“Lo único que hice fue repetir lo que hizo mi viejo conmigo en 1982: meterlo al mar, pararlo en la tabla, agarrarlo de las manos para darle más estabilidad y soltarlo en la ola. Hasta que un día me dijo ‘papá, no quiero que me empujes más, déjame agarrar solo las olas…’. Es, de alguna forma, lógico que haya salido surfista, pero en realidad, a diferencia de lo que viví con mi hija Zoe, no le bajé tanta información y lo dejé ser. Hoy noto que es un apasionado, como yo”. Martín Passeri (45 años), el sufista más ganador de títulos nacionales en la historia (seis), recuerda bien cómo fue el proceso de aprendizaje con Thiago, su hijo de 12 que hoy está en boca de todos en el ambiente luego de haberse consagrado campeón argentino en dos categorías (U12 y U14), un año después de haber sido subcampeón en ambas. Un proyecto que, cada día, es una realidad más concreta. “Ser campeón de dos es una locura, no lo puedo creer. Me lo propuse y lo logré. Y lo estoy disfrutando mucho porque es lo que me encanta hacer”, explica el menor una familia que vive para el surf, con el padre aún en actividad como competidor pero además siendo el coach de Thiago y del mejor equipo argentino, el Team Quiksilver & Roxy, que logró cuatro campeonatos en el circuito junior que terminó en Mar del Plata.
A los 12, Martín cuenta que no tenía la misma vida que Thiago, aunque sí compartía la misma pasión que hoy desborda a su hijo. “A esa edad vivía en Buenos Aires, estudiaba en el colegio San José y jugaba al rugby. Pero ya me quería venir a vivir a Mardel porque sentía que lo mío era el surf. Se lo planteé a mi papá, pero me dijo que no era el momento (se ríe). Tuve que esperar hasta los 18. Terminé el secundario y me mudé”, cuenta quien tuvo un impacto en el deporte porque, cuando llegó, revolucionó el ambiente no sólo con su nivel sino también con su disciplina, pasión y desbordante profesionalismo que marcaron un antes y un después de un deporte que parecía sólo para divertirse pero, con el ejemplo de Martín, se convirtió en un medio de vida para muchos soñadores como él. Hoy las condiciones para los chicos son otras. “Cuando yo empecé a anotarme en torneos, no había muchos chicos compitiendo. Ahora hay muchos más que quieren mejorar su surf y se volcaron a la competencia”, relata quien es el director de la academia de surf (CEEIS) en el balneario Honu Beach.
Thiago, quien cerró el circuito con sendas victorias en el Quik Roxy Young Guns que le dieron los títulos de ambas categorías, parece llevar sin problemas ser el hijo de una leyenda. “Algunos creen que me pesa, pero para mí es al contrario. Me lo tomo con naturalidad, de forma relajada y no siento tener ninguna mochila. No es que digo ‘uyy, mi papá es un crack, no quiero fracasar’ o algo por el estilo. Tampoco es que quiero brillar más que él. Aprovecho la parte buena, que es tener a alguien que me acompaña y me enseña”, admite. Asegura que lo mejor de tener un padre surfista y que, además es coach, es que “me acompaña, guía y enseña… A veces, cuando nadie quiere meterse al agua conmigo, él va. O me mira de afuera. Eso es especial”, resalta Thiago. Martín también analiza lo positivo y negativo de tener un hijo surfista. “Lo mejor es que compartimos una pasión y que vamos juntos al mar. Y lo malo ahora, que ya es bueno, es que me roba las mejores olas y no me deja surfear. En algún momento yo agarraba menos olas porque estaba pendiente de él y ahora agarro menos porque me las agarra él, básicamente”, revela entre risas.
Entre ambos no hay confusiones entre los roles que ocupa cada uno. “Normalmente lo veo como mi papá, pero hay momentos en que es mi coach. Como cuando hablamos de surf o estamos en el ámbito de la escuela o el equipo. Pero, cuando jugamos al fútbol, andamos en skate o jugamos en casa, es mi padre. Sé ubicarme”, comenta. “Yo, antes que nada, soy padre y debo educarlo. Pero, claro, hay momentos en que soy coach y él entiende que es un atleta más. A veces le exijo un poquito más por ser mi hijo, sobre todo en cuestiones de respeto, dinámica del grupo, esas cosas… Pero él es inteligente y se da cuenta”, explica Martín.
