El primer día del mes en curso ocurrió en Estados Unidos la peor de las tragedias de un atacante solitario contra conciudadanos, causando la muerte de 59 de ellos y más de 500 heridos.
Pertrechado con armas propias de un batallón de soldados, ametralló a miles de asistentes a un recital desde la habitación del hotel que arrendó cerca de la multitud y al que ingresó con un arsenal que debió haber implicado transportar varios bultos y valijas, situación que pasó desapercibida para los recepcionistas.
Cuando estas líneas se escriben, el terrible suceso que fue la principal noticia de diarios, radios, televisión y redes sociales, por estas horas comenzó a desaparecer, lentamente, de los medios de difusión. En cambio, el duelo de las familias que perdieron a sus deudos quizá no desaparezca jamás.
El presidente del país del Norte visitó el lugar de la tragedia, a los familiares, y brindó su apoyo a las fuerzas de seguridad, los socorristas y los servicios médicos, pero afirmó categóricamente que "no hablaremos hoy sobre la violencia de las armas. Esto fue obra de una persona enferma y demente". Es muy criticable no haber transmitido un mensaje sobre el tema de la portación de armas en el país que, como se sabe, tiene categoría legal en la mayoría de los Estados, inclusive en algunos con portación a la vista. Los familiares con sus corazones estrujados por el dolor y la desesperanza seguramente necesitaban que el hombre que rige los destinos del país hubiera abierto una pequeña luz en una cuestión que es una sólida grieta en el pueblo norteamericano.
El mismo Donald Trump introdujo un concepto aterrador en sus condolencias al mencionar que el autor de la matanza era un loco, pero ese desequilibrado pudo comprar sin trabas prácticamente una armería en negocios del ramo.
Después de incidentes como estos, normalmente en Estados Unidos se recrea el debate sobre la propiedad de armas. ¿Sucederá de nuevo esta vez?
Suponemos que sí, pero son inciertos los posibles resultados para restringir la propiedad de las armas. Inclusive analistas sostienen que lejos de endurecerse las restricciones, se han vuelto más laxas.
Prácticamente todos los miembros del gobierno tienen contactos con grupos de opinión que defienden el derecho de poseer armas y por eso es posible que nada cambie en un futuro cercano, ya que haría falta un cambio de las leyes, en especial la parte de la Carta Magna pertinente. Pero, lo que es más complicado es el tema cultural y social.
Hay una idiosincrasia mayoritaria en EEUU que funda perfectamente la posibilidad de comprar y portar armas legalmente. El derecho de los ciudadanos a portarlas se basa en el texto de la Segunda Enmienda de la Constitución de ese país y, sobre todo, en una interpretación que hizo de esta norma la Corte Suprema de Justicia en 2008.
El monopolio del uso de la fuerza por parte del Estado no es un tema indiscutible en EEUU. La Asociación del Rifle, entidad que el presidente republicano respalda, defiende el derecho a portar armas. El Partido Demócrata en cambio no la aprueba. El futuro es incierto. El debate se tendría que dar en toda la nación, con ausentes explícitos: los 59 caídos que asistían al recital musical.
Cerramos este comentario citando al científico de la Universidad de Harvard, David Hemenway. Le preguntaron por la posesión de armas por parte de los civiles: "Hacen falta republicanos valientes. Es probable que la violencia en Las Vegas establezca un nuevo debate sobre este delicado asunto…" Pero dio un pronóstico desalentador. "Dudo que las cosas cambien".
¿Cómo se podrá evitar que reaparezca un nuevo estallido de locura, otro ejercicio de tiro al blanco sobre inocentes víctimas? Si no hay cambios profundos en las leyes que permiten que 250 millones de armas estén en manos particulares, en una nación de 350 millones de habitantes, el futuro seguirá incierto y amenazante.