La convivencia se establece y afianza en la aceptación, el respeto y la confianza recíproca creando, así, un clima que permite sentirse incluido, compartir proyectos y desarrollarse personal y socialmente. Pero si algo hemos aprendido, es que las complejas y dinámicas interrelaciones humanas no deben ser libradas a la sola espontaneidad e improvisación, a la espera que indisciplinas y violencias aparezcan para ser sancionadas. Hemos aprendido que es necesaria una competente, compleja y perseverante gestión, que reconozca alertas tempranas, intervenga con eficacia y promueva conductas prosociales adecuadas a cada edad y miembro de una comunidad educativa.
Estar bien
Coexistiendo aún con los virus hemos experimentado situaciones inéditas y pasado por diferentes condiciones epidemiológicas. Pero iniciamos otro ciclo escolar, ahora con presencias físicas cercanas que nos devuelven la posibilidad de recuperar hábitos, rutinas y aquella convivencia que, aun con desencuentros, el confinamiento prolongado nos había quitado. Nos reencontramos, pero somos desafiados a no repetir muchos aspectos de la tan mentada “normalidad” y reconocerlos como ese lastre que condiciona y daña, no los cuerpos sino la calidad de la educación.
Junto a la enfermedad que embistió contra nuestra biología señalamos oportunamente sobre aquella “otra pandemia” más silenciosa, menos atendida que incidiría en la salud mental. En seres sociales como somos, la cuarentena incrementó los problemas psicológicos y mentales, principalmente el estrés sin precedentes que causó el aislamiento y, por otro lado, vio reducida la disponibilidad de intervenciones psicosociales oportunas y de asesoramiento psicoterapéutico de rutina. Así, los trastornos depresivos y ansiosos empeoraron y, poco a poco, hemos ido conociendo las cifras del daño que los coronavirus provocaron y pueden continuar provocando en la población.
Las enfermedades mentales crecieron más entre las mujeres que entre los hombres y en los jóvenes más que en los adultos (OMS, 2022) y recordemos que ya, durante el primer año de la pandemia, la prevalencia mundial de la ansiedad y la depresión (una de las principales causas de discapacidad a nivel mundial) había aumentado un 25 %. Es en el caso de aquellos niños y niñas con depresión para los que, regresar a la vida escolar, significa enormes dificultades. Se hace entonces necesario monitorear el estado de la salud mental de los estudiantes y analizar cómo los cierres prolongados de escuelas y universidades, junto a las medidas de distanciamiento físico, afectan su bienestar y aprendizaje.
La peor crisis educativa
La pandemia va dejado secuelas que inquietan de cara al futuro a las que no podemos quedar expectantes. Es por eso que continúa siendo la educación la estrategia más importante a tener en cuenta para la sanación y progreso de la civilización.
Ahora, ¿qué sucedió con los aprendizajes de nuestros estudiantes? UNESCO asegura que el Objetivo de Desarrollo Sostenible 4 (ODS 4), que llama a garantizar una educación de calidad inclusiva y equitativa, no se cumplirá para el año 2030. Los cierres de escuelas por la pandemia y la convulsión causada por las derivaciones de los coronavirus, provocaron la peor crisis educativa conocida.
Reconocemos hace décadas que Latinoamérica es la región más violenta del mundo con más casos de maltrato infantil, donde más de 40 millones de latinos menores de 15 años son víctimas y la mayoría de los casos suceden en espacios familiares y privados. Ahora sabemos que las cuarentenas incrementaron la violencia intrafamiliar en un 142 %. Violencia que se vive, violencia que se aprende, violencia que se reproduce en cualquier ámbito de encuentro.
En las escuelas e inmediaciones, el informe de UNESCO “Detrás de los números” (2019) señalaba que casi uno de cada tres estudiantes había sido maltratado por sus compañeros, al menos una vez, en el último mes. Pero el cierre de los establecimientos educativos durante la pandemia favoreció que los niños y adolescentes desarrollaran más su vida y educación en línea, lo que también ha hecho aumentar el ciberacoso a nivel mundial.
