Más maleducados que revolucionarios

Por más que quieran vender la ausencia en la asunción de Macri como un hecho de “resistencia”, los argentinos hoy ya no dudan de que se trató sólo de un gesto más de mala educación entre los miles que la presidenta saliente no se cansó de cometer.

Más maleducados que revolucionarios

Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar

Desde el día que Mauricio Macri ganó la presidencia hasta que la asumió, Cristina Fernández tuvo un solo objetivo político: doblarle el brazo antes de empezar. Así como antes con Daniel Scioli se embarcó en la surrealista tarea de forjar un presidente débil, que lo fuera desde el primer día para así cumplir durante cuatro años -o quizá menos- el papel de mero testaferro, con Macri quiso hacer lo mismo. Lo intentó tanto en las cosas de forma como de fondo.

Lo citó a Olivos para una cuestión de forma y otra de fondo. En lo protocolar, ver si estaba dispuesto a aceptar que la despedida de ella fuera igual o más trascendente que su llegada. En lo sustancial, intentar que se indultara la corrupción de su gobierno, como Reinaldo Bignone buscó que quien presidiera el retorno democrático de 1983 indultara a los militares por los delitos de lesa humanidad.

Como no logró la conformidad del futuro presidente para ninguna de ambas cosas, lo sacó carpiendo de Olivos como si fuera un che pibe y desde entonces inició su última gran guerra de las miles que encaró durante los largos años de su reinado. Guerras que ella disfrazó de revolucionarias pero que sólo fueron de malos modales, así de pequeñitas.

Su objetivo formal fue claro desde esa fallida reunión de Olivos: no entregar bajo ningún punto de vista los atributos del mando al nuevo presidente para ver si podía lograr que su gestión naciera debilitada al menos simbólicamente (algo similar a lo que pretendió Menem cuando vio que al no poder ganar el balotaje a Néstor Kirchner en 2003 prefirió que el santacruceño asumiera con el 23% de los votos).

Si a mí me fue mal yo haré todo lo posible para que a vos te vaya peor, deseó Menem a Kirchner y Cristina a Macri. Todo lo que vino después fue una ridícula pantomima en busca de la excusa más adecuada para no entregar el bastón, generando un hecho mundialmente inédito por lo estrafalario, por lo bananero, por lo ridículo, por lo antidemocrático.

Mientras lo atacaba por la forma, en lo que concierne al fondo le llenaba el gobierno y la Justicia de infiltrados, que bien merecen llamarse así porque su tarea será la de boicotear desde adentro al nuevo gobierno.

Pero no conforme con ello se la jugó a aprobar una ley (escondida dentro de 90 leyes a las cuales la izquierda progre, no K, le prestó quórum con una inocencia o una complicidad que inevitablemente se confunden en la misma cosa) que lo único que buscaba era proveer de varios miles de millones de pesos a Santa Cruz para desde su pequeño Álamo sureño resistir las guerras por venir.

Aprovechó un fallo de la Corte en el que ésta dio la razón a tres provincias por sus reclamos coparticipables para gestar un decreto que extendía los beneficios a todas las demás provincias, no con el ánimo de beneficiar a alguna de ellas sino con el deseo de incendiar al Estado nacional, como una moderna Nerona.

En lo que respecta a todas estas cuestiones de fondo le fue estrepitosamente mal, como en general le fue igual de mal o peor cuando quiso destruir al campo, la prensa o la Justicia con: la Resolución 125/08, leyes de medios o contrarreformas judiciales. Esta vez el Senado, aún con supermayoría peronista, no le dio quórum para tratar su ley escondida bajo 90 leyes y la Justicia le advirtió que no le hiciera decir a la Corte lo que no dijo en el tema coparticipación.

Sólo logró que pasaran los infiltrados, pero habrá que ver cuántos de estos quedan efectivizados y cuántos de los que sobrevivan en sus cargos truchos se cambian de bando, como suelen hacer casi siempre casi todos los mercenarios.

