En el Día del Animal vaya un homenaje y salutación a todos los animales. Y, como no podía faltar en este día, vaya una dedicatoria especial a nuestros compañeros de todos los días.
Describir al perro como “el mejor amigo del hombre” acaso sea un cliché gastado pero tiene una base verdadera.
Independientemente de su vivacidad, belleza y rapidez, el perro posee cualidades interiores capaces de despertar la estima del hombre. El perro es sumiso y pone su fuerza e inteligencia a los pies de su amo. Su memoria es más sensible a los beneficios que a las injusticias; olvida pronto o solo recuerda aquello que da más fuerza a su apego.
Por todo esto vemos que el vínculo existente entre el perro y el hombres no se basa solamente en la dependencia en que se halla el perro respecto del amo para procurarse alimento y refugio sino que en circunstancias muy diferentes han demostrado un alto grado de inteligencia y altruismo como en el siguiente ejemplo extraído del libro de Jorge Ledesma (El juicio de los animales, pág. 62). Cuando murió Wolfgang Mozart llovía torrencialmente.
Los amigos que acompañaron el cortejo del maestro se vieron obligados a abandonar pues no disponían de carruajes. Al llegar al lugar donde sería sepultado, y fuera de los empleados del cementerio, solo se hallaba junto al féretro el perro. Fiel amigo que, chapoteando barro y nieve, lo siguió sin claudicar hasta la tumba. Todos los acompañantes habían desistido menos el animal que, según dicen los que habían desistido para no mojarse, no tiene alma.
También otra anécdota extraída del libro involucra a otro famoso con un can y relata que Napoleón, cuyas aventuras militares lo hicieron causante y testigo de escenas de indescriptible crueldad y matanzas antes de terminar exiliado en la isla de Santa Elena, se sintió conmovido hasta las lágrimas por la devoción de un perro.
En 1796, durante su campaña italiana, mientras caminaba por el campo de batalla “en el profundo silencio de la noche, según sus propias palabras, un perro que estaba junto al cadáver de su amo saltó súbitamente y corrió hacia él, para volver luego al lugar donde se ocultaba, aullando lastimeramente. Una y otra vez lamió la mano de su amo y corrió hacia Napoleón”.
Napoleón dejó escrita la profunda impresión que le causó este vínculo indestructible entre perro y amo:
“Ningún incidente en un campo de batalla llegó a conmoverme tanto. Involuntariamente me detuve a contemplar la escena. Ese hombre, pensé, tenía amigos en el cuartel o en su compañía y ahora yace olvidado por todos salvo por su perro. ¡Qué lección nos da la naturaleza por medio de un animal!”
Simón Eduardo Manzur - DNI 16.470.561