Maya Plisetskaya, la despedida: parte del aire

Así se la conoce desde la mitad del siglo XX, etérea, deslumbrante. Bailó para millones de personas. “A mí me gusta el público que llega por primera vez en su vida al ballet. Yo desprecio a los especialistas cerrados. Ninguno de ellos dice la verdad”, dij

Maya Plisetskaya, la despedida: parte del aire
Maya Plisetskaya, la despedida: parte del aire

Ella bailó para Mao, Nikita Kruschev y John F. Kennedy, entre algunas de las personalidades que marcaron el ritmo de una época. Acaso como ella mismo, que inventó un modo, un sistema e hizo escuela, partiendo de la tradición rusa.

Con su muerte, tal vez convenga coincidir con la bailarina Diana Vishneva: “La época de las grandes leyendas del ballet llega a su fin”. Y quien está más autorizado para opinar, el ruso nacionalizado norteamericano, Mikhail Baryshnikov, escribió a poco de conocer la triste noticia: “Murió en uno de los más grandes bailarines de nuestro tiempo, la musa de Yves Saint Laurent y Pierre Cardin, hermosa y elegante. Siempre será para todos nosotros la inspiración divina”.

El argentino que más la conoció fue sus muchas veces partenaire en escenario. Se trata de Jorge Donn, quien cumplió ese rol con Maya Plisetskaya, en la obra “Leda”, creación de Maurice Béjart fechada en 1978. La relación entre ambos se hizo más estrecha, con la mundialmente conocida pieza “El bolero del Ravel”, también coreografiada por Béjart. Es que Donn fue quien invirtió el rol, tomando el papel “femenino” de la rusa. Y en medio de las controversias resultó ser, al fin, un clásico.

Debutó en el Ballet Bolshoi de Moscú en 1943. Y su técnica en saltos y giros la llevó a sobresalir, a punto tal que en 1962 fue nombrada prima ballerina. Luego vendrían sus encarnaciones de los cisnes. Los especialistas coinciden que su solo en “La Muerte del Cisne” alcanza para situarla entre los más dotados seres dedicados a la danza de todos los tiempos.

"Siempre creía y sigo creyendo que 'El lago de los cisnes' es una prueba para cualquier bailarina. En este ballet no se puede ocultar nada. Todo está en la palma de la mano: dos personajes, el negro y el blanco, toda la paleta de colores y pruebas técnicas, el arte de la transformación, el drama del final…”.

La Fundación Príncipe de Asturias, al darle su máxima distinción, destacó que la bailarina rusa “ha convertido la danza en una forma de poesía en movimiento, al conjugar la exquisita calidad técnica con la sensibilidad artística y humana, ejerciendo su magisterio sobre bailarines jóvenes y consagrados del mundo entero”. En 2006 fue distinguida en Japón con el Praemium Imperiale.

Estuvo casada con el músico y compositor Rodion Shchedrin. Cuando presentó su único libro en Moscú, suerte de memorias y enseñanzas, llamado “Yo, Maya Plisetskaya”, se conoció más sobre esta relación, una historia de amor conmovedora. El texto rápidamente se tradujo a catorce idiomas.

E impulsó un proyecto de ambos, una fundación que hasta el día de hoy cumple con la misión de  preservar, documentar y facilitar el acceso libre a la obra artística de los dos creadores. Shchedrin adaptó para ella una versión de “Ana Karenina”, la novela fundamental de Tolstoi, y otras piezas, como “La Gaviota” y “La Dama del Perrito”, que nacieron como obras literarias ineludibles en la narrativa rusa. Ella les puso teatro y movimiento, psicología y enfoque.

Imposible referirse a su obra sin destacar “Carmen”. La idea de adaptar el clásico fue suya. El inconveniente era transformar la partitura original de 150 minutos y reducirla a 43. Una vez más apareció su esposo, quien al ver los primeros ensayos tomó el desafío. El decorado original del montaje exhibe un telón de fondo de color rojo, que delinea en negro la enorme cabeza de un toro, y un artefacto semicircular que simula un ruedo, sobre el cual unos pocos espectadores se sientan en sillas de respaldo alto para observar lo que pasa allí dentro.

“Una metáfora de la arena de la vida”, se explicó entonces. “Carmen Suite (como se titula el ballet), no es acerca de la vida de Carmen, sino de como ella la vive”, precisó la bailarina. Y en la sutileza también hay extrema poesía.

Maya Plisetskaya  visitó y actuó en Argentina en los años setentas y aquí dejó la impresión maravillosa de su arte. En el Teatro Colón de Buenos Aires se presentó en 1975–1976, regresando en varias oportunidades.

“Nunca recibí de un público la muestra de cariño que me entregó Buenos Aires en mis primeras dos visitas. Viví momentos de ensueño, de esos que justifican cualquier esfuerzo y realzan la existencia de cualquier artista. Me entendí a las maravillas con ese público. En 1978 tuve la desgracia de enfermarme y el contacto quedó interrumpido, sin culpa de nadie. Fue como si se hubiera abierto una grieta y por ella se colaron desconfianza, mentiras y descortesías incomprensibles”, dijo en un reportaje que le hiciera Napoléon Cabrera, para revista Gente, en marzo de 1979.

Bailarina, coreógrafa y directora artística rusa, nació en Moscú el 20 de noviembre de 1925. Su nacionalidad era lituana desde 1990 y en 1993 le concedieron la española. Fue víctima de los excesos del comunismo soviético (no hay que olvidar al carnicero Stalin ni a su red de caníbales culturales), que no sólo asesinó a su padre, sino que confinón a su madre a los temibles gulags. Todo ese relato lo transformó en belleza.

Hizo de su horror una de las más excelsas armonías. Y cambió la tragedia por nobleza, en cuerpo y alma. Muchísimo para una simple mortal que deja un legado encantador, lleno de misterio, de sacrificios más allá de cualquier talento innato. Bailó profesionalmente hasta los 70 años. No más comentarios.

Mauricio Wainrot y Julio Bocca

“Nunca olvidaré cuando la vi por primera vez hacer la Muerte del Cisne en el Colón, frente a un público que desbordaba hasta los pasillos del Teatro. Con ella se va una gloria de la danza y el ballet. Inolvidable. Una de las más grandes bailarinas del siglo XX. Extraordinaria personalidad y enorme artista, que nos deslumbró en cada aparición en el Teatro Colón y en los más importantes teatros del mundo”, escribió el director y coreógrafo Mauricio Wainrot, apenas se enteró de la noticia.

Julio Bocca es otro de los argentinos que tuvo trato profesional con la bailarina. Fue muy preciso en estos días al evocar las visitas de Plisetskaya a sus ensayos, cuando Bocca era más que una promesa en el Teatro Bolshói. También recordó algunos de los consejos que ella le sugirió “la necesidad de calentar debidamente, antes de las funciones y ensayos, para no sufrir, como le ocurrió a ella, lesiones en la espalda por lanzarse a veces a bailar sin tomar previamente esta precaución”.

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