Cumplimos treinta y dos años de democracia en nuestro país y en 2015 hemos asistido hasta en seis o siete oportunidades a votar, por lo que me parece oportuno realizar algunas consideraciones.
Es común que se considere al acto de elegir como el hecho más representativo de la democracia. Es lógico que así sea, ya que es el momento en el cual se expresa la voluntad popular con absoluta libertad.
El sistema democrático es respetar los derechos y libertades individuales y se debe basar en la representación. El progreso de los países se da por las ideas que surgen en un clima de libertad.
Pero no solamente el día de los comicios se cumple con la democracia y ahí concluye todo. La democracia es un sistema vivo, en continuo desarrollo, que se encuentra abierto a receptar nuevos derechos que con anterioridad no eran tenidos en cuenta.
Un aspecto a observar para la consolidación de la democracia, y un mantenimiento eficaz de ella, se obtiene con una participación mayor de los ciudadanos, aunque sea con sus críticas u observaciones.
También se enriquece teniendo una prensa totalmente independiente, que además de informar correctamente a la sociedad tenga la suficiente formación y así evitar manejos o desvíos inconvenientes de la información. La libertad de pensamiento, que se traduce en plena libertad de expresión, representa una piedra angular para el sostenimiento del sistema democrático. Para esto es imprescindible que los formadores de opinión sean personas libres.
Los gobiernos que no logran reconocer que cada individuo tiene el derecho a pensar diferente y a expresarse libremente, caen en la autocracia e intentan dominar a los medios masivos de comunicación y así restringir la libertad de expresión. Los seres humanos somos distintos unos de otros y el respeto a la pluralidad de ideas es fundamental en la convivencia democrática.
La representación es otro valor de singular importancia en el sistema democrático. Representar es “volver a estar presente”, vendría siendo el otro yo del representado. Por eso el representante debe estar cerca del representado. Seguramente la dinámica lo pondrá ante diversos desafíos y en muchas oportunidades deberá elegir entre el interés sectorial o el interés general. Éste es el punto de inflexión donde debe asumir una correcta decisión, que no es otra que elegir aquella más conveniente para el mayor número de ciudadanos.
Lo contrario a la representación es la delegación. Como bien lo expresan Guillermo O’Donnell y Diego Young, este último en su libro “Democracia, una forma de vivir”, la democracia delegativa es aquella en la que el presidente es cesarista, aquél que cree que porque colectó la cantidad de votos necesarios para conducir un país, “encarna la causa nacional y considera a los opositores fuera de la comunidad nacional”. Este perfil de conductor piensa que es el depositario de decidir por el bien común para la sociedad. Normalmente se da con Congresos mayoritarios y en los cuales no pueden haber representantes que se rebelen, porque pasan a ser destituyentes. La democracia delegativa es propia de los gobiernos populistas y autocráticos.
Otro cimiento fuerte sobre el que se debe sostener un sistema democrático sano es la Justicia. Pareciera que el Poder Judicial dejó de “sentirse” un poder del Estado. Es imprescindible tener magistrados virtuosos en la aplicación de la ley y no sometidos al capricho del gobernante. Agustín Álvarez, en su “Manual de Patología Política”, expresa: “Sin orden no puede haber progreso y sin espíritu de sumisión a la ley y de respeto al magistrado no puede haber orden”.
La otra pata sobre la que hay que desarrollar y afianzar la democracia son los partidos políticos. Es preocupante que en los últimos tiempos cada vez haya pocos partidos de cuadros, en los cuales se pueda debatir sobre lo mejor para la sociedad.
Han surgido agrupaciones, y otras han mutado, que se manejan con protocolos y se asemejan más a sociedades privadas que a ámbitos políticos, donde el debate para mejorar el sistema sea lo que alienta a los mismos y de este modo clausuran la democracia interna.
Esto conlleva a que surjan ciudadanos que desarrollan sus proyectos personales en estos espacios sin tener en cuenta ni importarles las ideas que sustentan, convirtiéndose además en autocráticos que no respetan los mandatos y desean eternizarse en la conducción partidaria.
Por último, para que exista verdadera democracia debe haber república, que determina la división de poderes, exige la alternancia en los cargos y limita las reelecciones. Ésta es tal vez la más importante de todas, la que hace que se visualice si una democracia funciona o no.
Por eso es fundamental que los tres poderes no se encuentren contaminados y sean verdaderamente independientes. Es tremendamente perjudicial para nuestro sistema democrático que la política se mezcle en el Poder Judicial y en los órganos de control, que deben auditar el accionar del Poder Ejecutivo. Cuando en lo más alto del Poder Judicial o en los principales órganos de control se designa a personas que previamente han militado en la política, se está contaminando y por ende no se cumple con la República.
Hay que divulgar la importancia de vivir en democracia, sobre todo en la educación común. Es necesario saber, como expresamos al inicio, que la democracia no es solamente el momento del voto, es mucho más que eso. Es un sistema que exige de controles por parte de las personas y las instituciones.
Si profundizamos y rescatamos todo lo que la democracia nos puede dar, tendremos más y mejor democracia; más y mejores demócratas.