La cuarentena decretada por el Gobierno nacional fue detonada por el Gobierno nacional. Si hay alguna conducta social previsible como pocas en la Argentina es la de los jubilados haciendo cola para cobrar. Hay que estar muy desconectado del país real para desconocerlo. El Gobierno no pudo anticiparse a esa obviedad.
“Nadie preveía que iban a aparecer todos esos jubilados”, dijo el Presidente tras un día de silencio. Culpó a los bancos. Sumó de esa manera otra duda a las innumerables de la pandemia: ¿cuánto del liderazgo necesario para gestionar la crisis perdió en el caos del viernes y en esa excusa que ensayó después?
Tras el anuncio de la extensión de la cuarentena, la oposición a Alberto Fernández evaluó en silencio sondeos de opinión muy favorables para el Presidente. La encuestadora Poliarquía midió entre el 27 de marzo y el 2 de abril. En 40 localidades relevó 3746 casos. La aprobación del accionar presidencial frente a la pandemia llegó a un récord de 82 puntos, 34 más que a principios de marzo.
Casi un 90 por ciento de la muestra estuvo de acuerdo con la prórroga del aislamiento. La mitad expresó una opinión más optimista sobre la prevención de la pandemia. La otra cara de la moneda: un porcentaje igual se mostró muy preocupado por el impacto económico negativo de la cuarentena.
Pero Fernández sumó después una cadena de desaciertos que pusieron en suspenso esos registros. Cuando la opinión pública ya sabía que seguiría la cuarentena, procrastinó aquello que la audiencia esperaba: alguna señal certera de política económica para la crisis.
Para criticar a un empresario, el Presidente destrató a todos. Rompió la cuarentena propia sólo para llenar de elogios a Hugo Moyano. Amagó con una medida extrema sobre los prestadores de salud privada. Después envió a sus voceros a desautorizar -otra vez- a su ministro Ginés González García. Todo ese recorrido desembocó en el caos del pago a los jubilados.
Es previsible lo que respondería el Presidente a estas observaciones. Es un admirador confeso de Winston Churchill. (Sus colaboradores más obsecuentes promueven -con vasta imaginación y quién sabe con qué permiso- que se proyecte tallado en el mismo mármol)
“Cuando Churchill les dijo a los ingleses que sólo tenía para ofrecer sangre, sudor y lágrimas, no se detuvo a mirar los focus groups”, señaló Fernández antes de asumir.
Del célebre primer ministro británico, el Presidente podría adoptar una conducta que destacó el parlamentario Leslie Hore-Belisha, contemporáneo de Churchill: “Resuelve siempre los problemas viejos de manera nueva”.
Fernández tiene un problema nuevo. Una crisis global inédita de largo alcance. Venía apenas pertrechado para ensayar atajos a la quiebra inminente de un Estado en cesación de pagos. La crisis del coronavirus le entregó un escenario inesperado. El default no sería tan sorpresivo. Los bonos soberanos hoy comparten desventuras con los activos globales en baja. El medio vaso vacío es un mal compartido. Pero el medio vaso lleno se llenó de agujeros: la economía argentina -que apenas funcionaba- sufre con la pandemia el tiro del final.
El Presidente tiene también un problema anterior: con qué coalición política transitará el desierto. Trepó a su mejor condición de liderazgo cuando enfrentó ese problema viejo de una manera nueva: acordó con la oposición. Y tropezó cuando se refugió en la receta antigua: replegarse sólo en la estructura que le hizo ganar la elección.
Hay ejemplos. Los muy cristinistas sindicatos de Aerolíneas, que agitaban la épica de la línea de bandera, al primer estornudo lo obligaron al Presidente a dejar varados a miles de connacionales en el exterior. El gremio de los empleados bancarios se plantó desde el día cero de la cuarentena. Allí incubó el desastre del pago a jubilados que degradó la autoridad presidencial y la obediencia social.
¿Estaba viendo de reojo esos antecedentes el Presidente cuando lanzó su impopular elogio a Moyano? ¿Alguien lo está extorsionando con la logística de aprovisionamiento en medio de una pandemia?
Las corporaciones gremiales y empresarias están tomando posición para cuando termine la anestesia de la cuarentena y se sincere el escenario de suspensiones, despidos y salarios caídos. Anticipándose, algunos gobernadores de los distritos más poblados ya le solicitaron a Fernández un decreto de reducción de sueldos, uniforme para toda la administración. Acompañado por una acción declarativa de certeza ante la Corte Suprema de Justicia.
El Poder Judicial ya le ofrendó al Presidente una donación cuestionable. El servicio de justicia está virtualmente paralizado. A horas de la cuarentena, el sindicalista Julio Piumato amagó con un paro. Obtuvo en los hechos algo parecido a los bancarios.
El restante poder de la república decidió defeccionar con la excusa del barbijo puesto: el Congreso de la Nación no ha sesionado ni para reclamar el informe obligatorio de la Jefatura de Gabinete.
Durante la cuarentena, el Presidente acumuló en sus manos un poder inédito. Ahora debe usarlo para salir de la parálisis. Argentina es un país más fácil de parar que de poner en marcha. Donde los que sueñan con Winston Churchill suelen despertarse con Roberto Baradel.