Comparten muchas horas por día y numerosas actividades, no sólo surf. “Lo importante es que realmente le encanta lo que hace. Vemos campeonatos juntos, compartimos mucha info, pero generalmente es un ida y vuelta, como si fuera un compañero más… Y, muchas veces, termino aprendiendo yo, sobre todo el cómo enseñar, qué decir y cuando no decir nada… Porque acá yo lo guió, pero su vida es su vida y su carrera es su carrera. Y decide él”, comenta Passeri padre, quien nota que su hijo disfruta ambas facetas: surfear por diversión y por los porotos. “Es competitivo como yo, pero no deja de practicar el deporte por la esencia misma del surf”, precisa. Y el chico, joya de Quiksilver Argentina, asiente. “El Thiago persona es bastante parecido al surfista, aunque no en todo porque cuando me meto al agua con amigos, lo hago más para divertirme”, deja claro.
Los consejos están, como en cualquier relación padre-hijo y coach-pupilo. “Todo el tiempo. Y no sólo de surf. Sobre todo del día a día, de la vida. El principal, que siempre recuerdo, es cuando me habló del respeto hacia los otros, gane o pierda, siempre…”, detalla Thiago, quien cuenta una anécdota de cómo nunca se lo olvida. “En 2019 yo venía ganando todas las fechas pero en un heat perdí. Y, cuando iba saliendo del agua, estaba enojado pero recordé el consejo de papá, respiré profundo, volví y saludé a los chicos que me habían ganado”, relata. El Guerrero recuerda bien aquel día. “No sabía cómo iba a reaccionar luego de ganar siempre… Y esos esos momentos cuando uno ve actitudes y reacciones que te dejan tranquilo y decís ‘bueno, el mensaje llega’. Lo bueno que tiene Thiago es que no es tan eufórico en la derrota y la derrota no le modifica el día. Eso es muy bueno en este proceso de crecimiento y aprendizaje”, asegura.
Cada año, Thiago va a más. “El año pasado se quedó con la espina, tras ser subcampeón en ambas categorías y me consultó qué pensaba… Le pregunté si quería dedicarle un poco más, lo hizo y estos son los resultados. También me pidió competir en más categorías. Yo, al principio, le dije que no, pero terminó a veces en U16 y hasta en U18. Una fecha ganó en U12 y U16, fue subcampeón en U16 y llegó a cuartos en U18. Mostró su energía y lo hizo con naturalidad”, cuenta Martín, quien prefiere pisar el freno cuando se habla del futuro de su hijo. “Es incierto, dependerá de varios factores. Hoy sólo puedo decir que tiene condiciones para un nivel similar al que han alcanzado Lele (Usuna), Santi (Muñiz) y Nacho Gundensen. Thiago ama lo que hace, tiene buen nivel y le dedica tiempo. Dependerá de lo que hagamos como familia y de lo que él se proponga. Condiciones y estructura tiene, lo definirá él”, razona.
Martín y Mariana, padre y madre que están siempre al pie del cañón, aseguran que, a esta edad, lo que más quieren es que “la pase bien, sea feliz haciendo lo que le gusta”. Dejan claro que lo van a acompañar, “pero sin presiones y siempre respetando los procesos de sus edades. Queremos que siga con sus amistades, sus otras actividades, sus estudios… Respetaremos su maduración, sin sobrecargalo. Algunos dirían ‘llevalo a Hawaii a hacer el circuito projunior’, pero lo vamos a llevar de a poco, sin saturarlo. Que él vaya eligiendo”, explica. Thiago va igual. “Me gustaría viajar, no sé si a competir, pero tal vez sí ir a algunas playas a conocer otras olas y vivir otras experiencias. Al menos en el corto plazo. A futuro, claro que tengo sueños. Correr el CT (Championship Tour), con los mejores. Pero voy paso a paso, disfrutando el día a día. Es increíble lo que me está pasando”, finaliza. Y sí, hijo de tigre ha salido Thiago… Gentileza, Julián Mozo (Prensa Quiksilver)