En tiempos de sentencias en 144 caracteres, de consignas que se fagocitan unas a otras, de contradicciones que anulan a la cita anterior, la idea de pensar(nos) para muchos está en relación con los debates efímeros, inconsistentes y simplistas, que corren como aguas vivas por los canales de comunicación social.
Hoy, muchos creemos que “estamos” ahí: en los títulos catástrofe, en el ‘magnicidio’ de las palabras -sentenciadas a muerte por manipulación y masificación del microacontecimiento-. Nos lo decimos en los taxis, lo posteamos en las redes, lo repetimos en la cena de amigos. Y, de tanto insistir (nosotros y los medios), vamos ‘convirtiendo’ en imaginario aquello que sólo se sostiene en el rigor de las leyendas urbanas.
De ahí la importancia de la historia, la memoria, la reconstrucción de lo que fuimos para comprender quiénes somos.
Este rastreo genealógico parece imprescindible hoy, más que nunca, cuando las tecnologías ‘nos han vuelto superhéroes’ ; cuando la velocidad de la información pretende convertirse en sinónimo de veracidad; cuando somos los generadores de la noticia, que se vuelve presa fácil con nuestro smartphone.
“De receptores pasivos, los ciudadanos están pasando a ser, mediante el uso masivo de las redes sociales, ‘productores-difusores’, o productores-consumidores (prosumers)”, nos apunta Ignacio Ramonet, en un interesante artículo sobre la desaparición de la tv de masas, algo que ya Gianni Vattimo, o Roger Silverstone, anticipaban en pleno apogeo de los ‘90.
Matías Bruera es sociólogo e investigador en el terreno de Historia de las Ideas, en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Él es, además, uno de los directores del equipo de académicos que acompañan a Ricardo Forster en la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional, y también de los gestores de un trabajo que parece a contramano de la situación que antes describimos: la publicación de antologías que den cuenta de nuestros procesos históricos, políticos, sociales y culturales.
El jueves pasado, justamente, se presentó en sociedad el primer tomo de este libro (que además, como objeto, es bello), dedicado a los “Manifiestos Políticos Argentinos 1890-1956”.
La curiosidad sobre por qué, en estos tiempos, abordar tan inmenso trabajo de recopilación, selección y registro de material nos llevó a contactarlo. En medio de corridas y reuniones urgentes (los libros no surgen de la nada), Matías se inventó un hueco en la agenda y nos convidó precisiones.
-¿Cómo surgió la idea de construir esta antología?
-En principio, cuando pensamos este libro, sentimos que había una necesidad de poner en papel un trabajo serio con el que se intentara recopilar, desde las más diversas miradas y perspectivas, las voces emancipatorias de la política nacional en su desarrollo histórico. Y la palabra ‘emancipación’ es la clave, pues la creación de nuestro país se ha nutrido de diversos relatos que, teniendo ese horizonte de referencia, le han otorgado sentido a nuestro devenir.
Por eso, sabiendo qué queríamos, convocamos con Gabriel Lerman a una coordinadora y editora -Mariana Casullo-, que junto a un Consejo Asesor han guionado este libro para hacerlo atractivo y lograr una lectura sugerente. La idea fue abrevar en esas tradiciones políticas y culturales, de amplios sectores populares, que han enunciado sueños e ideales y han dejado su impronta y constituido sus herencias.
Empezamos con un primer tomo, que abarca no casualmente de 1890 a 1956: dos momentos que suponen giros y rupturas muy significativas en el interior de nuestra historia. Continuaremos con otro tomo, que saldrá en un par de meses, y que llegará hasta el presente. Como enuncia Ricardo Forster en el Prólogo: “No hay proyecto de Nación sin un relato que le imprima a su itinerario un desde dónde y hacia dónde”.
-¿Qué particularidades ha tenido el proceso de recopilación, selección y demás?
