Hace un tiempo que la violencia ha cobrado un auge inusitado que nos alarma. Los medios de difusión dan cuenta de ella, viéndose involucrados niños, jóvenes, hombres, mujeres, padres, la escuela, la cancha, la calle, el hogar, en nuestro país como en otros lugares.
Situaciones cotidianas nos conmueven u horrorizan siendo el pan nuestro de cada día y la manera natural para relacionarnos en nuestra sociedad, llegando a fomentarse como un espectáculo por ciertos programas televisivos.
Una palabra fuera de tono, un insulto que expresa la intolerancia hacia el otro, los ataques concretos a la integridad o pasajes al acto con la locura que conlleva, son sus diversas manifestaciones.
Considerar a todos violentos o que hay “una violencia generalizada”, poniéndolos en la misma bolsa, no resulta conveniente a la hora de realizar un adecuado diagnóstico.
Se trata de un tema complejo por su fuerte incidencia en lo social, a pesar de que ella ha estado presente en nuestra civilización a través de las guerras y manifestaciones xenofóbicas desde siempre. Pero, sin duda, algo falla.
El psicoanálisis hace su interpretación de este fenómeno actual que raya con lo patológico. ¿Qué orden diferente para este siglo XXI empuja al ser humano al caos y a su propia destrucción?
Si bien esto suena fuerte y difícil de aceptar, lo que no podemos negar es que algo está alterado hoy en día. Nuestro tiempo de transformación y cambios pone de manifiesto que los ideales, los valores y la función de autoridad transmitida por la familia –pilares que nos sostenían en la vida– han caído en el descrédito, y la palabra ya no cuenta con su validez y eficacia.
Esto no es poca cosa al considerar, como analista, los efectos en la subjetividad: lo compruebo a nivel familiar y en las diversas instituciones que nos toca intervenir.
La clave la situamos en la agresividad inherente y constituyente del ser humano, que se dirige hacia el semejante o retorna hacia el propio sujeto y lo arrastra hacia la muerte sin saber ya que es insconciente.
La violencia, en todas sus formas, es una máscara visible cargada de pasiones extremas: el odio, la rivalidad, los celos, el poder y hasta lo enfermo del amor esconden lo que hay debajo de esta.
El psicoanálisis constituye una herramienta útil, en mi experiencia, al permitir por ejemplo que una mujer, al ubicar la causa, atempere el odio contra su pareja; o una madre abandone la rivalidad “mortal” con su hija logrando una convivencia pacífica.