Mario Fiore - mfiore@losandes.com.ar - Corresponsalía Buenos Aires
No son pocas las voces que sugieren a Mauricio Macri paciencia con el peronismo. El Presidente sigue enojado con los dirigentes del PJ porque aprovecharon los meses más críticos del inicio de su gestión para empezar a dirimir liderazgos partidarios. Los reproches del jefe de Estado alcanzan tanto a los sindicalistas que motorizan el polémico proyecto de ley "anti-despidos" en el Congreso como a los líderes parlamentarios de extracción peronista.
Los pocos justicialistas que integran el círculo áulico presidencial aclaran a Macri cómo viene la mano: "Esto será más difícil a medida que nos acerquemos a 2017 y todos se enfrasquen en las estrategias para las elecciones legislativas". En el macrismo están convencidos de que al Presidente no le queda otra opción que recuperar la iniciativa política si quiere salir de la pelea cuerpo a cuerpo con el justicialismo por una ley que, más allá de sus resultados prácticos, podría ser leída como el primer gran sacudón a la autoridad presidencial.
En la búsqueda de recapturar el manejo de la pelota, Macri realizó movimientos defensivos y erráticos. El lunes convocó de urgencia a la Casa Rosada a los principales empresarios argentinos para que firmaran un papel -sin siquiera membrete- comprometiéndose a no despedir empleados por tres meses y se puso él mismo a negociar con once líderes sindicales una tregua en un salón contiguo.
Fue la cara de un gobierno yendo atrás de los hechos, incurriendo incluso en contradicciones: mientras niega la ola de despidos aportando datos estadísticos, pide a los empresarios que no echen a más trabajadores.
Pero el Ejecutivo consiguió esta semana ganar tiempo, un recurso valiosísimo para su estrategia. Develado el final que tendrá la ley "anti-despidos", que no es otro que el anunciado veto presidencial, la tarea que tiene el oficialismo es preparar el terreno para que este remedio último tenga el menor costo político para el Presidente.
De ahí que se hizo todo para que el kirchnerismo no pudiera conseguir quórum el jueves y se quedara con las ganas de tratar en el recinto de Diputados la media sanción del Senado. Bastaron algunos llamados telefónicos a Hermes Binner, Gerardo Zamora y Adolfo Rodríguez Saá para que la avanzada K naufragara. Todos estos líderes territoriales no quisieron quedar expuestos a la estrategia súper-ofensiva del cristinismo.
La relación del Gobierno con Sergio Massa no pasa un buen momento. Sin embargo, el oficialismo decidió salir en auxilio del ex alcalde de Tigre y lo ayudó a mantener a su tropa ordenada.
El miércoles, los renovadores quedaron al borde de la ruptura porque los diputados de extracción sindical amenazaron con dar quórum al kirchnerismo, apurados por las centrales obreras que exigen que la ley "anti-despidos" salga cuanto antes. Sólo porque Emilio Monzó, jefe de la Cámara baja, convocó con seis días de anticipación a la sesión del 18, en la que se tratará el tema, Massa pudo convencer a sus "dipu-sindicales" de esperar una semana.
El líder del Frente Renovador está hoy en el centro del escenario. Su decisión de transitar la "ancha avenida del medio" le está dando resultados en el Congreso, aunque sus movimientos ondulatorios son tan marcados que comprometen el equilibrio que exige ese camino. Con sólo 38 diputados, Massa se ha convertido en árbitro de la Cámara baja y espera este miércoles imponer, en una votación que se anticipa llena de tensiones, un dictamen diferente al del kirchnerismo y al del macrismo: la doble diferenciación como estrategia.
La apuesta de Massa es derrotar al oficialismo y al cristinismo a la vez, ordenando a sus diputados que rechacen primero el proyecto K junto a Cambiemos y que luego voten en contra la iniciativa macrista junto al Frente para la Victoria. Si sus planes se cumplen, logrará que el kirchnerismo vaya al pie y deba votar su proyecto de ley "anti-despidos", que es mucho más duro para el Gobierno que el que sancionó el Senado.
En primer lugar, porque establece la doble indemnización retroactivamente, desde abril; en segundo lugar, porque prevé un paquete de medidas para favorecer a las micro y pequeñas y medianas empresas que el oficialismo entiende que es "impagable" para un Tesoro con un rojo fiscal alarmante.
Massa es para el Gobierno un animal peligroso.
"Conociendo a Sergio, creo que él va a jugar hasta el último momento su estrategia de ir por el medio. Es una decisión muy tensionante porque todos le exigen que tome partido ya", explica un macrista que negocia a diario con el líder del Frente Renovador.
Esta misma experimentada voz vaticina que Massa igual será atrapado por la dinámica de un peronismo que busca nuevo conductor. "Sergio es quien tiene más posibilidad de representar la renovación del PJ, por sus chances en la provincia de Buenos Aires el año que viene", explica. Este escenario de Massa, atrapado por la interna peronista, es el que necesariamente lo alejará del Gobierno con el correr de los meses. Si eso es así, es probable que en 2017 el oficialismo no pueda concretar acuerdos en el Congreso.
En el macrismo están convencidos de que el rival principal que tendrá el Gobierno en 2017 será Massa, aun si Cristina Fernández se presentara como candidata a senadora nacional. Entienden que el electorado del oficialismo y el del kirchnerismo difícilmente podrían mezclarse pero, en cambio, el potencial daño que podría hacer Massa a Macri es enorme porque ambos comparten -en gran medida- los mismos votantes.
Por eso algunos operadores del Ejecutivo apuestan a que Florencio Randazzo salga a enfrentarlo para que los votos peronistas de los sectores moderados (o no cristinistas) se fragmenten. Los contactos de la Casa Rosada y de María Eugenia Vidal con el ex ministro del Interior, no han sido casuales ni ingenuos.