Mendocinos de viaje: el sueño de manejar una Ferrari

El autor comenta su inolvidable experiencia al mando de un modelo California 2 Spider, sobre el asfalto de Maranello.

Mendocinos de viaje: el sueño de manejar una Ferrari
Mendocinos de viaje: el sueño de manejar una Ferrari

Cuando Juan Manuel Fangio ganó su cuarto título mundial en la Fórmula 1 con una Ferrari, yo tenía sólo 4 años pero mis hermanos mayores ya eran hinchas suyos y me transfirieron esos sentimientos. Fangio había logrado su cuarto título mundial reuniendo 30 puntos, contra 27 de Stirling Moss y 25 de Peter Collins.

Hasta ese momento había ganado en 1951 con Alfa Romeo; en 1954 y 1955 con Mercedes y llegaría la gran consagración en 1956 con Ferrari, para retirarse de la máxima categoría al obtener su último título con Maserati en 1957.

Venció en Argentina, Mónaco, Francia y en Nürburgring. Esta última, es considerada una de las mejores carreras de su vida, batiendo al equipo Ferrari en la última vuelta y logrando su quinto Campeonato Mundial. Fue segundo en Pescara y Monza, abandonando en una sola carrera con su Maserati 250 F, 6 cilindros. Sumó 46 puntos contra 25 de Stirling Moss. Maserati, pese a obtener el título, se retira ese año.

En Argentina es el ídolo automovilístico más grande. En mi casa había una réplica a pedales de la famosa Alfetta 159 con la que logró su primer título mundial. Era roja como el color favorito de su "prima hermana", Ferrari.

Tifoso

La traducción al español sería "partidario", aunque la frase más popular es "hincha" o "fanático". Sin querer herir los sentimientos de los partidarios de las otras marcas europeas, permítanme definirme como tal del "cavallino rampante". Volviendo al título de esta nota, habría que definir a Ferrari.

La que más me gusta es: "arte en movimiento".

También hay otros como: "leyenda viviente" o "producción artesanal" o "hecho a pedido y a medida del cliente".

Oportunidad

Con motivo de un viaje realizado a España e Italia en 2015, tuve la oportunidad de estar en Módena y Maranello (Italia), ambas ligadas profundamente a Ferrari. La primera, tierra del aceto balsámico y Luciano Pavarotti, el famoso tenor, fue también la cuna de Don Enzo. Allí nació y se crió pero la fábrica y el museo fueron instalados definitivamente en Maranello. La idea era visitar el museo de la famosa marca en esta ciudad.

Recuerdo que abría sus puertas a las 9 y yo estaba presente media hora antes. Era tal la ansiedad por visitar este lugar. Un italiano me veía pasear delante del edificio y se me acercó para ofrecerme manejar un potente automóvil.

Confieso que me sorprendió. Le dije que no tenía carnet internacional pero con el documento argentino alcanzaba. Había varias Ferrari y también un Lamborghini Diablo. Estaba asustado ya que en toda mi vida había manejado, como más potente, un Chevy 1970, con 136 hp, motor de 250 pulgadas cúbicas o su equivalente en 4.100 cm3, con caja de 3 velocidades al volante.

La única vez que me animé a “correr” fue en una larga recta en el camino a San Juan, llegando a 180 km/h pero sólo unos pocos segundos ya que me parecía que la calle se ponía muy angosta. Nunca más conduje a esa velocidad. Lo mío es 110-120 en autopistas y ya es suficiente. ¿Para qué más?

Entré a la oficina de esa empresa y lo primero que advertí es que la invitación no es de la fábrica sino de comercios que reciben máquinas tipo out let, con alguna falla menor en detalles, para ser alquiladas a ciudadanos y turistas. En principio el precio me pareció excesivo: 60 euros por 10 minutos.

Al cambio de hoy serían  $ 1.500 “por diez minutos”. Pero considerando mi calidad de "tifoso" y con el pensamiento siempre vigente de que no es malo tener un súper coche sino que lo malo es que no podamos tenerlo todos, rompí con mi bolsillo de cocodrilo y me animé. Después de todo, es más barato que asistir a un recital de música en Buenos Aires.

