Casi uno de cada cinco argentinos de entre 18 y 24 años no estudia ni trabaja: son más de 900 mil jóvenes que se ubican en la categoría de los “ni ni”. Con este porcentaje, el país repite una realidad que se da en todo Latinoamérica, según dio a conocer hace unos días un estudio del Banco Mundial.
Sin embargo, los valores varían considerablemente en cada provincia de la Argentina y van desde un 39,8% en el Chaco hasta un 8,5% en Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Mendoza se encuentra en el noveno puesto nacional -compartido con Chubut-, con un 18,2% de jóvenes que no están integrados a través del estudio o el trabajo.
Lo más grave es que el porcentaje de jóvenes entre 18 y 24 años que no estudia, no trabaja ni busca trabajo trepó de un 13,1% en 2003 a un 17,7% en 2014, según refleja un documento publicado en octubre por el Ieral (Instituto de Estudios sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana, de la Fundación Mediterránea). Además, 500 mil jóvenes de esta franja etaria están desocupados (19,1%) y otros 1,3 millones sólo lograron conseguir un empleo precarizado e informal (6 de cada 10 de los que están ocupados).
Esto implica que, de un total de 5,1 millones de jóvenes de entre 18 y 24 años, más de 2,6 millones (53%) enfrenta dificultades de inserción social, ya sea porque no está estudiando ni trabajando o porque trabaja pero no tiene un empleo formal.
Gerardo García Oro, magíster en Economía e investigador del área Empleo y Política Social del Ieral, explicó que esto se debe, fundamentalmente, a que “carecen de ciertas habilidades formativas y sociales que les permitirían acceder a buenos empleos o continuar estudiando -tanto en el nivel medio como superior-, lo cual atenta contra sus oportunidades”.
Es decir que los problemas de inserción se deben a un contexto económico que no brinda suficientes oportunidades a los jóvenes, pero también a deficiencias en su formación. De cada 100 alumnos que empiezan el nivel inicial, 93 terminan la primaria, pero apenas 77 llegan a tercer año de la secundaria en las escuelas públicas y sólo 50 o 41 -según sea de 5 o 6 años- completan la educación obligatoria.
Aquí se observa una diferencia con los establecimientos de gestión privada, en los que de cada 100 niños que se inscriben en nivel inicial, 90 continúan estudiando en tercer año de la secundaria y 76 reciben su título secundario. Por otra parte, sólo uno de cada tres jóvenes accederá a estudios terciarios o universitarios.
Desigualdades
Si bien el análisis realizado por especialistas para el Banco Mundial toma un segmento más amplio, ya que considera a jóvenes entre 15 y 24 años, concluye que en Latinoamérica más de 20 millones de personas de esa edad no estudian ni trabajan.
Y resalta que las altas tasas de crecimiento y la reducción de la pobreza y la desigualdad que se observaron durante la primera década del siglo en la región no han impactado positivamente en el problema. Es que el porcentaje descendió un poco pero el número total de jóvenes que no van a la escuela ni tienen un empleo aumentó (en 2 millones).
Otro aspecto siginificativo de la problemática es que casi 60% de los “ninis” latinoamericanos provienen de hogares pobres o vulnerables y 66% son mujeres. Si además se considera que el ser parte de esta categoría influye de un modo negativo en las posibilidades de acceder a un buen empleo, se entiende que de no apuntar los esfuerzos a este segmento se perpetúan desigualdades de género y de ingresos de una generación a otra.
En el caso de las mujeres, los principales factores de riesgo que conducen a la condición de “ni ni” son el embarazo adolescente y el matrimonio antes de los 18 años, ya que obstaculizan la posibilidad de que completen sus estudios secundarios.
En tanto, para los hombres el integrar esta categoría suele estar asociado a la deserción escolar temprana para buscar un empleo y el desempleo posterior, debido a que suelen carecer -por haber dejado sus estudios- de las habilidades necesarias para conseguir un trabajo formal.
