Luego de un año y medio de convivencia con el virus del Covid-19, nos hemos tenido que ir adecuando a alternancias entre aislamiento, distanciamiento y presencialidad. Cada una de estas fases genera temores, ansiedades particulares y defensas frente a ellas.
Temores
En primer lugar, tenemos que hablar de los miedos y diferenciarlos del terror ya que, mientras el primero es un temor reconocido ante un objeto determinado, en este caso el virus, su contagio y, más allá, el peligro de muerte, puede ser base para organizar una respuesta eficaz y cuidar la integridad del sujeto poniendo a su disposición todas sus herramientas externas como su bagaje defensivo interno. El terror genera desorganización, paraliza, incapacita al sujeto para responder adecuadamente.
Por otra parte, sabemos también que hay personas que viven encerradas en miedos permanentes que provienen de sus fantasías internas y limitan su objetividad frente a los peligros externos.
Los seres humanos le tememos al miedo, es un sentimiento que genera vergüenza y culpa. Solemos sentirlo como una herida narcisista. Eso mueve a que apelemos a una serie de mecanismos mentales para disminuirlos y hasta negarlos totalmente. A veces, también recurrimos a actitudes temerarias que nos exponen a peligros mayores. Tratamos de convencernos de que somos fuertes, invencibles y que el peligro no existe. Sin querer, así, asumimos una postura deshumanizadora y atacamos el valor de un sentimiento que es necesario para sobrevivir. Podemos tolerar el sentimiento de miedo en la medida que confiamos profundamente en la posibilidad de transformarlo. Se requiere coraje para poder entrar en contacto con el miedo y poder redimensionarlo de acuerdo con la realidad. El problema no es el temor, sino la actitud que tomamos frente a él.
Pandemia, una cesura de la humanidad
Podemos pensar la pandemia como una cesura, una transición. Es un hecho trascendental que ha marcado y seguirá marcando nuestras vidas y, a su vez, nuestras reacciones ante ella están influidas por nuestro pasado, nuestras vivencias internas y la propia historia.
Cesura es un espacio intermedio que incluye sus dos bordes. Podemos tomar como metáfora el cauce del río y sus dos costas, es un “entre”, que puede ser vivido como una amenaza, imposible de cruzar, con temor a morir en el intento, o como un desafío, una posibilidad de llegar a un nuevo lugar y, desde allí, tener una nueva perspectiva, una mirada diferente.
Aún cuando a atravesar el río no se lo viva como una experiencia tan abrumadora, como toda situación de transición provoca cierta angustia. La pandemia nos pone ante el sentimiento que tendría un nadador que, ante el cansancio, va sintiendo que la costa a la que quiere llegar se la van corriendo y nunca arribará al lugar tan esperado.
La pandemia nos enfrentó a circunstancias impensadas, nos golpeó fuertemente para hacernos tomar contacto con la fragilidad de nuestra organización externa e interna. Puso en jaque todas nuestras certezas. La incertidumbre, lo desconocido se nos hizo evidente.
De a poco fuimos conociendo algo del virus, sus variantes y formas de protegernos de los contagios de la enfermedad y sus consecuencias. Los científicos encontraron vacunas. Los médicos, mejores tratamientos. ¿Pero cuáles serían las herramientas que podrían ayudarnos para protegernos emocionalmente?.
Todavía hay mucho por comprender y, si no toleramos ese margen de desconocimiento e incertidumbre, corremos el riesgo de dejar de lado espacios de oscuridad que sean una buena materia prima para descubrimientos y aprendizajes futuros.
Desafíos
Algunos conceptos pueden ser buenos instrumentos para atravesar estos tiempos. Uno de ellos es la improvisación, palabra que hemos tenido muy devaluada y, hoy, tener la capacidad de improvisar es un requisito en el día a día.
Es una palabra que comienza con una partícula, in, que implica negación, luego le sigue la partícula pro que indica “hacia adelante” en el espacio o en el tiempo; visar, viene de visus, participio del verbo ver. Pareciera que es una forma de hacernos conscientes de que no podemos ver con certezas hacia adelante, que vamos creando, en nuestro quehacer cotidiano, y que tendremos que ir pensando a medida que caminamos para intuir el mejor camino y acompañar la intuición con los conocimientos científicos.
En contextos de cambios, de caos, tenemos solo la posibilidad de intentar ver con la mayor amplitud y desde vértices distintos para lograr las respuestas más exitosas.
Tal vez, el modo como trabajamos los analistas, que comprendemos que la única forma de entender una persona es conocernos y estar en contacto con nosotros mismos, con nuestras emociones, puede ser este un camino para que podamos acercarnos a la realidad de los otros y ayudarlos a atravesar este cambio tan profundo.
Consideraciones a tener en cuenta
Los seres humanos vamos estableciendo vínculos con el entorno que nos dan sostén, seguridad, de la misma manera que requieren conductas adaptativas.
Si bien, para algunos, el aislamiento ha sido vivido como una pérdida importante de los vínculos y los lugares en los que se movían en la cotidianidad, se fueron acostumbrando a reducir los espacios de circulación y encontraron un refugio.
No solo por un tema sanitario es aconsejable una vuelta a la presencialidad en etapas y progresiva sino que, también, desde el aspecto emocional es necesario, ya que implica un trabajo volver a ubicarse en otro contexto, ajustar los movimientos y la organización diaria.
Si bien puede haber sido muy anhelado el retorno, también puede resultar amenazador.
*Cecilia de Rosas es Licenciada en Psicología, Psicoanalista en la Sociedad Psicoanalítica de Mendoza, docente universitaria y del Instituto de Enseñanza de la Sociedad Psicoanalítica de Mendoza.