Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com
Juan Perón hizo el peronismo a su imagen y semejanza. El líder fue el creador y el movimiento, la criatura. En 1955 prohibieron a los dos y desde entonces el General dedicó el resto de su vida al reencuentro de ambos con el país. Lo logró pero el costo fue enorme, porque desde el exilio debió sumar todo lo que encontró. Y encontró mucho.
Así, cuando líder, pueblo y movimiento se reencontraron en la Argentina de 1973, la criatura ya era inmensamente más poderosa que el creador, aunque todavía nadie lo supiera. Perón conservaba el aura pero ya podía hacer poco para dominar al movimiento, el que había cobrado vida propia y era inmanejable. Aunque no se hubiera muerto difícilmente lo habría podido controlar. Imagínense que si superó a su creador, lo que haría con personajes tan menores en comparación, como Menem o los K.
Lo cierto es que a estas alturas el peronismo ha devenido una criatura jurásica, un león, que se mueve solo, mucho más allá de la voluntad de sus integrantes porque se reproduce automáticamente.
Sólo los renovadores ochentosos pretendieron convertirlo en otra cosa y les fue peor que a todos. Por eso los peronistas permanentes (esos que han sobrevivido a Menem y Kirchner bajando la cabeza ante ambos y despreciándolos luego a ambos, sin cargo alguno de conciencia o de coherencia), sabedores de eso, no quieren ser Cafiero-De la Sota 87/88 o Bordón-Chacho 95 que, al pretender domarlo para adaptarlo al sistema democrático normal surgido en 1983, perdieron todo. Mientras, Menem o Kirchner se subieron a él y, en vez de querer controlarlo, lo dejaron crecer a como diera lugar.
A cambio la criatura les permitió ser reyes absolutos mientras les duró la racha. Así es el peronismo: a los que quieren frenarlo, limitarlo o cambiarlo, los tira de la montura, mientras que a los que lo dejan crecer sin límites ni cordura, les comparte el crecimiento por una temporada. Funciona así hace siete décadas, tiempo suficiente para sacar algunas conclusiones.
Los renovadores, que fueron los únicos que intentaron quebrar esa lógica, en 1987 se fueron de la estructura partidaria y dejaron solos a los mariscales de la derrota de 1983. Pero apenas ganaron desde afuera, convocaron de nuevo a todos. Error mortal. En dos años, los que habían perdido en 1983 contra los radicales y en 1987 contra los renovadores, fueron la base social con la que Menem exterminó a radicales y renovadores juntos y se quedó con todo.
Con el riojano en el gobierno, la criatura siguió creciendo en forma desbocada. Y cuando en 1999 cayó Menem y ganó De la Rúa, el peronismo ya había inficionado el cuerpo entero de la nación con su impronta. Por eso a los dos años, en 2001, volvió para salvar a la Argentina del mal que él mismo había causado. Y ésa sería su lógica permanente. Cada vez más y más.
De ella se colgó Kirchner con más ambición aún que Menem: quiso usar al peronismo no para solamente reinar y hacer lucrar a los suyos con el saqueo nacional, sino para crear su propio partido supuestamente superador de la criatura original en lo que, como era de prever, fracasó estrepitosamente. Pudo domar a casi todo el país, pero no pudo domar al peronismo aunque domó a casi todos los peronistas. Y eso que para lograrlo se jugó el todo por el todo. Se corrompió enteramente y corrompió todo lo que encontró a su paso, para lograr tal objetivo, pero el peronismo es invencible porque lo único que le interesa es sobrevivir y ser cada día más grande. Para eso se apoya en las ambiciones particulares de sus conductores de ocasión, pero luego los elimina cuando no los necesita más.
Hoy, luego del fracaso de los Kirchner, el peronismo está atomizado en tantas partes como peronistas hay, pero ellos -todos y cada uno- son los soldados y apóstoles -algunos conscientes, la mayoría inconscientes- de la reconstrucción. El peronista no se siente menemista ni kirchnerista, sino que se siente todo a la vez. O sea nuevamente quiere reconstruir al PJ hasta que se identifique con la totalidad de la nación bajo la excusa del movimientismo donde entran todos. “El peronismo es todo y peronistas somos todos”. Para ellos no es un sarcasmo del General sino una verdad revelada y ellos, sus apóstoles.
A no ser que alguien pare esa desmesura, la criatura peronista prefiere autodestruirse por hinchazón que aceptar ser una parte y no toda la nación. Todo peronista que quiere ser el líder del movimiento sabe que es más fácil llevar el apunte a sus tendencias fagocitadoras que ponerle límites. De allí el grave peligro.
Como la superplanta de “La pequeña tiendita del horror”, la criatura peronista se alimenta de carne humana. Mientras más le dan de comer, más crece y más hambre tiene.