Además, conducir una Ferrari en las mismísimas calles de la cuna de este vehículo, es una sensación que difícilmente vuelva a tener en mi vida.

Trámites

En primer lugar, hay que firmar un contrato que tiene los datos personales completos del conductor, día, mes, año y hora, el vehículo a conducir, en este caso: Una Ferrari California 2 Spider.

Una declaración jurada de que el conductor no consume drogas ni está alcoholizado. Que va a respetar todas las normas de tránsito, asumiendo toda la responsabilidad civil, penal, administrativa en el caso de alguna violación a las normas. La empresa está asegurada en una compañía de esa localidad.

Finalmente el contrato se realiza con un costo de 49,18 euros más 22% de IVA, o sea 10,82 euros. Total: 60 euros por diez minutos. Hay otras posibilidades más caras. Ésta es la tarifa más barata. Se puede conducir 20 minutos por 100 euros o ir al autódromo local, pero hay que ser piloto profesional.

Vehículo

La “macchina” de referencia fue el modelo California 2 Spider, con motor delantero de 8 cilindros en V, inclinado a 90 grados. Con una potencia máxima de 570 caballos de fuerza (se entrega a un régimen de 9 mil revoluciones por minuto), la Ferrari California Spider de 2 plazas es capaz de alcanzar 320 km/h regalando, a quien se encuentra a bordo, la sensación de estar en una maravilla de la industria automotriz.

La potencia de 127 caballos de fuerza por litro, antes citada, es un verdadero récord. Antes de la Ferrari California Spider 2 plazas, de hecho, no ha habido un auto de calle capaz de alcanzar este valor. Esto es en parte gracias a la caja de cambios de los coches de Fórmula 1 de doble embrague con siete velocidades, pensada y desarrollada para asegurar el mejor confort de marcha posible en cualquier situación.

Miedos

El primer miedo que tenía era manejar sin riesgos un automóvil cuyo precio supera los 300.000 dólares. El segundo, era soportar los cambios de marcha ante tanta potencia que en toda mi vida nunca llegué a imaginar. Sin embargo, todo pasa a segundo plano ya que la suavidad está asegurada por el doble embrague.

Conducción

Al sentarse en esa brillante butaca de cuero impecable, toda la electrónica empieza a funcionar: altura del asiento, respaldo a tantos grados, distancia al volante, protección lumbar, peso del conductor.

Todo queda registrado electrónicamente de tal manera que al volver a sentarse luego de un paseo, aunque hubiera manejado otra persona, con un solo click se adapta al cuerpo del sujeto que vuelve a conducir. Arranque: es con un botón. Me reí mucho porque el antiguo Chevrolet 1951 que tenía mi padre, prendía el motor de la misma manera. Salvando las distancias, obvio.

Como el vehículo a conducir es de altísima gama, los "choferes" no pueden hacerse los "loquitos" y sólo se puede manejar en las calles de la ciudad, que son angostas y tienen muchos lomos de burro. Además, siempre hay un empleado de la empresa en el asiento de al lado para controlar. En todo el trayecto hay una sola recta larga, en una autopista. La palanca de cambios se reduce a dos manivelas o levas: una para ir subiendo las marchas y otra para reducirlas. La caja es de 7 velocidades semiautomática.

De tal forma que si uno se olvida de cambiar, la caja se maneja sola, según las órdenes del acelerador. Muy rápido se llega a séptima velocidad, a unos 140 kilómetros por hora, que es lo máximo que se puede acelerar porque hay que "doblar". Convenientemente nuestro guía nos invita a frenar, no vaya a ser que le hagamos un pequeño raspón a la increíble y brillante pintura roja.

Para satisfacer nuestro “enorme ego” por semejante aventura, una máquina filma todo el trayecto de 10 minutos. Obvio que también está a la venta por 20 euros. Si llega a tener alguna falla, te regalan la filmación. “Faltaba más”. También te ofrecen una foto importante sentado en el puesto de conductor, que te cobran otros 10 euros. Luego de esta hermosa experiencia, me fui a ver el museo, pero ésa es otra historia. ¡Ah!: No hay yapa que valga. Son 10 minutos exactos. Ni uno más. No hay que insistir.

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