La provincia tiene una historia de mitos vinculados al ambiente por los cuales aparecen miles de definiciones maravillosas acerca de la importancia de su cuidado, pero en la vida diaria seguimos con prácticas que lo dañan cada día más ante la mirada impasible de las autoridades y de los propios mendocinos.
Vivimos hablando del cuidado del agua, nuestro recurso escaso, y aún seguimos vendiendo el agua por metro cuadrado en las zonas urbanas y por horas de turno de riesgo, el sector agrícola. En ningún caso la vendemos por litro, que es lo que corresponde a un recurso escaso. Lógicamente, como no existe esa convicción, nunca se hicieron las inversiones necesarias y así después nos quejamos de que tenemos el mayor consumo per cápita del país. Lo mismo ocurre con el cuidado de los árboles, pues tenemos una arboleda ciudadana muy antigua y sin registros de su estado de salubridad ni control de las frecuencias de riego por los canales naturales, que son las acequias. Pero mientras tanto se hacen talas indiscriminadas y es mucho más peligroso cuando se verifican en zonas donde corresponde a vegetación autóctona.
Hay que recordar que los árboles son los que permiten vivir sanamente en Mendoza por su valioso aporte al ambiente. Un caso paradigmático de nuestra desidia en el cuidado del ambiente es la fabricación de ladrillos. Para su fabricación se usa tierra de lo que fueron fincas fértiles para luego armar los hornos y cocinarlos quemando árboles o arbustos previamente talados, que nadie controla de dónde han salido. Es una paradoja, castigamos al que hace asado con jarilla pero miramos a otro lado a los que hacen talas para cocinar ladrillos. Como se ve, la construcción de una casa basada en ladrillos implica un doble daño ecológico, ya que se destruye tierra fértil que luego se cocina apelando a la tala indiscriminada de árboles arbustos, pero todos lo ven como natural y a nadie le perturba la conciencia el daño producido. Es necesario comenzar a tomar conciencia pero, también, establecer normas claras para evitar daños.
Las zonas actuales de fabricación de ladrillos en El Borbollón y El Algarrobal están asentada sobre antiguas fincas dedicadas a la horticultura que ya no sirven más para uso agrícola pues hay propiedades en las que se cavado hasta un metro de profundidad generando un desequilibrio que va a dañar a todas fincas de la región, cuya recuperación llevará muchos años. Pero nadie hace nada con la excusa de defender puestos de trabajo, pero esta actividad ya no es compatible con la subsistencia del inestable ecosistema del oasis cuya población aumentó y superó las previsiones que justificaron permitir este negocio. Mendoza debería dejar de lado la construcción con ladrillos, algo que ya se hace en edificios e incluso en algunas construcciones donde se usan placas de hormigón y divisiones interiores con panelería. Mendoza, hasta por cuestiones sísmicas, debería adoptar sistemas constructivos livianos, muchos de los cuales ya tiene autorización por haberse probado sus aptitudes antisísmicas.
El puntapié debería darlo el IPV en la construcción de nuevos barrios adoptando este tipo de sistemas que, además, acortan los tiempos para la finalización y entrega de las unidades de vivienda. Pero indudablemente hace falta una normativa que sea obligatoria en toda la provincia que debe partir de la prohibición de fabricar ladrillos tradicionales en el territorio provincial, dejando espacio para ciertas unidades cerámicas o de material. La provincia debe adoptar normas constructivas modernas y para eso hay muchos ejemplos que se pueden seguir de lo que ya se está aplicado en el mundo, como el Pacto Solar de Brasil, que estableció la obligatoriedad de alimentar con energía solar los nuevos edificios. Algunas iniciativas privadas ya han comenzado a incursionar en nuestra provincia pero hay que darle mayor impulso. La modernidad también implica cuidar el hábitat.