El peronismo es un espíritu inmaterial que se corporiza en sus líderes, pero siendo siempre más que ellos, incluso que su creador Perón.
Si no, no podría haber subsistido tanto. Es que el peronismo no es un adjetivo ni una perversión ni una desviación sino algo muy auténticamente argentino que viene desde el subsuelo del país. Desde las profundidades y los abismos nacionales como alguien que, luego de haber estado tanto tiempo oculto porque algunos lo quisieron ocultar, surgió con la pretensión de cubrirlo todo bajo su impronta.
Puramente autóctono, expresa nuestras más profundas y secretas tendencias (las buenas y las malas, las mejores y las peores, pero las más nuestras, gusten o no). El verdadero peronismo es puro espíritu, se siente infinito. En cambio su cuerpo es temporal, finito, se expresa en los reyes que se suceden hasta que muerto el rey, viva el rey. En el catolicismo, la Iglesia es el cuerpo de Dios. En el movimiento creado por Perón, el líder es el cuerpo del peronismo, pero sólo el movimiento se parece a dios.
De sus 20 verdades sólo hay dos verdaderas, la 21 y la 22: Que cuanto parece que se pelean en realidad se están reproduciendo. Y que todos pueden poner en la gran bolsa pero nadie puede sacar nada para llevárselo afuera.
Todo líder, cuando llega a líder, se da cuenta de que el peronismo es eterno mientras que él tiene los días contados. Que mientras lo represente, el peronismo le dará simulación de eternidad como si uno y otro fueran lo mismo. Pero que tarde o temprano lo dejará en la pampa y en la vía. Entonces el líder intenta exorcizar el mal tratando de cambiar al peronismo para ponerlo al servicio exclusivo de su facción: haciéndolo un movimiento liberal con María Julia y Adelina (Menem).
O queriendo hacerlo un partido de izquierda (los Kirchner). Mientras, los peronistas permanentes, los obispos y sacerdotisas, reportan más a la Iglesia que a los Papas, cultura eminentemente católica. O clásica, como el Senado de Roma que se bancaba a los Calígula y a los Nerón con tal de que sobreviviera el imperio.
Además son ecuménicos los peronistas peronistas: aspiran a llevar la verdad, su verdad, por el mundo entero, que en el caso de ellos es la Argentina. Anhelan convertir a todos. En cambio, los Cafiero quisieron transformar al peronismo-movimiento en un partido normal, y ni siquiera se les permitió intentar. Los pararon antes de llegar. Como si fueran los portadores de la suprema herejía. Como si fueran los Lutero o los Calvino del catolicismo.
Hoy, de todos, el que más ambición tiene de ser el nuevo líder de la criatura es Sergio Massa, que dice seguir los pasos renovadores de Cafiero, por eso se fue del Frente, pero lo que más bien parece querer es ser el nuevo Kirchner, como el mismo Kirchner lo presintió cuando aún era presidente. “Ese tipo es más ambicioso que yo”, solía decir Néstor, mitad en chiste, mitad no tanto.
Massa, con el papel que jugó en el debate por el impuesto a las Ganancias, cayó en la tentación de la manzana del paraíso. Al hacerle sacar a los suyos unas fotos con los K y pactar con ellos, desnudó sus más secretas intenciones. Por eso luego intentó dar media marcha atrás, pero el paso crucial ya había sido dado. Buscó, como aprendiz de hechicero, juntar otra vez todos sus pedacitos. (A propósito, una breve digresión: ¿Qué andaba haciendo la Marga Stolbizer ayudando a reconstruir a la criatura?).
En síntesis, hoy otra vez la criatura peronista se debate entre desaparecer como tal para confundirse con la historia o reaparecer con aún más fuerza, ya a pura desmesura. En una improbable “tercera posición” algunos pocos quedan que la quieren hacer simplemente humana, limitada, finita, pero siempre fracasaron. Y nada indica que hoy será distinto.
Sin embargo ésa es la única posibilidad racional para que el peronismo deje vivir en paz a la Nación y desde su parte contribuya a su grandeza: es preciso que las tribus del PJ se separen y luego se reúnan en diversos partidos según su afinidad. Lo demás es puro amontonamiento al servicio de una máquina de poder irracional que pretende ser todo, o sea la nada con poder absoluto. El gran drama nacional.
Hoy, de renacer la criatura, estaríamos incluso peor que antes, porque Menem o Kirchner mostraron alguna cara ideológica que al menos disimulaba las ambiciones absolutas de poder como única motivación real. Pero Massa ni siquiera eso; se adapta a todo. Con lo de Ganancias demostró que quiere ser el demagogo en estado puro, de lo cual ya había brindado indicios. Todas las ideologías le son ajenas, o al revés, que es lo mismo, ninguna ideología le es ajena. Deberá hacer mucho para demostrar que esa presunción no es cierta sino apenas una confusión de sus mal pensados críticos.