por Julio Bárbaro - Periodista. Ensayista. Ex diputado nacional. Especial para Los Andes
Algunos se atreven a decir que vamos a las urnas demasiado seguido, como si existiera algún camino exitoso del que nos expulsan los votantes. Otros le echan la culpa al peronismo que gobernó la mayor parte de esta indiscutible decadencia. En rigor hubo una etapa liberal de mercado con Menem y otra con barnices revolucionarios con los Kirchner. Los que gritaban frente al palco de Cristina “patria si, colonia no” ignoraban que sin los Kirchner no se hubiera podido privatizar YPF, que la herencia de la grieta no contenía ninguna idea digna de ser rescatada.
El lugar secundario de Daniel Scioli en la lista recuerda de qué nos salvamos, el poder detrás del trono soñaba ser hereditario. La gran excusa es que el actual gobierno es conservador, tienen razón, siempre que pudieran demostrar que Scioli sería más progresista, cosa que dudo.
Las Paso fueron pensadas por los derrotados, esos que imaginan doblegar la democracia para imponer sus demencias y agotan el uso de la trampa que implica la candidatura testimonial. Hace tiempo que los partidos dejaron de existir sustituidos por las personas. Ese sistema desarrolla la obediencia, el oportunismo al elegir los leales en contra de los que piensan, de aquellos pocos que son dueños de ideas propias. Los candidatos tienen asesores, encuestadores, expertos en acomodarse a la coyuntura, con la consecuencia de la muerte de la política. No hay guías, solo guiados.
Da envidia la solidez del sistema político que alcanzaron países hermanos, que en todos los casos avanzaron mientras nosotros seguimos cayendo. Chile y Uruguay tienen estructuras progresistas y conservadoras con sus partidos y sus debates, eligen candidatos mientras se consolidan las propuestas. Nosotros no logramos salir del pasado, no tenemos quien asuma una autocrítica, como si los errores no tuvieran dueño, como si la decadencia fuera fruto de la casualidad.
Macri podrá ser más conservador que Cristina, pero sin duda es más democrático, y en eso implica un avance. Lo malo es que los macristas sueñan con volver al balotaje, e insisten en imponer la imagen de Cristina convencidos que son mejores que ella, una trampa que arriesga una devaluación del conjunto. El odio al pasado tiene la fuerza que le falta a la fe en el presente.
El cambio de gobierno forjó un nuevo fanatismo oficialista, como si sólo molestaba el de los otros para intentar desplegar el nuestro. Hay un anti peronismo agresivo, a nadie le interesa demasiado construir la paz social.
Olvidan que despreciar una idea implica hacerlo con sus seguidores, que ser anti algo es una manera poco sutil de ser antidemocrático. No estamos logrando aislar a los violentos sino expandiendo sus errores. Nunca logramos salir de los setenta, como si los dogmas ajenos impusieran miedos a los que nunca apoyamos la violencia.
Asombra la manera reiterada que expresan quienes denuncian las culpas del otro sin asumir jamás la propia. Intentan dar lecciones de democracia cuestionando la existencia del que no piensa como ellos. Estatistas y liberales imaginan que el otro arruinó la sociedad, todos parecen recordar que hubo un tiempo mejor, eso sí, no coinciden en cuál fue.
La única verdad indiscutible es que somos una sociedad en decadencia, que se sumaron millones de pobres en estos años de democracia. Podemos no coincidir jamás en el culpable pero al menos deberíamos intentar hacerlo en las políticas de Estado que nos devuelvan la esperanza. Y el orden, ese que nos impide condenar a los que con sus rostros ocultos se dedican a cortar las calles y luego algún imbécil dice que la policía los reprime. Lo peor que heredamos de los setenta es la idea de que el caos es revolucionario y el orden conservador. Uno no sabe si esa libertad la heredaron de Stalin o de Fidel, seguro que si el gobierno fuera de ellos nosotros seríamos reprimidos con la vehemencia que siempre utilizaron para defender su autoritarismo.
En estas elecciones las personas siguen sin dejarle lugar a los partidos. Los disidentes, esos que son la riqueza de la política, no son respetados en casi ninguna fuerza. El poder sigue generando su amontonamiento de seguidores a partir de la generosidad que aportan sus beneficios. Pensar libremente no es respetado, las Paso van sin opciones, los jefes no respetan a quienes los cuestionan.
Inseguridad y pequeñez.
Y todos dicen necesitar muchos años, reelecciones, de eso que tanto tuvimos y tan mal nos hicieron. Demasiado fanatismo que no se corresponde con la debilidad de las ideas en juego. O quizás sí, solo un fanático puede defender lo irracional. Y ser de un bando, del derrotado o del triunfador, como si con tanto fracaso a la vista dudar estuviera prohibido.
Voté a Macri y no me arrepiento. No lo haría de nuevo, estoy convencido que al menos necesitamos varias opciones y que nadie merece ni necesita ser dueño de una mayoría. Fue en su nombre que se inauguró la decadencia.
En estas elecciones no creo que nada cambie, eso sí, quisiera que a todos se les baje la soberbia, esa que no se corresponde con la desesperanza que transitamos.