Para la UNESCO, la educación desempeña un papel clave para combatir el acoso entre escolares y el ciberbullying. Ella puede y debe ofrecer a los estudiantes de todas las edades, las capacidades y conocimientos necesarios para identificar la violencia en línea, así como la protección contra las diferentes formas en que puede presentarse, tanto por parte de sus compañeros como de los adultos (grooming).
Calidad educativa desde la mirada de la convivencia
Durante mucho tiempo hemos priorizado el rendimiento de nuestros estudiantes, dejando de lado factores que continúan sin considerarse significativos en la lectura e interpretación de los procesos formativos y su calidad. Sabemos que enseñar y aprender involucra un camino complejo, donde cada alumno y cada docente con sus actitudes y resultados escolares ponen en evidencia cómo marchan las políticas educativas, la escuela, la vida familiar y sus propios sentimientos, y de qué manera todo esto, sumado a los medios virtuales de comunicación, va modelando la vida personal y social. Este planteo, que no es nuevo, se vincula con aquella mirada pedagógica preocupada por la educación para la vida y el compromiso social, donde las competencias cognitivas que llevan al aprendizaje de los contenidos dependen mucho de las capacidades no cognitivas, como el autodominio, la confianza, el optimismo, la pertenencia, la constancia y del grado de bienestar en cada escuela. De esta manera, la formación integral que incluye, entre otros, la dimensión afectiva y el desarrollo de habilidades prosociales debe ocupar un lugar preeminente ante la obsesiva reducción de la tarea educativa al solo logro de metas intelectuales y al cumplimiento de reglamentos.
El aprender y el convivir en el aula mantienen una relación tan estrecha que obliga a concertar una alianza solidaria; dos caras de una misma moneda difíciles de desvincular de la vida escolar y que, gestionadas adecuadamente, permiten experimentar bienestar, aprendizajes y desarrollo personal e institucional.
Las escuelas han sido, siempre, ámbitos espontáneos de convivencia. Sin embargo, hoy las interrelaciones de quienes participan en estas comunidades no pueden seguir siendo improvisadas, sino que precisan ser reguladas y planificadas. Los lugares donde se debe educar son espacios comunes necesitados del mejor clima para que sea posible enseñar y aprender a ser, a conocer, a hacer y a convivir bien con los demás, como continúa resonando el informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XX.
El vínculo entre la persona y la escuela parte de la concepción de cada uno como un sistema con posibilidad de desarrollo, una relación no fortuita que genera significados comunes que se van construyendo de manera permanente. Si esta cercanía no es dejada al azar y se interviene del modo adecuado, se facilita el bienestar y el desarrollo de todos. Así, la enseñanza y el aprendizaje en la escuela se debe asentar en un clima positivo de relaciones interpersonales, el que estará influido: por el tipo de acuerdos que se establecen entre directivos, docentes y estudiantes; por la forma en que se establece la comunicación y cómo se organizan las rutinas administrativas y educativas.
Si aceptamos a la escuela como una unidad inacabada, como un organismo social vivo, cambiante y perfectible, la comunicación que se establezca en ella debe generar las condiciones necesarias para que sea una comunidad de significados y así, pueda realizarse el proyecto institucional en un clima de bienestar.
Clima escolar y desempeño de los alumnos
Distintos estudios hablan de una relación directa entre un clima escolar positivo y variables como rendimiento, adquisición de habilidades cognitivas, aprendizaje efectivo y desarrollo de actitudes favorables hacia el estudio. Así, la percepción de la calidad de vida escolar se emparenta con la capacidad de retención de las escuelas y el sentimiento de pertenencia, ya que se encuentran asociados principalmente al bienestar general, la confianza en las propias habilidades para realizar el trabajo escolar, la creencia en el valor de lo que se enseña y aprende, la identificación con la escuela y las relaciones que establecen estudiantes, docentes, padres y entorno.
