En algunos medios nacionales, ciertos periodistas han establecido una muy discutible correlación entre las atrocidades ocurridas en el Instituto Antonio Próvolo y la forma de ser cultural de los mendocinos, como si existiera algún tipo de complicidad o indiferencia implícita entre los delitos y la sociedad. Se trata de un evidente prejuicio que confunde la naturaleza moderada de los habitantes de esta provincia con silencios que en realidad nunca fueron tales. Con esa misma lógica, pero dada vuelta, podría decirse que, en Mendoza, la misma comunidad y sus representantes se han encargado de denunciar y poner a la luz de la opinión pública barbaridades que en muchos otros lugares aún permanecen ocultas, pero que existen con al menos igual magnitud a aquellas de las que nos estamos ocupando. La calidad institucional de Mendoza, que ni los peores gobiernos han podido desmantelar, porque es patrimonio popular, se ha puesto firme e indignada ante el escándalo del Próvolo y nadie cejará hasta que todo sea debidamente descubierto y condenado.
En otras palabras, Mendoza toda está consternada desde que descubrió que dentro de su comunidad se cometieron actos indignos de tamaña magnitud, y por ello se ha ocupado de poner en evidencia con toda fuerza y exigiendo justicia frente a estos hechos que lamentablemente aún siguen ocurriendo en muchas partes del mundo sin tomar el estado público que sí tomaron acá.
Lo que sí deberá ser responsabilidad de la Iglesia Católica en todas sus jerarquías es la de ser implacable y nada tolerante con los responsables de tamañas perversidades, demostrando que esa práctica deleznable, que se supo tener en el pasado acerca de ocultar el delito y de trasladar a sus responsables a lugares lejanos, ha terminado para siempre. Porque, por lo visto, sus consecuencia aún prosiguen como lo demuestra el Instituto Próvolo y está por verse si todos los miembros de la Iglesia obedecen las órdenes papales de llegar hasta el fondo en la resolución y denuncia de todos los casos como éste.
Por eso es que se hace necesario, fundamental e imprescindible que todas las autoridades eclesiásticas expliquen detalladamente qué harán en concreto tanto con las complicidades de este caso como con todos los otros que aún pueden estar aconteciendo.
Es preciso que todo el pueblo sepa de qué modo identificarán, perseguirán, excluirán y sancionarán a estos réprobos que, junto con sus maldades, están atentando gravemente contra la autoridad de la Iglesia cuyo mayor capital es su magisterio espiritual al cual han puesto en riesgo, tanto por lo monstruoso de sus actitudes como por su increíble desarrollo cuantitativo en las más diversas comunidades a lo largo de todo el mundo donde el catolicismo tiene influencia.
Sería muy importante, siguiendo esta misma lógica y razonamiento, que el Santo Padre, una vez debidamente informado de todo lo que seguramente era conocido por cómplices en las sombras, nos aporte su palabra esclarecedora. Definiciones contundentes del Papa condenando un hecho ocurrido en su patria de origen, fortalecería convicciones y despejaría temores. Por eso es de esperar que escuchar su voz pueda transformarse en realidad.
Una de las principales misiones que se impuso el Papa Francisco desde sus inicios como tal, fue la de limpiar el prestigio de la Iglesia deteriorado por estos males internos. Es ahora el momento de que los hechos y las palabras sean una misma cosa.