Estrategia integral
García Oro detalló que para abordar la problemática se requiere una estrategia integral de acompañamiento a estos jóvenes. Por una parte, con programas de capacitación en oficios, acordes a las oportunidades laborales del entorno de cada joven y a sus intereses; además del desarrollo de las habilidades blandas, vinculadas a aptitudes y valores.
Esto requiere de ayuda monetaria para que puedan continuar sus estudios. Por otra parte, se pueden implementar programas de primer empleo (en los que el Estado brinda un subsidio total o parcial a las empresas durante un tiempo) y de aprendices.
Sobre programas vigentes como el Progresar o Jóvenes con Más y Mejor Trabajo, que apuntaban a esto, el economista consideró que entre sus falencias estuvo el bajo grado de acompañamiento a los participantes, la escasa o nula adecuación de las capacitaciones a los conocimientos que requiere el entorno productivo, la distribución no equitativa entre provincias y la dificultad para alcanzar de un modo efectivo a la población afectada. Tampoco se desarrolló una evaluación del impacto para medir los resultados de acuerdo a los objetivos propuestos.
Un mercado laboral que los expulsa
Los autores del documento del Ieral tomaron datos de la Encuesta Permanente de Hogares del Indec para analizar la evolución socio-económica de un mismo individuo a lo largo de un año (2013-2014) y detectar qué posibilidades de transición se observan.
Así, como se observa en la infografía de arriba, 75% de los que se encontraban como “ni ni” en el segundo semestre de 2013 siguieron en la misma situación un año después, 14% empezaron a buscar empleo y sólo 5,8% consiguieron uno, mientras 5,1% retomaron o empezaron un estudio.
En tanto, 79,2% de quienes estaban desocupados en 2013 persistió como tal en 2014, 11% consiguió un empleo y 15% desistió de su búsqueda laboral (casi 5% de ellos se dedicaron de lleno al estudio). Y de quienes estaban ocupados en un primer momento sólo un 43,8% logró sostenerlo, 28,5% pasó a estar desempleado y un 20,5% se convirtió en “ni ni”, frente a un 7,1% que se dedicó a estudiar de modo exclusivo.
El hecho de que 6 de cada 10 jóvenes pierdan su empleo en el término de un año evidencia que no sólo es difícil para los desocupados o los “ni ni” acceder a un ingreso estable -y que es muy baja la probabilidad de que cambien su situación-, sino que el mercado laboral expulsa a los que lo han conseguido y les dificulta recuperarlo.
Devolverles la ilusión
“El calificarlos de ‘ni ni’ es muy estigmatizante. La sociedad debe transmitirles el mensaje de que pueden salir del círculo de la pobreza a partir de su propio esfuerzo. Y ofrecerles capacitación y un espacio para que lo logren”, planteó la psicóloga y psicopedagoga Nancy Caballero. Para ella, se trata de una obligación social el devolverles la ilusión de que el estudio y el trabajo pueden traducirse en movilidad social.
Es que no sólo quedó en el pasado el escalonamiento que permitía que una persona ingresara como cadete en una empresa y llegara a ser gerente -hoy se requiere de capacitación para lograrlo-, sino que hace 50 años la escuela primaria calificaba a los niños para realizar ciertos trabajos y aún más la secundaria, mientras hoy la mayoría de los títulos secundarios no permiten acceder a una salida laboral.
“Tenemos que dejar de decirles ‘pobrecito’ y ‘no podés’, y alentarlos a que se esfuercen para que logren concretar sus sueños”, indicó Caballero. Y parte de ello es “no condenarlos a ser excluidos en el futuro”, lo que se vincula con la calidad educativa.
“Cuando empezás a bajar el nivel y luego se presentan en una empresa a buscar trabajo, no se toman el tiempo de capacitarlos sino que eligen a alguien que ya está preparado. Las escuelas de zonas pobres no tienen que ser escuelas pobres sino brindarles las mismas posibilidades que al resto”, resaltó.