La investigación nos ha mostrado que cuando los estudiantes consideran que las clases han sido bien planificadas, sienten que los docentes se esfuerzan por explicarles, están motivados a estudiar y perciben que han aprendido mucho, los niveles de conflictividad y violencia resultan inferiores. De igual manera, en aquellas instituciones donde se conocen las normas, ha sido posible participar en su elaboración y las personas se sienten escuchadas cuando surgen dificultades, esa comunidad educativa presenta un clima de convivencia que favorece la pertenencia y facilita el enseñar y aprender.
Estudios demuestran que los docentes a los que les gusta lo que hacen son más generosos en las evaluaciones, se muestran más tolerantes, escuchan a los alumnos y estimulan la participación y logran mejores resultados que aquellos docentes que, siendo competentes en su materia, son más fríos y distantes. Cuantos más pequeños sean los alumnos, más significativa será la relación afectiva. Una sonrisa, un abrazo, una palabra amiga, frecuentemente tienen efectos más positivos sobre el aprendizaje que muchas órdenes y discursos.
El factor excluido
Hace ya más de una década, el profesor David Hopkins destacaba que es importante tener en cuenta, cuando se piensa en establecer un nuevo sistema de clasificación, que el desempeño de los estudiantes no solo se debe basar en exámenes académicos sino también en factores relacionados al desarrollo social y personal. Es por esto que educar integralmente a los estudiantes exige organizar una estrategia de gestión para la formación de valores y otros aspectos “no cognitivos” para lo cual se requiere el esfuerzo decidido de directivos, docentes, alumnos y padres, con la finalidad de que se revisen las prácticas institucionales, su organización, estrategias, procedimientos, y se pongan al servicio de un proyecto educativo integral.
Si consideramos los factores que influyen en los resultados de aprendizaje, es necesario distinguir entre aquellos de orden externo que no son modificables por el establecimiento educativo, como es el caso de la condición socioeconómica de los estudiantes y el nivel educacional de los padres, y aquellos factores internos que son propios de la escuela y, por lo tanto, pueden gestionarse y modificarse. Aquí encontramos aspectos como el liderazgo, la gestión pedagógica y de recursos, la capacitación y la convivencia.
Estas variables ignoradas o muy poco consideradas hacen una diferencia significativa entre aquella escuela que tiene indicadores de desarrollo personal y social fortalecidos y una institución que no se ocupa adecuadamente de estos aspectos. Así, la información proporcionada (UNESCO, OCDE) revela que el clima de convivencia se constituye en el principal factor para explicar los resultados de las escuelas.
La convivencia escolar es el factor interno que más influye en los resultados, ya que el clima de las interrelaciones se asocia a mejores resultados de aprendizaje en Lectura y Matemática.
Otros estudios han señalado que las escuelas que disponen de políticas formativas en relación a las conductas, crean climas de bienestar y promueven las relaciones positivas entre las familias y la institución, son más eficaces que aquellas que abordan los conflictos, la indisciplina y la violencia desde un punto de vista exclusivamente controlador–punitivo, que solo argumenta, ante los hechos, que “se ha aplicado el protocolo de actuación”.
Hablar sobre la convivencia en las comunidades educativas no puede ser un tema más. Las derivaciones que ha tomado el clima social y las interpretaciones e intervenciones que se hacen sobre el mismo no permiten dudar que, de ser un aspecto sencillamente regulado con normas y la presencia de adultos con autoridad, hoy ha pasado a ser un desafío complejo, pilar no sólo de las acciones de enseñanza y aprendizaje, sino también del correcto desarrollo psico-socio-afectivo.
Una educación que prioriza y se asienta en la buena convivencia puede, a través del bienestar de todos, alcanzar calidad en su tarea.
Estrategias para prevenir y abordar la violencia
La violencia implica abuso de poder y este se puede dar en gran cantidad y variedad de situaciones, algunas ruidosas que conmocionan las comunidades, otras naturalizadas, banalizadas y algunos tipos de violencia difíciles de observar que pasan desapercibidas, pero causan mucho daño. Ante esta realidad tan compleja, los modelos en los que hemos avanzado en los últimos años intentan dar respuestas integrales, multinivel.
La implementación de programas de prevención requiere siempre de una adaptación a la realidad local teniendo en cuenta las características de la propia comunidad escolar –en particular la de los alumnos y las familias-.
