Parece lejano ya, pero a la hora del balance anual de este 2014 no podría dejar de tener un espacio relevante un hecho bisagra en el inconsciente colectivo argentino: el arquetipo en el que se constituyó Javier Mascherano durante el pasado Mundial de Brasil. Casi como si fuera una constante, se consolidó una imagen alrededor del mediocampista de la Selección que terminó convirtiéndolo en un símbolo a escala icónica.
El “Efecto Masche” copó por entonces el centro de la escena y excedió los límites de una mera competencia deportiva. Un proceso de identificación que bien podría enmarcárselo en el plano sociocultural. Una herramienta al servicio de la autoestima, a partir de la disposición para enfrentar las contingencias desfavorables y así crearse las condiciones favorables para superarlas a partir del convencimiento en las fuerzas propias.
Mascherano incorporó un modus operandi propio para darle equilibrio a un equipo que necesitaba las respuestas justas en los momentos adecuados. Y tomó riesgos calculados, sabiendo cómo analizar una eventual desventaja y de qué manera enfrentarla antes de pasar a la acción. Un ejemplo del significado real de lo que representa ser mentalmente fuerte: en vez de lanzarse apresuradamente a intervenir con el afán de impresionar – “tribunero”, en lenguaje futbolístico – saber evaluar en qué momento y cómo hacerlo.
Su noción de tiempo/espacio quedó claramente marcada durante la semifinal contra Holanda, en la coordinación que mostró para cubrirle el ángulo de tiro a Arjen Robben, un especialista en agregarle dirección a su potencia en el remate directo. Un cálculo fallido hubiera representado una muy obvia sanción del penal, a minutos del cierre. Un segundo de pausa habría dejado el hueco para que el delantero quedase delante de él y en posición de fusilamiento sobre “Chiquito” Romero. Ni lo uno ni lo otro: el riesgo que asumió fue gigantesco, pero entre la suela y la punta del botín se amortiguó el impacto del remate. Una vida más para la esperanza albiceleste, en definitiva.
Mascherano llegó a jugar en la Selección antes que en la primera de River Plate. Tenía 19 años y una visión de juego superior a la media, lo cual condujo a la decisión del por entonces entrenador Marcelo Bielsa para convocarlo al amistoso contra Uruguay en la inauguración del estadio “Ciudad de La Plata”. Dos semanas después de ese partido, debutó en su club frente a Nueva Chicago, siempre en 2003. Poco tiempo antes, aún en divisiones juveniles, había desechado una propuesta para sumarse al Ajax holandés.
¿Tanto había cambiado su juego en la Copa del Mundo en suelo brasileño o lo que varió fue la percepción masiva respecto de él? Es más probable éste último interrogante que el anterior. El poder simbólico de la formación conducida por Alejandro Sabella se fue dividiendo en proporciones simétricas entre “Masche” y Lionel Messi, su amigo personal y además compañero en el Barça. Ya no se condensó en una figura única, como lo fue durante el ciclo de la maradonización. Y si en Leo se realzó su creatividad y precisión frente al arco contrario, en el “Jefecito” se ensalzaron su combatividad y entrega absoluta.
Ya la primera señal contundente la había dado en el partido de octavos de final frente a los suizos, también en el Arena Corinthians como lo fue ante los holandeses. El mediocampista había mostrado rebeldía y determinación. Supo cómo pelear cada pelota como si fuera la última. Cortó, recuperó, hizo circular, volvió marcando y apoyó en el primer o segundo pase de salida. Esa actitud rompió los moldes en cuanto a los límites que se había puesto Argentina durante la primera fase. Tras esa trabajosa victoria en Sao Paulo, el emergente principal no fue un armador ni un goleador, sino que resultó el que menos se esperaba por la misión que cumple.
Mascherano siempre le agregó a su juego un gran disciplinamiento táctico. Ya en sus inicios, el volante sobresalía por su lectura de la situación. Cumplía con los manuales a la perfección, al quedar detrás de la línea de la pelota y presto para intervenir como receptor en el armado como en la recuperación si la acción colectiva se ensuciaba. Encima, manejaba el balón sin ser un exquisito, pero tampoco un negado. Sobresalía, además, por el alto porcentaje de quites sin necesidad de una falta táctica o con violencia desmedida.
Desde River saltó al Corinthians, desde allí al West Ham y poco después al Liverpool. Su salto de calidad se dio durante 2010, cuando Barcelona lo incorporó para formar parte de un circuito defensa/medio que contaba con los ya consagrados Carles Puyol, Gerard Piqué, Sergio Busquets o Xavi Hernández en tal asociación de líneas. En el medio, José Pekerman y Diego Maradona lo utilizaron en Alemania 2006 y Sudáfrica 2010; también, Marcelo Bielsa y Sergio Batista en Atenas 2004 y Pekín 2008, con sendas medallas doradas en cada caso.
Que si sale fulano y lo cubre, que si es rebasado mengano y va en su auxilio, que si zutano intenta triangular en corto y necesita un apoyo.
Masche siempre estuvo ahí, al servicio de los demás. Y lo hizo con naturalidad, como si fuera parte de una misión en la cual él mismo siempre está corriendo los límites hacia delante.
Hasta en una rueda informal de prensa en “Cidade do Galo”, al día siguiente del resonante triunfo albiceleste sobre Holanda en el Itaquerao, Mascherano preguntó hasta con inocencia y sorprendido si era real todo aquello que se hablaba de él en la Argentina. Y hasta confesó que su extraordinaria acción para bloquear el disparo de Robben se había atribuido a la “suerte”, como si hubiera sido un hecho común y corriente.
“Es que él se equivocó porque al hacer un toque de control antes de rematar me dio un segundo más para llegar con el botín”, explicó con naturalidad y simpleza. No podía creer que ese bloqueo se hubiera festejado más que un gol…
En esta semana se elegirán los premios Olimpia, al mejor deportista en cada disciplina, Y Mascherano integra la terna de futbolista internacional junto con Messi y Ángel Di María. En enero, será el turno del “World Player” en la gala de FIFA, pero la elección está reservada para Leo, Cristiano Ronaldo y Manuel Neuer. Aquí, sin estatuillas, flashes o reconocimientos, en el sentimiento argentino ya está incorporado “Masche” como el sinónimo del referente audaz para jugársela cuando todo parece perdido y heroico para erguirse ante la adversidad. En definitiva, un auténtico rebelde con causa: la celeste y blanca.
Por: Fabián Galdi (fgaldi@losandes.com.ar)