"Aunque es verdad que todos mis anhelos no han tenido otro objeto que el bien de mi hija amada, debo confesar que la honrada conducta de ésta y el constante cariño y esmero que siempre ha manifestado han recompensado con usura todos mis esmeros, haciendo mi vejez feliz". Con estas palabras describía el Libertador en 1844 a su hija Mercedes Tomasa de San Martín y Escalada de Balcarce.
El 10 de febrero de 1824 Merceditas, de 7 años, partía junto a su padre (a quien apenas conocía) rumbo a Europa. Las vicisitudes del momento, el riesgo de persecuciones políticas, las amenazas de muerte y su misión de conseguir apoyo en Europa para la terminación de la guerra y el reconocimiento de la independencia de América, lo decidieron a dar este paso, junto a su única familia directa: su hija, con quien compartiría su ostracismo en aquellas tierras.
Tras su paso por Londres y otras ciudades de Inglaterra, en 1825 San Martín se instaló en Bruselas y desde allí escribió a Bernardo O´Higgins: "? lo barato del país y la libertad que se disfruta me han decidido a fijar mi residencia aquí hasta que finalice la educación de la niña, época en que regresaré a América para concluir mis días en mi chacra, separado de todo lo que sea cargo público y si es posible de la sociedad de los hombres".
Aquí el Libertador destaca su preocupación por la educación de la infanta, pero también su deseo de retornar a América, y en especial la aversión a todo mando político y militar que su experiencia pública había generado en su mente y corazón.
Tiempo después describía a su amigo Tomás Guido su estadía en Bruselas: "Ocupo mis mañanas en la cultura de un pequeño jardín y en mi taller de carpintería, por la tarde salgo a pasear y las noches en la lectura de algunos libros alegres y papeles públicos, he aquí mi vida? Ud. dirá que soy feliz, sí amigo mío, verdaderamente lo soy".
Por aquellos días San Martín plasmará en papel de modo sencillo y práctico su filosofía de vida en lo que se conoce como las "Máximas para mi hija", que constituyen un verdadero código de ética y modelo de educación, al tiempo que demuestran el carácter sencillo, austero y recto de este padre cariñoso y severo, responsable y prudente que transmitirá a través de esas sencillas frases, su experiencia y formación, a su amada hija al recomendar:
1. Humanizar el carácter y hacerlo sensible aun con los insectos que nos perjudican. Stern ha dicho a una mosca abriéndole la ventana para que saliese: "Anda, pobre animal, el mundo es demasiado grande para nosotros dos".
2. Inspirarla amor a la verdad y odio a la mentira.
3. Inspirarla gran confianza y amistad pero uniendo el respeto.
4. Estimular en Mercedes la caridad con los pobres.
5. Respeto sobre la propiedad ajena.
6. Acostumbrarla a guardar un secreto.
7. Inspirarla sentimientos de indulgencia hacia todas las religiones.
8. Dulzura con los criados, pobres y viejos.
9. Que hable poco y lo preciso.
10. Acostumbrarla a estar formal en la mesa.
11. Amor al aseo y desprecio al lujo.
12. Inspirarla amor por la Patria y por la Libertad.
Vemos aquí forjada la coherencia que San Martín demostró durante toda su vida. Estas máximas irradian el respeto por la libertad y por la vida misma, que como líder y conductor supo cuidar a partir de su principio de "no derramar sangre en vano", pues sufría por las vidas de los otros al punto tal de asegurar que "cada gota de sangre americana que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón".
Por otro lado, las enseñanzas a su hija reflejan su honestidad y amor a la verdad demostrado en sus palabras: "Como hombre público y privado he tenido siempre el derecho a ser creído"; a la vez que destacaba el respecto a la amistad y confianza que tuvo siempre para sus allegados, ponderando que "mi mejor amigo es el que enmienda mis errores y reprueba mis desaciertos".
El hombre de los cargos y honores, el fundador de las "jóvenes repúblicas" americanas, era a su vez un carácter sensible que sentenciaba: "Buscaré en el retiro el seno de la paz, y cada día que abrace a un viejo soldado del Ejército Libertador, recibiré la más dulce recompensa por todos mis trabajos".
El conductor de hombres y bestias del Cruce de los Andes, de carácter reservado y hermético, capaz de guardar silencio aun en los momentos más críticos, jamás defraudaba su palabra ya que consideraba que "mi nombre es ya bastante célebre para que yo lo manche con la infracción de mis promesas"; al tiempo que transmitía en su última máxima el amor a la Patria, principio rector al que consagró toda su existencia y que transmitió a Merceditas.
El legado sanmartiniano impreso en estas Máximas quedó vivo en su hija, su yerno y sus nietas, transformándose en un fiel reflejo de aquella sentencia que proclamara al concluir su obra independentista encargando a los pueblos bajo su mando: "Al americano libre corresponde transmitir a sus hijos la gloria de los que contribuyeron a la restauración de sus derechos" (José de San Martín. Lima 28 de julio de 1821).