El modelo “multinivel”, que asume una mirada amplia e integral para prevenir la violencia, es un programa de intervención integral que va a variar en contenidos y temáticas, pero no en su estructura fundamental, ya que se centra en abordar la violencia y promover la convivencia en todos los sistemas escolares.
Así, a nivel de todo el colegio se espera un apoyo para todos los estudiantes ya sea a través del currículum o de los reglamentos escolares, la infraestructura, la capacitación docente o la integración familia – escuela. Lo importante es que se abarque a la comunidad escolar en su conjunto y pueda mirar a largo plazo. Algunos ejemplos concretos pueden ser establecer una disciplina justa y clara para los estudiantes y la comunidad escolar. Este es un modelo norteamericano que se basa en promover la enseñanza de conductas positivas y esperadas por parte de los alumnos –y la comunidad escolar en general- relacionadas con los valores institucionales –perfil de alumno-.
Uno de sus supuestos es que los alumnos deben saber lo que se espera de ellos en el colegio, lo cual muchas veces se da por sentado. Una vez que se definen dichos valores formativos, deben ser comunicados a la comunidad escolar y enseñados de forma permanente. Lo más complejo de esta parte es situar a la disciplina como algo positivo que es esperado en los alumnos, y no basarse solamente en las prohibiciones del sistema escolar. Por ejemplo, es diferente una norma que dice “no ensuciar” versus “cuida tu sala”, ya que el mensaje está puesto en lo que se espera efectivamente de los alumnos. Ahora, un afiche por sí solo no va a modificar conductas necesariamente, sino que es necesario enseñar dichas conductas.
Responsabilidad de la escuela en el clima escolar
En primer lugar, las instituciones deben dejar de naturalizar y banalizar los fenómenos que distorsionan el clima de relaciones (conflictos, indisciplina y violencia) y actuar de manera más decidida sobre ellos. Actualmente, un Proyecto Educativo Institucional (PEI) no puede minimizar la convivencia, ya no sólo entre los escolares, sino también las dinámicas que se dan entre los distintos miembros de una Comunidad Educativa.
Un Programa Integral de Convivencia debe atender varios elementos: regular las relaciones (normas de convivencia), educar para el encuentro a través del desarrollo de habilidades socioafectivas, estrategias para resolver conflictos, prevenir y enfrentar los distintos hechos de violencia y la formación de aquellos adultos (padres, docentes) que deben crear las condiciones a través del buen clima escolar para que se favorezca el proceso educativo.
Existe mucha evidencia sobre cómo trabajar la disciplina y cómo prevenir la violencia, por lo que es fundamental conocer cuál es la realidad de “mi” escuela, sensibilizar y capacitar a los adultos responsables (los padres y todos aquellos que tienen tareas en la escuela) y planificar las acciones en distintos niveles (aula, toda la escuela y entorno).
La respuesta es educativa, pero necesita de una escuela organizada en estos aspectos para que, en un clima de bienestar, el docente pueda enseñar y el alumno aprender. Si una institución deja estos asuntos en manos de la improvisación o actúa, aunque sea decididamente, a partir del momento en que se produce el desorden o el daño, este modo de encarar la convivencia no habla bien de quienes la gestionan, sea una escuela o un gobierno escolar.
Hoy trabajar con esmero e idoneidad sobre la convivencia, es una prioridad que favorece el bienestar de todos y la calidad en los procesos y resultados educativos. La prevención temprana, consensuada, siempre será mejor que utilizar solo protocolos para encarar la violencia cuando ya dejó daño y miedo.
Gestionar el clima social en las instituciones educativas, se convierte en una prioridad estratégica para que, junto a las familias sea posible estar y aprender en ambientes que se distingan por compromiso y el bienestar de todos.
*Acerca del autor: Alejandro Castro Santander Docente, escritor, Psicopedagogo Institucional, Especialista en Gestión de la Convivencia Social y Escolar y licenciado en Gestión Educativa. Consultor sobre Políticas de Convivencia Escolar en Argentina, México, Colombia, Perú, Paraguay y Chile y autor de numerosas publicaciones sobre el tema.