-Toda antología es un recorte, una selección y en este sentido lo más dificultoso fue qué recopilar y qué dejar afuera. No fue una decisión fácil, pero entendimos -y en especial la editora y el Consejo Asesor- que debían elegirse aquellos textos que dejaron su huella en nuestra historia y que, a su vez, contribuyeran al actual debate público.
Si bien los Manifiestos tienen un lugar destacado en esta antología, pues ellos marcan el pulso de la edición y en tanto género señalan los conflictos y las tensiones históricos nacionales, en el libro están acompañadas por las más significativas polémicas intelectuales que se dan en diversos ámbitos y espacios institucionales; y que intentan recrear, aunque sea de manera fragmentaria, la vida intelectual argentina.
-Entre los autores de los textos hay desde poetas, como Girondo, hasta juristas como Sampay; ¿cómo fue esa selección de estos textos y autores?
-Ante la abrumadora cantidad de material, el grupo editor optó por un criterio tripartito: Manifiestos propiamente dichos, que incluyen discursos públicos y proclamas; Intervenciones Intelectuales, que intenta rescatar debates y polémicas desarrolladas en diarios y revistas; y lo que denominamos ‘Artefactos Culturales’ que abonan y ponen en clima el calor del pensamiento epocal, a partir de expresiones tan variopintas como poemas, pinturas, fotografías, folletos, crónicas y memorias.
Diversas formas de expresiones sociales que evidencian el conflicto, la mirada disruptiva y el compromiso con la cultura y la política de sus tiempos. Esto permitió un ordenamiento de la amplitud de los materiales y hacerlo más legible para todo aquél que quiera entender momentos centrales de esas décadas.
-Mucho se habla, por estos tiempos, sobre identidad cultural, federalización cultural, democratización de la palabra. ¿Sobre qué mirada, respecto de estas categorías de análisis, se ha montado la construcción de la antología?
-La identidad siempre fue un tema conflictivo para la Argentina. El conflicto de definir nuestra identidad viene desde nuestra fundación como sociedad. Ya a mitad del siglo XX muchos intelectuales referían que la Argentina no podía “ser” y en ese sentido “era falsamente”; o sea: tenía una gran capacidad de asimilar lo foráneo sin determinar definitivamente lo autóctono.
La realidad es que las diversas corrientes inmigratorias le han aportado un cúmulo de ideologías muy ricas que forjaron un imaginario libertario y contrahegemónico que el libro intenta rescatar.
Las sociedades de masas y sus formas de expresión tienden a simplificar la historia, sin embargo con esta antología intentamos rescatar voces y tradiciones que han sido devoradas por las insaciables fauces del tiempo: por ello aparecen las travesías de las ideologías más evidentes -radicales, peronistas, socialistas, comunistas y liberales-; pero también otras como los autonomistas, anarquistas, conservadores, nacionalistas de derecha e izquierda, católicos y visiones sindicales.
Un panorama pluralista para épocas mediáticas simplificadoras, que intenta ampliar el horizonte y, con ello, la controversia de lo identitario y sus tradiciones.
-Como sociólogo, y analista de la Historia de las Ideas, ¿cómo definirías este 'momento actual' del pensamiento?, ¿cuáles son los aspectos que, pensando en procesos sociales, hay que profundizar a futuro y cuáles a reconstruir, reinterpretar?
-En un tiempo de identidades astilladas y líquidas volver a pensar lo político y lo social, en clave histórica, implica sumergirse en un repertorio complejo y vasto de discursos, objetos, piezas, símbolos.
A mediados de los ‘90, la crisis de la política ofrecía un divertimento nuevo: la industria cultural absorbía la iconografía aparentemente pesada, densa, de los grandes relatos políticos de la modernidad, para convertirlos en marcas de indumentaria, objetos del turismo cultural, piezas de museos para el buen apetito del ciudadano interesado.
Mientras estallaban en mil pedazos las grandes palabras que habían estructurado el mundo del pensamiento y la acción política del siglo XX, los microrrelatos de una nueva época liviana se daban un panzazo de siglas, esfinges, consignas, escudos y doctrinas.
