“El verdadero cementerio es la memoria”, le escribe Rodolfo Walsh a su hija Vicky. La frase asoma en la carta que el autor de “Operación Masacre” teclea tras enterarse que ha muerto rodeada por un pelotón del ejército.
“Ahí te guardo, ahí te acuno”, sigue. Victoria era responsable de prensa de la Organización Montoneros. Como su padre, había sido periodista, aunque su combate contra la pobreza extrema la llevó a militar en las villas. Cuando escuchó los altavoces que la cercaron (el 26 de setiembre del ‘76), acababa de cumplir 26 años. Llevaba, como sus compañeros, una pastilla de cianuro para no caer en manos de la tortura.
Walsh vio la escena a través de sus ojos: la terraza, el cerco de 150 hombres, la muchacha flaquita en un camisón blanco que deja la metralleta, se asoma de pie sobre el parapeto y abre los brazos para detener las ráfagas: 'Ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir'.
El verdadero cementerio es la memoria, vaya frase estremecedora y ambigua. Porque, leída hoy, en medio de los juicios en los Tribunales Federales de Mendoza por delitos de lesa humanidad, justamente la memoria es lo menos parecido a un cementerio. Es, sí, una zona dinámica, móvil, poderosa, el humus vital para saber qué pasó y dónde están, aunque hay que buscarlos en el lugar más áspero.
De cara al 24 de marzo, el libro “Cuadro 33” (recientemente editado por Ediunc) desentierra evidencias y encuentros en la búsqueda de desaparecidos en el Cementerio de la Capital de nuestra provincia.
Esa carta de ese hombre
Tres meses después de la muerte de Vicky, Walsh escribió la “Carta a mis amigos”: “En el tiempo transcurrido he reflexionado sobre esa muerte. Me he preguntado si mi hija, si todos los que mueren como ella, tenían otro camino. La respuesta brota de lo más profundo de mi corazón y quiero que mis amigos la conozcan.
Vicki pudo elegir otros caminos que eran distintos sin ser deshonrosos, pero el que eligió era el más justo, el más generoso, el más razonado. Su lúcida muerte es una síntesis de su corta, hermosa vida. No vivió para ella: vivió para otros, y esos otros son millones. Su muerte sí, su muerte fue gloriosamente suya, y en ese orgullo me afirmo y soy yo quien renace de ella”.
Poco después, redacta su último texto, acaso el más valiente de la historia intelectual Argentina, la “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”. Al día siguiente de firmarla (el 25 de marzo del ‘77), cuando fue a enviar clandestinamente algunos ejemplares en el buzón de Plaza Constitución, un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada lo interceptó. Nunca volvió.
Qué pasó. Dónde están
Antes que nada: ¿Qué es el Cuadro 33? “Es un sector del Cementerio de la Capital de la ciudad de Mendoza que, según registros y testimonios, siempre estuvo destinado para enterrar a los denominados NN”, aclaran los compiladores del libro, Fernanda Ozollo y Pablo Seydell.
Se trata de un predio de 100 metros x 80, sembrado de crucecitas flacas y descoloridas, en la parte vieja del cementerio cuya entrada principal está sobre la calle Mitre.
“Desde 2010 hasta la fecha, el Equipo Argentino de Antropología Forense ha realizado seis excavaciones en busca de restos de compañeros desaparecidos durante la última dictadura. La búsqueda fue posible gracias a la investigación realizada durante años por miembros de la Comisión de Familiares de Detenidos Desaparecidos por Razones Políticas de Mendoza”.
Tras años de lidiar con trabas burocráticas y rastrear pruebas en documentos (actas de detención y defunción, por ejemplo) y testimonios, lograron el marco jurídico necesario para intentar despejar sus sospechas.
Y el Cuadro 33, a través de los huesos hallados y estudiados, habló: en 2011 se hizo público el hallazgo de los restos de Osvaldo Sabino Rosales. Sus hermanos recibieron los restos de este militante de la JP que fue asesinado a los 27 años. Treinta y tres años después de su desaparición, fue velado y sepultado en Bowen.
