectiva. Pero en este caso, lo que se difundió falsamente fue una tragedia: se dijo, por los medios de la época, por los corrillos y a viva voz, que un hospital entero se había derrumbado, cobrándose las almas de toda su población. Se hablaba de la tragedia del Hospital El Carmen, en Villa Hipódromo.
¿Qué pasó realmente? En 2005 pude entrevistar a médicos, enfermeros y pacientes que vivieron el último gran terremoto mendocino entre los muros de adobe de ese hospital. “El primer recuerdo es como un trueno descomunal. De repente, una gran sacudida” -me dijo la enfermera Mónica Zapata, entonces convaleciente de una operación de vesícula en el Hospital El Carmen-. “Se agrietaron las paredes en forma circular y se cortó la luz. Gritos, muchos gritos. La gente más alterada era la de Traumatología, que no podía levantarse de su cama”.
“Todos comenzaron a rezar en voz alta, al mismo tiempo”, agregó su marido Claudio Funes, también enfermero del hospital.
Jaqueados por la sorpresa, el personal evacuó a los más de 200 pacientes. A oscuras, sin instrucción antisísmica, acarrearon gente sobre colchones, camas o sillas de ruedas a través de los pasillos de la antigua construcción. Los movimientos se complicaron con el desmoronamiento de un tanque de agua que inundó parte del patio. La situación, entonces, estaba lejos de ser controlada. Un puñado de pacientes, incluso con el suero o tubo de oxígeno en la mano, se dio a la fuga sin esperar orden alguna.
"Los compañeros estaban con signos de emoción violenta. Algunos de ellos presenciaron la caída de la torre del campanario de la Iglesia... Imaginate", agregó Juan Pablo Agüero, jefe de Cirugía. "Fue una desgracia con suerte -comentó Jerónimo Garro, cocinero de la institución-. Recuerdo que en la Sala 7, había camas desocupadas repletas de ladrillos".
Lo dicho: gran parte de la estructura de adobe se mantuvo a pesar de las fisuras que atravesaron sus paredes. No hubo víctimas fatales. Sin embargo, por aquellas horas toda Mendoza creía que El Carmen estaba sepultado.
La leyenda dice que el cura asignado al hospital no estaba conforme con las autoridades de esa institución. O tal vez, los nervios lo empujaron al borde del delirio. Lo cierto es que frente a los micrófonos de los medios, el religioso repitió que bajo los escombros yacían 150 personas. "Las radios se hicieron eco, y hablaban del desastre del Hospital", recordó la enfermera Mónica Córdoba. No ayudaron los comentarios de varios de los policías apostados en la puerta. Lacónicamente, repetían: "No se puede pasar, el hospital se cayó y hay muchos cuerpos".
A nivel de penetración de medios, tecnología e infraestructura, es incomparable 1985 vs. 2017. Pero también es llamativo lo poco que esta maraña de redes, periodistas, móviles, mensajería instantánea, ayuda a desactivar estos mitos que surgen como hongos en el terreno húmedo de la desgracia y que a veces hasta multiplican.
La primera víctima de una catástrofe es la verdad. Y el victimario, en la época que sea, siempre es el miedo.