Cuando desde Lausana se escuchó “Buenos Aires”, en Buenos Aires recién se normalizaba el servicio de trenes, la Gendarmería se preparaba para desbaratar el corte en General Paz y Migueletes; el tránsito estaba colapsado en avenida Huergo y las obras del Metrobús obligaban al paso de hormiga en 9 de Julio.
El Servicio Meteorológico anunciaba lluvia y si llueve la amenaza de inundación nunca se descarta. ¿Cómo será Buenos Aires dentro cuatro años?, ¿quién será el jefe de Gobierno porteño?, ¿quién será presidente del país? Según la ley vigente, las respuestas a las últimas dos preguntas, dicen que no serán Macri ni Cristina.
A quienes viven en Buenos Aires no se les escapa, qué va, el tiroteo permanente entre el gobierno nacional y el porteño. No hay ninguna señal de que el escenario mejore. Sin embargo, la candidatura olímpica fue un proyecto conjunto. ¿Es acaso una señal de que a pesar del distanciamiento enmarcado desde la diferencia ideológica a la chicana más rastrera es posible elaborar acuerdos sustentables? En este caso parece que sí.
Nadie puede arrogarse la exclusividad de la Buenos Aires olímpica y a la hora de la celebración tendrán que compartir responsabilidades, tal vez el máximo castigo para quienes hacen de la política un campo de batalla de proyectos personales donde cabe la descalificación, el ninguneo, el bloqueo permanente a la propuesta ajena, sólo porque es del otro.
Los impulsores políticos de la candidatura olímpica festejan. Tiene razón y tienen derecho. Tendrán que saber que han tomado un compromiso inmensamente mayor al del objetivo alcanzado porque ahora hay que hacer lo que se ofreció, aunque en 2018 ni Macri ni Cristina estén en el palco oficial. Sería bueno comprobar que han hecho política para la gente, no sólo para ellos.
