Las elecciones primarias nacionales del pasado domingo arrojaron dos grandes conclusiones. La primera es que se inició formalmente un nuevo ciclo en la política argentina marcado por un estilo de liderazgo que está casi en las antípodas del que ejercieron durante doce años primero Néstor Kirchner y luego Cristina Fernández de Kirchner. Esta vuelta de página que promete modos más amables de construcción política y menor confrontación tiene su correspondencia menos gratificante en la agenda de temas urgentes que la actual administración dejará sin resolver: estancamiento económico, inflación, pobreza, narcotráfico, crisis de las economías regionales. Por situaciones coyunturales que hacen a la distribución del poder político “real”, ninguno de los dos hombres que hoy tienen más chances de convertirse en el próximo presidente podrá enfrentar esta pesada herencia sin diálogo y sin ayuda de gran parte del actual sistema político.
La segunda gran conclusión que las urnas dejaron el domingo es que el justicialismo, en todas sus variantes, sigue siendo la principal opción electoral para los argentinos ya que el 61% eligió a alguno de los cuatro precandidatos presidenciales de origen peronista que dieron pelea en las urnas. Por ello, quien desee realmente llegar al poder deberá “peronizarse” y a la vez mostrarse negociador y componedor al extremo. Sin grandes dosis de buenos modales y de eficaces apelaciones al imaginario del votante justicialista tradicional no habrá Presidencia para nadie.
En el caso de Daniel Scioli, esto implicará desprenderse sutilmente de ataduras ideológicas -que le han sido puestas desde el kirchnerismo duro- a fin de llegar a los corazones de los votantes identificados con el PJ que no apoyan al actual gobierno. El 38,5% obtenido en las PA SO es un número que no le garantiza la deseada victoria en primera vuelta. En el caso de Mauricio Macri, el giro deberá ser más drástico ya que tendrá que superar todas las limitaciones que conlleva el hecho de ser líder de un partido político creado a su imagen y semejanza para pasar a ser el líder de una coalición de gobierno y, al mismo tiempo, intentar penetrar en parte del electorado peronista que no optó por el kirchnerismo.
Si Scioli o Macri se convierten en presidente, ambos ejercerán por necesidad, y también por las características de sus propias personalidades, un liderazgo basado en el diálogo y en la búsqueda de consensos. El gobernador bonaerense superó ocho años de gestión en la provincia de Buenos Aires que estuvieron marcados por los condicionamientos de los intendentes del conurbano bonaerense y de la Casa Rosada gracias a su voluntad moderadora. Pese a los problemas de gestión en la administración de una provincia que, aunque es la más rica del país, depende de la ayuda discrecional del gobierno nacional y a las tensiones políticas internas que son moneda corriente en el peronismo bonaerense, Scioli se ha mantenido con altos niveles de aprobación durante todos estos años (aunque su performance el pasado domingo tuvo algunos puntos bajos en su propio territorio que encienden luces de alarma en el oficialismo nacional).
El caso de Scioli es un fenómeno peculiar en la política argentina ya que él pone en contradicción muchas de las verdades absolutas que instaló el matrimonio Kirchner pero terminó convirtiéndose en el candidato de la sucesión. Su estilo no sufrió alteraciones pese a la convivencia ríspida a la que estuvo sometido y por eso hoy se jacta de ofrecer “previsibilidad” a los argentinos.
Pero, además, el escenario político que Cristina Kirchner le deja a Scioli lo obliga a ser fiel a sí mismo. Por lo menos los dos primeros años de una hipotética gestión “naranja”, el hoy candidato deberá construir su propia base de sustentación negociando con la actual mandataria. La Presidenta se retira porque la Constitución no la habilita a un tercer mandato consecutivo pero deja en el corazón de cada uno de los tres poderes a sus más fieles seguidores. En el Ejecutivo, Scioli encontrará en Carlos Zannini, el vice que le “plantó” Cristina Kirchner, al principal custodio de los intereses de la actual jefa del Estado. En el Congreso, el “cristinismo” tendrá el control de ambos bloques oficialistas. En los Tribunales, el kirchnerismo logró nombrar jueces y fiscales por doquier y crear una corriente dentro del Poder Judicial totalmente identificada con las políticas diseñadas por la actual Presidenta.
De llegar a la Presidencia, Macri deberá apostar todavía más que Scioli por el diálogo y la moderación. En el Congreso, el hoy candidato de Cambiemos tendrá (más o menos) un tercio de los diputados, un número por demás insuficiente. En el Senado, con no más de 14 legisladores, estará obligado a negociar cada una de las leyes con el peronismo K, el cual se apresta a tomar el control total de la Cámara alta si en octubre repite las victorias en seis de las ocho provincias que eligen senadores (sólo perdió en Mendoza y Córdoba el pasado domingo).
Pero antes que nada el líder del Pro deberá fortalecer la alianza con radicales y cívicos que ideó sólo con objetivos electorales. El domingo, cuando festejó en Costa Salguero junto a Ernesto Sanz y Elisa Carrió, mostró por primera vez desde que se lanzó a la carrera presidencial voluntad aperturista e integradora. Consciente de que la opción binaria cambio o continuidad ya no es suficiente para seguir ganando voluntades, defendió sus llamativos giros discursivos y se entregó en cuerpo y alma a la conquista del voto peronista. Con un magro 24% de los sufragios conseguidos a título personal y con el 30% que obtuvo Cambiemos como frente electoral, Macri debe ahora concentrarse en seducir a los votantes del justicialismo no kirchnerista y subsanar errores tácticos que cometió en el primer semestre del año cuando se negó a sumar a la alianza opositora a sectores del PJ. Si el alcalde porteño no consigue quedarse con al menos 12 de los casi 23 puntos que cosecharon Sergio Massa, José Manuel de la Sota y Adolfo Rodríguez Saá, su principal rival, Scioli, tendrá la victoria en primera vuelta demasiado cerca. La liturgia peronista es, por supuesto, más conocida por el ex deportista que por el ingeniero porteño.
El mandatario bonaerense sólo perdió en cuatro distritos: Capital, Córdoba, Mendoza y San Luis. Pero en nuestra provincia hizo mejor elección individual que Macri y logró ganar en un distrito clave como Santa Fe, donde el peronismo había salido tercero en junio. Macri necesita asegurarse la chance del balotaje redoblando su presencia en la provincia de Buenos Aires, donde su candidata, María Eugenia Vidal, demostró que tiene condiciones para horadar el poder de las estructuras del peronismo tradicional. Pero además deberá reponerse en todo el Norte argentino, donde fue Massa quien salió segundo en varias provincias. Así como Scioli deberá en este tramo de la campaña ocultar sus compromisos con el kirchnerismo más duro -en este punto Aníbal Fernández, su candidato a gobernador, amenaza con convertirse en una pesada mochila-, para Macri llegó el momento de apelar a todo tipo de artilugios -no sólo retóricos- para demostrar que realmente está dispuesto a gobernar con el peronismo, como prometió el domingo desde Costa Salguero.
La estrategia de la polarización que tanto Scioli como Macri sostuvieron hasta las PASO encierra desde ahora más peligros que ventajas. De insistir en ellas, ambos corren el riesgo de que quienes no los votaron el domingo persistan en optar por alguna de las otras opciones que habrá en el cuarto oscuro en octubre. Con una agravante mayor para Macri: el juego antagónico que él plantea funciona cuando se contrasta su estilo con el de Cristina Kirchner, pero no termina de cuajar cuando busca la comparación forzada con Scioli, un hombre que en las formas (y no sólo en ellas) se le parece bastante.