Meditación en Navidad

Meditación en Navidad

Ya lucen los adornos de Navidad en las calles y en las casas. El árbol y el Belén (pesebre) están preparados para recibir a Jesús. Cuando digo Jesús, no digo unos dogmas, sean los que fueren. Digo una vida y una esperanza que renuevan al mundo. Digo el Nombre de lo que está en el fondo de todo, y la profecía de lo que será plenamente, si hacemos que sea.

Hagamos que sea. No importa lo que creas, pero abre los ojos y lo más profundo de tu ser. Que tus ojos se alegren como los de un niño al ver las luces, el árbol y el Belén, y puedan mirarlo todo con la luz del corazón. Que tu corazón, a pesar de todo, siga latiendo en paz, en la Paz que todo lo crea y lo transforma.

No lo tenemos fácil en el mundo que nos circunda. Muertes inocentes, guerras, corrupción, pocos muy ricos y muchos muy pobres.

Ambiciones, dinero, poder, abusos de todo orden, autoritarismo, insensibilidad, insolidaridad y ausencia de sentirnos prójimos.

Ese misterio último que nos rodea por todas partes y que los creyentes llamamos Dios no es algo lejano y distante. Está con todos y cada uno de nosotros.

“Nacido, según la carne, de la estirpe de David”, “Constituido, según el Espíritu, Hijo de Dios”. San Pablo tenía muy en claro la diferencia entre carne y espíritu. Jesús nació de la carne y nació del Espíritu.

Lo que soy biológicamente me viene dado por la naturaleza. Lo que puedo llegar a ser espiritualmente me viene de Dios pero tengo que nacer del agua y del Espíritu. Nadie puede hacerlo por mí; ni siquiera el mismo Dios. El Espíritu ya está dentro de mí. Mi tarea es darle a luz; es decir, tomar conciencia de esa realidad y manifestarla en mi vida para que la vean los demás. Ese proceso me llevará a la plenitud humana.

Normalmente, a los cristianos no se nos ha enseñado a percibir la presencia del misterio de Dios en nuestro interior. Por eso muchos lo imaginan en algún lugar indefinido y abstracto del universo. Otros lo buscan presente en la Eucaristía. Bastantes tratan de escucharlo en la Biblia. Para otros, el camino es Jesús.

El misterio de Dios tiene, sin duda, sus caminos para hacerse presente en cada vida pero se puede decir que, en la cultura actual, si no lo experimentamos de alguna manera vivo dentro de nosotros, difícilmente lo hallaremos fuera. Por el contrario, si percibimos su presencia en nosotros, podremos rastrear su presencia en nuestro entorno.

El secreto consiste, sobre todo, en saber estar con los ojos cerrados y en silencio apacible, acogiendo con un corazón sencillo esa presencia misteriosa que nos está alentando y sosteniendo. No se trata de pensar en eso sino de estar “compenetrándose” de la paz, la vida, el amor, el perdón... que nos llega desde lo más íntimo de nuestro ser.

Claro. Esta manera de vivir y sentir la Navidad es largamente distinta de la que se nos propone cada año desde esta sociedad del consumo y de la felicidad inmediata, de lo fácil y externo.

Pero, bueno, estoy intentando, y sugiriendo, “penetrar” en la Navidad desde lo más íntimo de nosotros mismos, desde nuestro espíritu. Para los cristianos, no debería haber otro modo de celebrar la Navidad. Las luces, la diversión, las apariencias y los jolgorios, son propios de quienes entienden y viven la existencia con otras fórmulas.

Con la sencillez, humildad y calidez con que los pastores se acercaron al Pesebre, inmediatamente nuestro corazón se abrirá a los otros/as, nuestros prójimos. Así reconoceremos en el Niño recién nacido nuestra propia dignidad y descubriremos las ansias más profundas que anidan en nuestros corazones.

Volvamos al comienzo. Todos/as vivimos porque el Espíritu habita en nosotros y porque nuestro origen está más allá de las estrellas. Hagamos lo posible para que esa Vida florezca bella y agraciadamente en todo y en todos.

El misterio último de la vida es un misterio de bondad, de perdón y de salvación, que está dentro de todos y cada uno de nosotros. Si lo acogemos con sencillez y silencio, conoceremos la alegría de la Navidad.

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