Esto que estamos narrando fue de algún modo la historia entera del cristinismo: buscar todos los instrumentos legales con los cuales reformar desde dentro la democracia republicana para que dejara de ser republicana y pasara a ser neopopulista con reelecciones indefinidas, el campo estatizado, la prensa partidizada y la Justicia politizada.

Pero nunca sus grandes proyectos reformistas de fondo se pudieron imponer, tal vez por torpeza propia o porque el país republicano, aún en minoría, se lo impidió, o por las dos cosas juntas. O quizá también porque muchos de sus obsecuentes dentro del peronismo, no pensaban como ella y la pasión que pusieron para ayudarla no fue la necesaria. De allí el desprecio permanente de Cristina a Scioli y el PJ oficialista, que son más asustadizos y oportunistas que antirrepublicanos, si es que aún siguen siendo algo luego de someterse a tantas humillaciones.

En fin, que fallidos todos sus intentos de cambiar de fondo al país y a la democracia de los argentinos, la señora se aferró con fuerza inaudita a las formas. A toda esa suma de actitudes maleducadas que en apenas un par de días el nuevo gobierno ha desmontado en una enorme proporción, demostrando la banalidad de las mismas.

En su último acto de mala educación y grosería, Cristina no toleró ser ella sola la que hiciera el desprecio a Macri en su asunción no asistiendo.

Entonces ordenó a todos los legisladores que tampoco concurrieran, condenando a los que no fueron a quedar en la historia como quedaron aquellos que cuando Rodríguez Saá declaró el default, en vez de adoptar una actitud circunspecta y severa frente a la gravedad dolorosa de la situación, se rieron a carcajadas como diciendo al mundo -provocativamente- que “lo’ vamo’ a reventá”, matonerismo galtierista que luego los Kirchner elevarían a su enésima potencia.

Así, frente a un traspaso electoral del todo correcto, los “demócratas” peronistas lo boicotearon con su ausencia. Raro, porque en la historia de este movimiento, los obsecuentes suelen acompañar al líder que se va hasta la puerta del cementerio pero no entran con él a la tumba. En este caso, si no entraron estuvieron cerca. Por eso con el tiempo habrá que ver qué queda de peronismo o cuánto ya es una sombra de algo que fue.

Pero en fin, todos esos caprichos e histerismos que nos tuvieron en vilo como la gran telenovela argentina desde el 22 de noviembre al 10 de diciembre, parecen estar muriendo en manada con sólo recuperar un poco de sentido común y de respeto institucional.

La resistencia al “enemigo” duró hasta ayer al mediodía cuando la gobernadora Alicia Kirchner tuvo que dar el brazo a torcer y aceptar la invitación de dicho enemigo a comer, siguiendo la línea del grupo de peronistas encabezados por Urtubey y Scioli, que ya habían actuado con hidalguía frente al triunfador de las elecciones.

A partir de ahora ya no “paga” ser descortés y provocador en nombre de una falsa transgresión revolucionaria que parece estar pasando de moda. Si no, pregunten a Del Caño, el joven revolucionario que, provisto de una supuesta superioridad moral que nadie le dio, se niega, en nombre de un pueblo que apenas representa en poco más de un 3%, a juntarse con Macri. Actitud irrespetuosa que logró el desprecio de varios de los suyos propios y seguramente de muchos de sus votantes que no se bancaron tanta soberbia.

Es que los tiempos cambian. Pero ojalá no lo hagan sólo en las formas sino también en el fondo. Indicios esperanzadores de que ello también puede ocurrir lo anuncia la disposición judicial de no dejar salir del país, sin permiso,  al más que sospechado ex-vicepresidente Boudou; también la decisión de acabar definitivamente con el maligno acuerdo con Irán, uno de los renunciamientos soberanos más impunes de los que se tenga memoria en nombre de una alianza oculta y vergonzosa que quedará en la historia de las ignominias argentinas.

Pero todas estas cuestiones de fondo son razones para otros artículos. Hoy preferimos ocuparnos de las formas porque uno de los modos de cerrar grietas es respetarnos mutuamente, valor que el gobierno que se va se ocupó sistemáticamente de destrozar en nombre de una revolución que jamás fue.

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