En el horizonte utópico, aquello deseable para el mundo -o para una comunidad- por parte de un colectivo, de una fracción, de una clase social, reinaba la confusión. Parecía un todo lo mismo, donde el único eje legitimador de lo político y lo social, en última instancia, de lo cultural, debía ser el flujo inexorable y parasitario de los medios de comunicación a gran escala.
Por el contrario, volver a pensar las identidades políticas argentinas, en esta segunda década del siglo XXI, implica un regreso ineludible a un tipo de dramatismo olvidado.
Aproximar la mirada a objetos que, lejos del fósil manipulable, están investidos de huellas reveladoras, de respiraciones, de asignaturas pendientes, aquello que Walter Benjamin podía nombrar con la imagen del ‘Angelus Novus’ ante las ruinas de la historia.
Se trata de remozar todo el tiempo la pregunta por la política, para que en el intento, ésta no quede subsumida por el formalismo técnico-gestionante-mercantil al que nos ha llevado la crisis moderna, el fin de una historia del bien, la deserción revolucionaria en la cultura y el pensamiento heteronómico.
-En tu libro "Meditaciones sobre el gusto", tomás a la comida y al vino como elementos que te permiten repensar cuestiones atinentes al "gusto". Conectando con la pregunta anterior, ¿el gusto de los consumidores 'de hoy' es también un aspecto a revisar a la hora de plantearnos un 'estado de la cultura mediática'?
-El gusto es un tema ciertamente complejo, y no demasiado trabajado, salvo por la filosofía académica. “De gustibus non est disputandum”: esta frase latina confirma hasta el presente la percepción subjetiva y relativa que se posee del gusto en la historia de la cultura occidental.
Más allá de esa enorme empresa racionalizadora, el goce gustativo escapa a toda reducción y, por lo tanto, a toda ciencia; y se expone como una fisiología irónica, que encubre una nada que ampara valores antitéticos y tautológicos: “me gusta” o “no me gusta”.
Se trata de un “poder de apreciación” de alguien que busca hasta que encuentra y realiza un juicio sobre lo encontrado. Hay pocas ideas tan burguesas como la del gusto, pues da por hecho, y por derecho, la idea de una absoluta libertad de elección; y anula la concepción primaria de la necesidad.
La referencialidad con respecto a vincular este tema con la recepción es central: lo que nos gusta dice más de la persona que del objeto degustado.
El hombre detrás de la academia
Matías Bruera (Buenos Aires, 1967) es sociólogo, crítico cultural, profesor e investigador de Historia de las Ideas en la UBA y en la Universidad Nacional de Quilmes.
Ha escrito numerosos ensayos en revistas especializadas, nacionales y extranjeras y es autor de: “Meditaciones sobre el gusto. Vino, alimentación y cultura” (Paidós, 2005), “La Argentina fermentada. Vino alimentación y cultura” (Paidós, 2006), “Comer” (Del Zorzal, 2010).
La antología
“Manifiestos Políticos Argentinos 1890-1956 | Tomo 1” es un proyecto dirigido por Bruera y Gabriel Lerman. La coordinación editorial es de Mariana Casullo.
El Consejo Asesor está integrado por Diego Caramés, Matías Farías, Adriana Petra y Gabriel Vomaro. Y el diseño de tapa e interior es de Carlos Fernández. Entre su índice, organizado por etapas históricas se pueden encontrar valiosos documentos, como el “Manifiesto de la Junta Revolucionaria en 1890” o el discurso de Hipólito Yrigoyen en la asunción de la presidencia de la Nación, entre más.
Pero también es un volumen compuesto por fotografías de archivo, piezas de documentación visual valiosa y textos -o selecciones- de importantes autores y pensadores nacionales (“Son memorias” de Tulio Halperín Donghi, “Las brigadas de choque” de Raúl González Tuñón o “La integración de las masas a la vida política y el totalitarismo” de Gino Germani, sólo por mencionar algunos).