La diversidad de vida actual, que apreciamos como una foto en el presente, sorprendente y maravillosa, es el resultado de una larga historia evolutiva. La vida en la tierra es posible que haya surgido hace 4000 millones de años. Los seres vivos hemos estado siempre relacionados con nuestro entorno, cambiándolo y, éste, cambiándonos.
En esos cambios, los seres vivos no han permanecido invariables en el tiempo y en el espacio. Algunos vivieron cortos períodos, otros largos. Algunos han ocupado grandes extensiones y, otros, pequeños espacios. Esta mirada evolutiva nos enseña que los cambios ocurridos siempre involucran la interacción entre los seres vivos y su ambiente. Desde hace millones de años, cambian los paisajes, se forman especies nuevas a partir de las preexistentes, ocurren extinciones. Y cuando las extinciones ocurren en un lapso relativamente corto de tiempo, las denominamos extinciones masivas.
Actualmente estamos viviendo una etapa de pérdida drástica de diversidad de vida, conocida, a nivel de especies, como la sexta extinción masiva, pero también se está reduciendo la variabilidad genética y se están destruyendo y degradando ecosistemas. Las consecuencias de la pérdida de biodiversidad son a veces evidentes y, otras veces, invisibles.
La sexta extinción masiva
Las causas pasadas de las extinciones masivas se atribuyen a erupciones volcánicas o al impacto de asteroides, entre muchas otras. Las extinciones más famosas son las de los dinosaurios y las de la era de hielo. Sin embargo, la sexta extinción se está produciendo en el Antropoceno, esta era en que los humanos estamos transformando profundamente la biósfera.
Pero ¿somos acaso tan especiales por ser los únicos seres del planeta capaces de modificar nuestro entorno? Claro que no. Sólo por mencionar un ejemplo, las algas verdeazules, que hoy sabemos que no son algas, sino bacterias del grupo de las cianobacterias, fueron las primeras capaces de utilizar el dióxido de carbono de la atmósfera y la luz, sintetizar moléculas orgánicas y como subproducto eliminar oxígeno a la atmósfera, en el proceso conocido como fotosíntesis. Estos organismos microscópicos provocaron un aumento en la concentración de oxígeno hasta llegar al 21% que tiene nuestra atmósfera, actualmente. Y una vez que la atmósfera se enriqueció en oxígeno, se originó la capa de ozono. Muchos organismos que vivían con poco oxígeno y estaban sometidos a las radiaciones ultravioletas no lograron sobrevivir ante ese cambio, y otras especies se diversificaron aprovechando la cantidad de oxígeno disponible y la protección de la capa de ozono ante la radiación UV.
Así como las cianobacterias cambiaron la composición de oxígeno en la atmósfera, nosotros estamos cambiando la composición de dióxido de carbono pero una diferencia es que estamos poniendo en riesgo no sólo a nuestro entorno, sino también a nuestra propia existencia. Así surgen los calificativos que nos estigmatizan “somos la especie destructora” o nos enaltecen “somos la especie elegida”, de las dos maneras estamos tomando posturas claramente antropocéntricas, y en vez de hacerlo así, podríamos intentar mirarnos y mirar nuestro entorno de otra manera.
Podemos considerarnos como una especie más en el planeta, evolucionando junto con las demás, no como la única. Desde esta mirada biocéntrica surge el imperativo ético de buscar mantener la vida propia y la de las demás especies que viven con nosotros en este planeta. Otra postura posible de adoptar es la mirada ecocéntrica, que se focaliza en lograr mantener las relaciones ecológicas, es decir, las interacciones de los seres vivos con su ambiente y, entre ellas la conexión entre el ser humano y la naturaleza.
Así, la relación que establecemos con nuestro entorno es la clave para entender la pérdida actual de biodiversidad. En este sentido cabe preguntarnos cómo ha sido y cómo es la relación de diferentes grupos humanos con nuestro entorno. ¿Siempre fue así? ¿Todos se relacionan con la naturaleza de la misma manera? Desde la arqueología tenemos mucho que aprender sobre la diversidad de formas en que el ser humano se ha relacionado con el ambiente. No siempre fue igual, y existen diversas maneras de interactuar. Y otras ciencias sociales nos enseñan que diversas culturas se relacionan de formas diversas con la naturaleza. La mirada estrictamente natural no alcanza para entender los rápidos cambios que nos han traído hasta la crítica situación actual.
