Los humanos somos un tipo de mamífero radicalmente diferente a los otros. Las religiones han captado esta diferencia hiperbólicamente. La tradición hebrea -tan propia a nosotros- nos hace partícipes de una naturaleza divina, somos espíritu, a imagen y semejanza del Ser todopoderoso.
La animalidad que atestigua nuestro cuerpo es un accidente, incluso un cierto castigo, fuente de dolor y tentación.
Más cercanos a la tradición occidental inaugurada por la Grecia clásica, distintas corrientes en las neurociencias acuerdan que el lenguaje es la clave que nos distingue como especie ya que determina el tipo de pensamiento que nos es propio: el pensamiento gramaticalizado.
El pensamiento es un desarrollo incremental que involucra procesos concurrentes, uno de ellos es una actividad cerebral consistente en secuencias de activaciones de redes neuronales asociadas a contenidos que, típicamente, responden a estímulos externos.
Así definido, compartimos la actividad de pensar con otros mamíferos.
Sin embargo, sí somos los únicos que estructuramos cada una de esas representaciones con los esquemas formales y conceptuales en los que consiste una gramática y que muestran distintas hazañas cognitivas de la lengua; por ejemplo, solo siete esquemas -del tipo Estado, Actividad, etc.- son necesarios para describir cualquier evento del universo. La cuestión es, entonces, dilucidar y explicitar qué le aporta el lenguaje al pensamiento e, indirectamente, a la constitución de la subjetividad humana tal como la vivimos.
Es así que fui invitado a dar una charla en el Monasterio de Yuso en La Rioja, España, para especificar la contribución distintiva del español al pensamiento gramaticalizado.
El lugar no es un detalle menor. Ese monasterio es considerado la cuna de nuestra lengua: allí un monje dejó el primer registro escrito en español y fue ahí también donde Gonzalo de Berceo escribió los primeros versos conocidos en esta lengua.
La propuesta que presenté se asienta en la idea de que la gramática de toda lengua tiene una dimensión algebraica, es un ‘cálculo’ por el que combinamos palabras sobre la base de operaciones que nos dan un resultado altamente predecible.
El español lleva esta característica al extremo. Mientras otras lenguas permiten una gama de posibilidades, las propiedades formales y semánticas de cada frase en español son altamente predecibles.
Esto es, el flujo de información de sus frases es tal que solo puede provenir de las palabras que la constituyen y la operación que las combina.
En álgebra “dos más dos es cuatro”, pueden ser manzanas o peras, pero el resultado es siempre cuatro.
En español, si digo “Pedro rompió la silla” el esquema de “quién le hizo qué a qué” es fijo: Pedro es un agente -hizo algo- a un paciente -la silla- que cambió de estado.
Esta interpretación se puede enriquecer con información sobre cómo la rompió, el color de la silla, etc., pero el esquema básico es fijo.
¿Qué consecuencias tiene este ‘cálculo’? El cerebro funciona haciendo predicciones, y si el resultado posible es solo uno -por oposición a muchos, como en inglés-, su trabajo se ve altamente facilitado tal que puede prestar atención a otros contenidos.
Por otro lado, cada palabra consiste en un esquema que es rellenado con contenido específico y las combinaciones de palabras también siguen esquemas, siendo la Oración el más importante de todos ya que es capaz de contener todos y cada uno de los pensamientos posibles.
Si bien cada uno de nosotros es un organismo separado de los otros, lo que hace los pensamientos sean privados e inaccesibles a otro, la lengua nos permite compartirlos.
No solo nos deja expresarnos, si no que permite que sean interpretables por otro ya que compartimos los mismos esquemas de pensamiento.
La gramaticalización del pensamiento facilita su comunicación.
Una lengua no es solo una gramática, también es el enriquecimiento de sus esquemas con contenidos que provienen de representaciones del mundo, la cultura y las prácticas sociales, proceso que ‘vitalizan’ la gramática y que acontecen durante el uso de la lengua para la comunicación.
La comunicación es, a su vez, la condición de posibilidad del aprendizaje.
Al adquirir el español un sujeto se enriquece al incorporar una base de datos colosal -el léxico- elaborada por cientos de generaciones.
Adquiere, además, un complejo y sofisticado sistema de categorías -como causa o tiempo- imprescindibles para organizar los datos que vienen de la experiencia y que le sería imposible desarrollar como individuo.
Luego puede vincularse con sus semejantes, aprender de sus pensamientos, enseñar los propios, descubrir qué quieren y establecerse como sujeto al expresar los propios.
Finalmente, puede hablar consigo mismo y elaborar, por ejemplo, qué quiere ser y qué chances tiene de lograrlo, es decir, puede planearse a sí mismo.
Adquirir una lengua es internalizar una estructura cognitiva social para enriquecer la subjetividad individual.
* Conicet UNCuyo. Coordinador del LyNEL (LIngüística y Neurobiología Experimental del Lenguaje).