¿Quiénes fueron los responsables de tal hallazgo? El Equipo Argentino de Antropología Forense. Un grupo de antropólogos que llevan a cabo una misión histórica: seguir el rastro en los huesos para devolver la identidad. “Despacito, con herramientas se va sacando la tierra y descubriendo mucha información”, dice Anahí Ginarte, la antropóloga responsable de las excavaciones en el Cuadro 33.
No sólo habla por los casos de desaparecidos argentinos. También habla por los restos que han hallado en Etiopía, El Salvador, Panamá, Vietnam y otros muchos lugares donde el EAAF ha viajado a arrojar luz sobre oscuros casos de desaparición forzada de personas.
Las voces bajo tierra
En mayo del ‘84, ya en democracia, llegó al país un texano curioso llamado Clyde Snow. Se trataba de un especialista en la identificación de restos óseos que viajó a Argentina convocado por Abuelas de Plaza de Mayo.
Snow se encontró con este panorama: entre 1976 y diciembre de 1983, la dictadura militar en la Argentina secuestró y ejecutó a miles de personas. Había que buscarlas. Muchas de ellas -se suponía- habían sido enterradas como NN en cementerios dentro de tumbas clandestinas.
El antropólogo forense se encontró con un desafío inmenso. Inmediatamente, mostró sus credenciales (había identificado los restos de Josef Mengele en Brasil) y buscó aliados profesionales para llevar adelante la búsqueda de miles.
Entonces, ese grandulón de botas y sombrero decidió dar una conferencia sobre ciencias forenses y desaparecidos en la ciudad de La Plata. Aunque la traductora renunció a la mitad, allí hizo contacto con Morris Tidball Binz un estudiante de medicina de 26 años que se sintió inspirado.
Con muy pocas manos al principio (unos pocos estudiantes de antropología) y recursos mínimos -cucharines, pinceles, cajas de manzanas para poner los restos- el equipo se fue conformando.
El Equipo Argentino de Antropología Forense se creó ese mismo año, como una organización no gubernamental y sin fines de lucro, de carácter científico, creada a iniciativa de las organizaciones de derechos humanos de Argentina con el fin de desarrollar técnicas de antropología legal (antropología forense) que ayudaran a descubrir qué había sucedido con las personas desaparecidas durante la dictadura militar (1976-1983).
Hay una crónica premiada, “El Rastro en los huesos”, de Leila Guerriero, que cuenta la historia del EAAF. “En 1985 viajaron a la ciudad de Mar del Plata, a exhumar los restos de una desaparecida, seguros como estaban de estar del lado de los buenos. Ese mismo año, Clyde Snow declaró en el Juicio a las Juntas —donde se juzgaba a los militares que habían estado en el poder durante la dictadura—, y proyectó una diapositiva de esa exhumación en Mar del Plata: una mujer joven llamada Liliana Pereyra, el cráneo pleno de balas. ‘Lo que estamos haciendo —decía Snow en Página 12— va a impedir a futuros revisionistas negar lo que realmente pasó. Cada vez que recuperamos un esqueleto de una persona joven con un orificio de bala en la nuca, se hace más difícil venir con argumentos’”.
En 1988, fueron convocados como peritos para excavar en el sector 134 del cementerio de Avellaneda. Fue una tarea enorme, una gigantesca fosa común. Hallaron allí trescientos treinta y seis cuerpos, la mayoría rondaba los 22 años de edad.
Hasta la fecha, con ayuda de la genética, el equipo sólo ha podido identificar a un desaparecido en el Cementerio mendocino. Sin embargo, la suma de identificados en Argentina y otros países donde llevan a cabo su misión alcanza los 328.
Desde sus inicios, este grupo tiene como meta encontrar huesos para restituir la identidad de una persona. Es la respuesta que la familia necesita desde hace tiempo. Es -saben- una dignificación del muerto, pero también del vivo. No puede imaginarse mejor misión.