Diversidades
La diversidad biológica y la diversidad cultural son dos caras de una misma moneda. Así como la primera está amenazada, la segunda también. Una evidencia clara es que 3000 de las 7000 lenguas que se hablan en el mundo están en riesgo de desaparecer en las próximas décadas. Y porque las lenguas están estrechamente relacionadas al conocimiento en general, y también el conocimiento del ambiente, la pérdida de las lenguas está unida a la pérdida de diversidad a la que la etnobiología llama “diversidad biocultural”.
Reconocer que hay una estrecha conexión entre diversidad biológica y cultural, y que ambas son la base de nuestra supervivencia, es comprender que no son dos crisis separadas, una social y otra ambiental, sino una compleja crisis socioambiental. Esto es abordado por nuevos enfoques de la ecología, como la socioecología, como así también por muchas otras ciencias ambientales. Entre ellas la biología de la conservación surge en respuesta a esta crisis. Busca evitar, atenuar o restaurar la destrucción de la diversidad biológica y cultural, dando continuidad a los procesos evolutivos y ecológicos, basada en principios científicos y éticos.
En algunas sociedades se separa al ser humano del medio en el que vive, y no se manejan nociones básicas del funcionamiento de los ecosistemas, con sus ciclos de materia y flujo de energía. En cambio, en otras la relación entre seres humanos y la naturaleza es estrecha, fuerte y evidente. Por ejemplo, en Bután, se han propuesto combatir el consumo inútil. Después de 42 años de adopción de esta filosofía, bajó la desigualdad (y la pobreza) en el país, no hay niños viviendo en las calles, la salud y la educación son gratuitas. Y el área de bosques subió del 60 al 72% del territorio nacional. En Bután se propone el “índice de la felicidad nacional” (se refiere al índice de la felicidad nacional bruta, que mide aspectos como el bienestar psicológico, el uso del tiempo, la vitalidad de la comunidad, la cultura, la salud, la educación, la diversidad medioambiental, el nivel de vida y el gobierno) en lugar de PBI.
Cambios de paradigma
El mundo globalizado actual, basado en el consumismo, está dominado por una mirada de ambiente, antropocéntrica, ávida de materia y energía. La naturaleza es percibida como ilimitada, fuente de “recursos” a ser explotados para satisfacer las “necesidades” humanas bajo el paraguas del crecimiento, progreso y desarrollo.
A pesar de que desde los años 70 se comienza a usar el ideal de “desarrollo sustentable”, el impacto que ha tenido es cuestionable y hoy si bien se sigue usando, se mantiene como una meta a alcanzar. Por otro lado, es importante reconocer que esa mirada no es la única posible, y podemos sumarnos a otros caminos esperanzadores y alternativos como el decrecimiento, ecodesarrollo, buen vivir, índices de felicidad bruta, entre otros. En culturas no hegemónicas (pueblos indígenas, campesinos, afrodescendientes, pescadores artesanales, pastores, etcétera) podría encontrarse la clave para salir de la crisis, y que quizás allí residan sus principales valores, los del cambio de un paradigma por otro.
Gabriela Díz es profesora, licenciada y doctora en Ciencias Biológicas. Docente de la UNCuyo y Tecnicatura en Conservación de la Naturaleza en el sur de Mendoza. Miembro del Instituto de Ciencias Ambientales (ICA) de la UNCuyo. Ha sido becaria de CONICET. En Malargüe ha coordinado las Sedes de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales y del IEF N° 9-016, ha sido docente de nivel secundario en escuela rural albergue, colaboradora en planes de ordenamiento y gestión de áreas naturales, y posee amplia experiencia en la formación de docentes y guardaparques. Ha publicado, dirige tesis de grado y posgrado, y proyectos de investigación y extensión sobre temas de conservación y enseñanza de la diversidad biocultural.