“¿A dónde nos vamos a ir?”, es la pregunta que rememora Diego (28) cuando autoridades gubernamentales o fuerzas policiales se acercan con la intención de “erradicar asentamientos ilegales”. Similares circunstancias resiste un ascendente número de personas que ha encontrado en los espacios verdes y puentes del Acceso Este un lugar “para sobrevivir”.
La principal vía de acceso a la Ciudad se ha convertido en el hogar de personas en situación de calle que no tienen opción y que deben encarar la vivencia como pueden o como están acostumbradas.
Ciertamente es una realidad que está “a la vuelta de la esquina”. Basta recorrer algunos pocos kilómetros del Acceso y observar construcciones precarias e improvisadas -ranchos, toldos, carpas- levantadas para resguardar, no sin insuficiencias, a sus habitantes de los fenómenos climáticos.
En la intersección de la Lateral del Acceso Este y Dorrego, en Guaymallén, un nylon oficia de techo, algunas cañas y plásticos de pared. Una silla y restos de comida son rastros de una aventura que nadie quisiera encarnar. Allí vive un hombre de no más de 50 años quien, según los vecinos, “se la rebusca vendiendo cuadros en la esquina, a veces desaparece por días, luego regresa, alimenta a su perro y ordena sus cosas”.
Es la descripción de lo que no debería ser naturalizado. Sin embargo, así acontece ante la mirada impasible de transeúntes y automovilistas. Es que la zona es muy transitada puesto que a algunos metros se emplaza una conocida bodega y es la puerta de entrada a los distritos de Nueva Ciudad y San José.
A metros del Shopping
Aunque por momentos la realidad supera la ficción, la situación de esta pareja no es de película. O no debería serlo. Un dúo de ente 35 y 40 años convive en las inmediaciones de una famosa cadena de cines del Shopping.
Es un rancho levantado en lo que ha sido transformado con el paso del tiempo en una pista de ejercicios. Es que un nutrido grupo de vecinos aprovecha el espacio verde para realizar actividades físicas. No obstante, ello no enmascara el accionar de la mujer que lava platos y cocina a leña a la intemperie ni a su pareja que dormita a unos pasos.
Unas cuadras más allá, a la sombra de unos frondosos árboles y protegidos por una vieja carpa de grandes dimensiones viven Diego (28), Toto (73), Julio (51) y su esposa (45). Si bien no comparten vínculos sanguíneos, la calle los fue juntando al punto que hoy “nos queremos como una familia de verdad”. Conviven abajo del puente que se encuentra a la altura del Carril Urquiza.
Julio, rebatuizado como ‘El cordobés’ por sus amigos, vive en situación de calle hace 17 años. No trabaja en forma permanente, pero realiza changas que apenas le sirven para solventar gastos diarios. “Soy pintor y albañil, pero hago tareas varias con tal de subsistir”, cuenta. Luego añade: “No necesitamos que el gobierno nos dé una casa, queremos pagar un lote que sea (económicamente) accesible, y allí de a poco empezar a construir”.
El hombre señala que el estigma y la mirada prejuiciosa son de peso considerable en el historial de las personas sin techo. “No hay empatía, no pueden comprendernos porque siempre tuvieron dónde dormir”, relata.
Las historias personales son semejantes y nacen en el seno de entornos familiares con problemáticas delicadas o en que la vida los llevó a quedar solos, sin ningún consanguíneo que pueda ayudarlos.
Los relatos se repiten como también los anhelos de salir adelante. Diego es laburante en la feria del Este, trabaja de 6 am a 6 pm. “Con el respeto ganás la calle”, resume el joven su experiencia. “No queremos molestar a nadie, sólo tratamos de vivir como se pueda, sin lujos, sin placeres, simplemente vivir”, dice y define: “Somos mochileros de la calle, a mucho no podemos aspirar”.
El sabio y anciano Toto sigue con mirada atenta los movimientos del fotógrafo y aguarda su turno para hablar. “Es difícil en nuestro caso pensar más allá de un día, cuando apenas si tenemos para comer mañana.
Carrito en mano y gorra puesta, Toto camina por los rincones de Guaymallén en busca de papel, cartones, botellas y cualquier material plausible de reciclaje. “Que sea lo que Dios quiera”, reza, y se lanza sabiendo que de la suerte de ese día depende la comida de los próximos.
Todos, cabe destacar, tienen problemas de documentos. Uno de ellos relata que es una constante que la Policía los lleve por averiguación de antecedentes al no poder mostrar identificación.
“Hay un niño en la calle... exactamente ahora hay un niño en la calle”, dice el poema del recordado Armando Tejada Gómez. Nadie soluciona este drama que crece silenciosamente en el Gran Mendoza. La solución no reside en trasladarlos de un lado a otro para que “no molesten”. Debe ser integral, contenedora e inmediata.