A esta altura de los acontecimientos, sería innecesario describir, una vez más, el complicado y doloroso momento por el que está atravesando la humanidad. Pero sí es necesario buscar la manera de sobreponernos, manteniendo la esperanza en las potencialidades que tiene el ser humano, para así preservar la vida y los vínculos.
Cada uno de nosotros, en su lugar de trabajo, sabe la importancia que los vínculos familiares, sociales y educacionales tienen para sostenernos, a la manera de una red. Una red que, en los tiempos que corren, por momentos se ha roto y hemos tenido que reajustarla, rearmarla y remendarla con todos los medios a nuestro alcance, para tratar de mantenerla funcional.
Llevamos siete meses de aislamiento y distanciamiento social preventivo y obligatorio, que hoy podríamos pensarlo más como un aislamiento físico y no social. Porque, volviendo a insistir en los vínculos, los hemos mantenido, de una manera u otra y hemos seguido en contacto virtual, aunque no físico, con muchas personas. Y con esto entramos de lleno en el tema que nos ocupa, que son nuestros niños y adolescentes hoy. Pero antes, haré una referencia a la etapa intermedia, la más afectada, desde mi punto de vista, que es la pubertad.
Tiempo inédito
¿Por qué comencé haciendo referencia a los vínculos y a las relaciones interpersonales?. Porque en la pubertad y en la adolescencia ocurre una situación inédita. Quienes atraviesan esta edad sienten la necesidad de salir de su casa, abrirse al mundo, relacionarse con sus pares comenzando, así, el camino de la exogamia, lo cual significa empezar a cortar con los lazos familiares estrechos que tienen con su familia de origen.
Es por eso que la adolescencia es un pasaje inevitable y necesario del desarrollo evolutivo humano, constituye un momento clave que representa el paso de un estado psíquico a otro, desde la pubertad hacia la adultez, consolidando la identificación.
Este pasaje comienza alrededor de los 11 ó 12 años, momento en que se les derrumba la estructura segura que le brindaban sus primeros objetos de amor (los padres), quienes ahora ya no son confiables, “no saben nada”, como ellos suelen expresar. Durante esta edad es cuando necesitan las “juntadas” con los pares, el contacto cuerpo a cuerpo; es el pasaje de la escuela primaria a la secundaria, es la entrada a un mundo nuevo. Y todo eso ha quedado en el aire, como ellos, sin resolución.
Algunos se han adaptado más que otros, dependiendo de diferencias individuales, familiares, sociales, culturales y también económicas. Pero todos sienten la necesidad del grupo, para compartir, competir e identificarse. Por eso cuando los vemos deprimidos o, en el otro extremo, desafiantes, comprendamos que se debe a algo que están viviendo, que no terminan de entender ni de aceptar.
Lo púberes se creen poderosos, y no entienden que deben aceptar los límites que la realidad les impone. Son desafiantes aún con el virus, algunos quieren contagiarse porque “es épico tener COVID-19 para después contarles a sus nietos” dicen, sin tener en cuenta las consecuencias que este virus puede acarrear. Todavía no tienen la noción de futuro bien establecida. La vida es hoy y todo lo pueden.
Otro paisaje familiar es verlos, amaneciéndose, pegados a las pantallas. Entendamos que es la única posibilidad a la que acceden para conectarse con los amigos, a quienes necesitan con desesperación. Los juegos en red han pasado a ser la salida exogámica que tienen a mano.
Esta etapa es el puente que los une a la adolescencia, en la que empiezan a posicionarse de maneras diferentes y quizás mucho más organizadas, aún en esta pandemia.
La centralidad de los vínculos
Los adolescentes en su proceso identitario, del que formamos parte los padres, los familiares más cercanos, los docentes y también sus ídolos-hoy raperos, influencers y youtubers- van configurando tres tipos de vínculos: con el espacio, con el tiempo y con lo social. El primero tiene que ver con su cuerpo y las personas que lo rodean, el segundo, con la continuidad temporal y, el tercero, con la integración social.
A estos tres vínculos, el COVID-19 los atacó de lleno. Se quedaron con una imagen corporal bidimensional, perdieron la noción de tiempo y la integración social la tuvieron que sostener con mucho esfuerzo, a través de las redes o transgrediendo las normas establecidas para poder mantenerse en contacto con los otros adolescentes.
Los docentes son las figuras que más cuestionan, después de los padres. Piensan que no necesitan de ellos, que el conocimiento se adquiere sin ayuda ni esfuerzo; creen que pueden conseguir todo por azar y sin trabajo. Esta visión también está facilitada por la tecnología, que les muestra que lo importante es saber dónde buscar y no memorizar, porque “para eso están las máquinas”. En algún sentido tienen razón, nuestro sistema educativo no ha seguido la velocidad de los cambios epocales.
Los docentes saben que ellos también son objetos identificatorios que los adolescentes incorporan, para “copiar” modelos que les llegan y les gustan. Cuando dicen “ese profesor es un copado”, algo de esa persona les llegó y eso lo incorporarán para identificarse.
No podemos dejar de observar, más profundamente, que la arrogancia y la rebeldía del adolescente encubre desamparo y desvalimiento, porque se dan cuenta que pueden quedar desprotegidos y por eso se rebelan aún más en la relación con los adultos. Buscan encontrarse con su grupo, porque son los únicos que ellos creen que los van a comprender, o se aíslan y suponen que nadie los puede entender, y en este aislamiento se han tenido que enfrentar con sus dificultades. Algunos han pedido ayuda y otros han manifestado el dolor psíquico en síntomas somáticos y psicológicos.
Entre las cualidades importantes que los adolescentes tienen, es la preocupación ética por el bienestar de sus pares y son capaces de trasgredir las normas de la cuarentena para ir ayudar a un amigo. Buscan ser amados y amar a otro e intentan cerrar la puerta a la intrusión de los adultos, en la búsqueda de su propia identidad.
Dejamos a los niños para el final, porque son los que han quedado más protegidos, dentro de los hogares, con los padres, quienes han podido ayudarlos en las tareas escolares, con los docentes, que se han dedicado, de una u otra manera a seguir en contacto con sus progenitores, en algunos casos. Quizás los más complicados fueron los de primer grado, que están aprendiendo a leer y escribir. ¿Por qué un niño de primer grado necesita de un especialista, como es el docente de primaria, para transitar la alfabetización? El resto de niños de los otros grados, haciendo la tarea de mala gana, a veces sí y a veces no, se han sostenido, cuando han tenido las condiciones necesarias de virtualidad en un mundo más organizado.
Algunos están contentos por tener más tiempo a sus padres y madres con ellos. Este es un punto importante y favorable que esta pandemia nos ha legado; los padres han estado más tiempo con sus hijos, de todas las edades, los han descubierto, desde una perspectiva que no los conocían y sus hijos también han disfrutado de la compañía de sus padres, aún en las discusiones y peleas familiares. Peleas que, por momentos, alejan, como toda discusión pero, también, acercan, porque posibilitan un mejor conocimiento de quién es el otro y de con quién se convive.
El desafío de ser empáticos
Si todos los adultos hemos tenido que superar, con sufrimiento, las añoranzas del pasado, salir de la zona de confort para tener que hacer grandes cambios, por momentos vertiginosos que nos han exigido respuestas urgentes, ¿cómo no comprender el gran vacío que les ha generado esta pandemia a niños, púberes y adolescentes?. Esa es la empatía de poder ponernos en el lugar del otro que también sufre, y entender que, a veces, pretenden disfrazar su sufrimiento de arrogancia o indiferencia.